La Seo: Las dos estrellas del cimborrio; la que se ve y la que no
(Un texto de Javier Ibáñez Fernández -Profesor titular de la Universidad de Zaragoza- en el Heraldo de Aragón del 1 de diciembre de 2019)
Mirando al cielo, una bóveda celestial cubre el crucero e ilumina la catedral. Dará ejemplo a otras seos y edificios aragoneses; enfrente, los gigantes se retuercen atormentados en el infierno barroco.
La estabilidad del cimborrio -esto es, de la estructura turricular levantada sobre la encrucijada del transepto de la catedral de Zaragoza con la intención de iluminar la embocadura del presbiterio en tiempos de Benedicto XIII- quedó seriamente amenazada durante las obras de ampliación acometidas en la Seo a finales del siglo XV. La situación obligó a convocar una junta de maestros locales y foráneos de Castilla, Cataluña y Valencia en 1500. Quienes participaron en ella decidieron derribar el lucernario medieval para levantar otro nuevo, radicalmente distinto al anterior, conformado por dos prismas superpuestos de planta octogonal y perfil decreciente en altura, un tambor y una linterna, de los que, la segunda, debía protegerse mediante una suerte de galería de arquillos o corredor exterior.
Enrique Egas, hijo de Egas Cueman de Bruselas, y uno de los arquitectos más afamados del momento, que debió de tomar parte en ese encuentro, acudió a la capital aragonesa para concretar el proyecto en 1504, pero el lento avance de los trabajos en el templo, y el complicado refuerzo estructural de la fábrica, vinieron a postergar su ejecución unos quince años. Para entonces, la materialización última del cimborrio recayó en un maestro asentado en la ciudad, Juan Lucas Botero el Viejo, que ya había construido su primer cuerpo, cerrándolo con la bóveda que puede contemplarse desde el interior del edificio, en el verano de 1520.
El sistema de crucería adoptado, conformado por ocho parejas de arcos apuntados que arrancan de cada uno de los flancos del prisma y alcanzan los fronteros saltándose dos vértices no sólo vino a definir una estrella de ocho puntas, sino también, el octógono del polo sobre el que habría de elevarse la linterna. Sin embargo, la manera de construir la galería de arquillos con la que quería protegerse este apéndice continuó planteando algunas dudas.
Al final, se optó por tender una segunda red de arcos entrecruzados sobre la bóveda del tambor, lo que impide que puedan verse desde el interior de la catedral. Son ocho arcos que, lanzados entre las esquinas del prisma dejando un solo vértice libre, terminan generando una nueva estrella de ocho puntas, con otro octógono en el polo, solo que más amplio y girado con respecto al de la bóveda inferior. Las intersecciones de estos arcos, o lo que es lo mismo, los vértices del nuevo octógono resultante, vinieron a proporcionar los puntos de apoyo necesarios para levantar los pilares de la galería exterior, que, girada con respecto al tambor y a la linterna, acabó de construirse en 1522.
La historiografía artística ha venido focalizando su atención, casi de manera exclusiva, en el diseño de la bóveda que puede contemplarse desde la encrucijada del transepto y en sus supuestas raíces hispanomusulmanas, olvidando que obedece a un ejercicio geométrico muy simple, y que la geometría -la sciencia- es una, por lo que podemos encontrarnos con soluciones de crucería muy similares en contextos en los que difícilmente pudieron producirse transferencias con el mundo islámico. Así vendrían a demostrarlo la bóveda de la cocina de la catedral de Durham (ca. 1366-1374), en Inglaterra; la del campanario meridional de la catedral de San Esteban de Viena (ca. 1409-1433), o la de la capilla del palacio episcopal de Bayeux, en Normandía, volteada en las mismas fechas que la del cimborrio de la Seo (1561-1531).
La verdadera importancia de esta bóveda reside en que forma parte de una estructura mucho más compleja, dúplice, conformada por dos hojas superpuestas, que, además, logró ejecutarse con los materiales, las técnicas y el sistema de trabajo -el ars- propios de la tradición constructiva local, y gracias al buen oficio de profesionales como Juan Lucas Botero el Viejo, que supo encontrar la manera de materializar el proyecto tal y como se había diseñado en el propio curso de las obras.
Es evidente que la solución finalmente alcanzada resultó extraordinariamente novedosa en el medio artístico aragonés del momento. Basta con atender al impacto y repercusión que habría de conocer en estas tierras prácticamente de inmediato. No en vano, la fórmula tratará de reproducirse tanto en la actual catedral de Teruel como en la de Tarazona, pero también en el Pilar y en la Lonja de Zaragoza. Además, la solución de abovedamiento del tambor se utilizará para cerrar cajas de escaleras, como la de la casa de los Segura de Teruel, hasta capillas, como el trasagrario de la cartuja de Aula Dei.
Etiquetas: Arquitectura, Pequeñas historias de la Historia, Sin ir muy lejos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home