La trastienda de algunas grandes citas políticas
(Un artículo de Javier García Cristobal en el XLSemanal del 24 agosto del 2008)
Yalta, 1945; Viena, 1961; Moscú, 1972; Camp David, 1978; Ginebra, 1985... Nadie duda de que fueron encuentros que han marcado la historia del siglo XX. Pero pocos saben lo que ocurrió realmente detrás de las cámaras que los inmortalizaron. Un libro del historiador David Reynolds, Cumbres. Seis encuentros de líderes políticos que marcaron el siglo XX, nos lo cuenta.
KENNEDY-JRUSCHOV
La hora del deshielo (Viena, 1961)
En la primera velada de la cumbre de Viena de 1961, el líder soviético Nikita Jruschov departió largo rato con Jackie Kennedy. Mientras peroraba sobre los logros soviéticos en el espacio, mencionó que una perra que había participado en sus programas había tenido cachorros. «¿Por qué no me envía uno?», preguntó Jackie. Dos meses después, el embajador ruso llegó a la Casa Blanca con un perro aterrorizado. «¿Y eso?», preguntó el presidente. «Me temo que se lo pedí a Jruschov –se disculpó su mujer–. Es que ya no sabía de qué hablar».
Kennedy necesitaba recuperar prestigio tras el fiasco de Bahía de Cochinos en Cuba, y Jruschov `desactivar´ a su socio chino, Mao, quien llegó a considerar la guerra nuclear aduciendo que el bloque comunista tenía más población y, en caso de aniquilación, más posibilidades de sobrevivir. Jruschov creía que Mao estaba loco, pero aspiraba al liderazgo del bloque comunista y, por lo tanto, necesitaba la distensión con EE.UU. Su otra prioridad era solucionar el problema de Berlín, donde miles de refugiados del este cruzaban a la zona occidental. Cada líder llegó con su propia lista de prioridades y con la certeza de que, si se mantenía firme, el otro cedería. No ocurrió. Tras el encuentro, Jruschov reconoció que la guerra era «posible» y aprobó los planes para separar Berlín con un muro. Ordenó que empezaran con alambre de espino y que se vigilara la reacción de Occidente antes de erigir un muro de hormigón. Kennedy, aunque se había comprometido con una Alemania libre y unida, bromeó: «Un muro es, de lejos, mejor que una guerra».
CHURCHILL-ROOSEVELT-STALIN
El reparto del botín (Yalta, 1945)
En Yalta, Churchill y Roosevelt creían que podían manejar a Stalin. Sabían poco de él, pero les caía bien. Durante esta reunión nació la idea de un Consejo de Seguridad para la ONU.
Roosevelt y Churchill se conocían bien, pero lo sorprendente de la cumbre de Yalta, donde se reunieron en febrero de 1945, era lo poco que conocían a Stalin. Los soviéticos controlaban entonces gran parte de Europa del este y no podían ser expulsados salvo por la fuerza. Volverse contra un aliado así no era posible. Por lo tanto, lo curioso no fue lo que Roosevelt y Churchill concedieron a Stalin, que ya lo tenía casi todo, sino lo convencidos que estaban ambos de poder establecer una relación de cooperación duradera con el líder soviético.
Roosevelt conocía bien Alemania pero sabía muy poco de los soviéticos. Su régimen era prácticamente un arcano: el personal diplomático apenas tenía oportunidad de establecer contacto con funcionarios rusos y menos aún con la población. Los embajadores rara vez veían a Stalin, mientras que su ministro de Asuntos Exteriores, Molotov, tenía fama de ser Mister Niet (Señor No).
Stalin, que había enviado a la muerte a cientos de miles de personas, no daba esa impresión en persona. Churchill se refirió a él en privado como «un campesino a quien sabía exactamente cómo manejar». Roosevelt reconocía estar impresionado por su buen talante. Stalin mantuvo una actitud tranquila e irónica en las reuniones, mientras garabateaba y fumaba en pipa. Era un negociador hábil, dejaba hablar a los demás y guardaba sus sucintos comentarios para el momento más oportuno. Churchill, en cambio, agotó a los demás al abordar las reivindicaciones alemanas y la posición de Francia. Yalta alcanzó triste fama. Se vio simplemente como un reparto de Europa entre las superpotencias y como ejemplo de un apaciguamiento cobarde, por el que se entregó a millones de personas a la opresión comunista.
BRÉNEV-NIXON
Hacia el fin de la guerra fría (Moscú, 1972)
El 17 de febrero, el primer presidente americano en viajar a la capital soviética sugirió al embajador ruso, Anatoly Dobrynin, pasar por encima del Departamento de Estado para los asuntos importantes y tratarlos directamente y en secreto con Kissinger. Esta vía extraoficial entre la Casa Blanca y el Kremlin se convirtió en el canal principal para las relaciones entre soviéticos y norteamericanos durante los años de la administración Nixon. En sus memorias, Dobrynin comentó que el amplio uso de esta vía extraoficial no tenía precedentes, «ni en mi experiencia ni quizá en los anales de la diplomacia». Atribuyó también a ese estilo de comunicación muchos de los logros de la llamada `era de la distensión´. Pero el precio fue muy alto, ya que excluyó al Departamento de Estado y al Pentágono de los mensajes y las discusiones más importantes sobre temas clave, como Vietnam y el control de armas.
En cualquier caso, lo conseguido en Moscú no puede obviarse. El Tratado de Limitación de Armas Estratégicas (SALT) que firmaron fue el primer acuerdo entre superpotencias y regulaba la carrera de armamentos nucleares. Ambos líderes concertaron también otros acuerdos, de cooperación económica y social; y se afianzó la convicción de que el antiguo enfrentamiento estaba superado y se pasaba a una fase de negociación. Esas esperanzas pronto se vieron truncadas, pero durante un tiempo se mantuvieron unas `cordiales´ relaciones.
Incluso en el ámbito personal, se coronó la visita con un intercambio de regalos. Como era conocida la afición de Bréznev por los coches llamativos, Nixon le regaló un Cadillac. Para los soviéticos fue más complicado, porque nadie, ni siquiera los expertos del Ministerio de Asuntos Exteriores, pudieron averiguar si Nixon tenía algún hobby. «Creo que lo que le gustaría de verdad –observó el ministro soviético, Andrei Gromiko– sería una garantía para quedarse siempre en la Casa Blanca.»
BEGUIN-CARTER-SADAT
Un hito para Oriente (Camp David, 1978)
Carter y Sadat se encontraron por primera vez en Washington en abril de 1977, fue el primer encuentro de Carter con un líder árabe. En lo personal congeniaron, y su relación fue idealizada aún más después del asesinato del dirigente egipcio en 1981 por radicales islámicos. Según Tasheen Basheer, portavoz de Sadat, a su jefe le gustaban tres aspectos de Carter: que parecía un granjero, que era un hombre religioso y que había sido militar, como él.
Beguin, en cambio, había perdido a su familia, víctima de la Solución Final nazi, y no olvidaba que Sadat había escrito de Hitler que «aunque había cometido algunos errores, como abrir demasiados frentes, habría que perdonarlo por su fe en su país y en su pueblo».
La cumbre fue muy tensa, duró 14 días. Ya en el segundo, los cumplidos del lenguaje diplomático y el protocolo brillaban por su ausencia. Carter llegó a temer, incluso, por la vida de los interlocutores que se enfrentaban también a las posturas de sus acompañantes. Para relajarse, cada uno de los mandatarios tenía sus medios: Carter hacía deporte; Beguin veía películas. Había pedido expresamente un western: Sólo ante el peligro; y Sadat andaba cuatro kilómetros todas las mañanas. A pesar de la tensión, Carter consiguió que ambos dirigentes firmaran un acuerdo marco y se comprometieran a terminar los acuerdos de paz en tres meses. El 26 de septiembre, el parlamento israelí aprobó los acuerdos y el 27 se anunció que Beguin y Sadat recibirían el Premio Nobel de la Paz. El 19 de noviembre ambos líderes se estrecharon la mano en Israel e intercambiaron bromas con el general Ariel Sharon. Al contemplar la escena, la anterior primera ministra israelí Golda Meir exclamó: «Nada de premios Nobel, que les den el Oscar.»
GORBACHOV-REAGAN
Socavando el muro de Berlín (Ginebra, 1985)
Mijaíl Gorbachov, por su parte, era extraordinariamente joven para ser un dirigente soviétivo y creía que el sistema de su país necesitaba un cambio radical, lo que significaba, por encima de todo, reducir el gasto armamentístico. Eso requería una relación más pacifíca con Occidente.
Los norteamericanos fueron muy meticulosos en la preparación de la cumbre. Sin embargo, una broma del presidente, mientras probaba los micrófonos de una radio a la que había sido invitado, despertó las dudas en Rusia y el resto del mundo sobre sus verdaderas intenciones. Pensando que no estaba en el aire, Reagan dijo: «Estadounidenses, tengo el placer de comunicarles que he firmado una ley que declara a Rusia ilegal para siempre. Empezaremos el bombardeo en cinco minutos».
A punto estuvo de cancelarse el encuentro. Finalmente, el Air Force One despegó el sábado 16 de noviembre. Al parecer, la hora exacta en la que despegó el avión presidencial, las 8.35, fue elegida por razones esotéricas por Nancy Reagan, gran aficionada a la astrología. Tres días después comenzaba la cumbre. En apariencia, fue distante y nada productiva. En Moscú, Gorbachov se enfrentó a duras críticas, y en Washington tuvo que dimitir el asesor de Seguridad Nacional, MacFarlane. Pero cuando los dos líderes se despidieron, el biógrafo de Reagan cuenta que «se miraron con verdadero afecto». Gorbachov, por su parte, recuerda «una chispa de mutua confianza entre los dos, como un arco voltaico entre polos opuestos». Así debió ser, porque en los siguientes cuatro años `cortocircuitaron´ todo un sistema.
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