La primera huelga, por dos galletas
(Un artículo de Pablo Rodriguez Suanzes en el suplemento económico dominical de El Mundo del 26 de septiembre de 2010)
La primera huelga de la historia no fue de obreros, mineros o trabajadores del metal. Ni paró la producción de una fábrica o el transporte de una gran ciudad. La primera huelga de la que se tiene constancia se remonta al año 1166 a.C. en el Egipto de los faraones; fue por dos galletas y tuvo éxito.
Tal y como recoge el Papiro de Turín, ocurrió durante las obras de construcción de una necrópolis junto a Deir-el-Medina. Los trabajadores, cansados y hambrientos tras varias semanas sin recibir su paga, pararon de golpe. Reclamaban lo que les correspondía -vestidos, grasa, pescado o legumbres- y un aumento de dos galletas más al día, asegurando, según el historiador Georges Lefranc, que "no se puede trabajar con el estómago vacío". El gobernador quiso ajusticiarlos, pero el faraón cedió y el movimiento "sindical" se apuntó su primera victoria.
Cuando se habla de huelgas, el primer pensamiento es hacia los movimientos sociales del siglo XIX. Por las condiciones de los trabajadores, las familias hacinadas, los patronos déspotas y las condiciones insalubres de Londres o Manchester en los albores de la Revolución Industrial, tal como ha pasado a la posteridad en las obras de Charles Dickens. Sin embargo, las protestas más antiguas se remontan siglos atrás, mucho antes de las máquinas de vapor y las fábricas.
El concepto de huelga, tal y como lo conocemos, se desarrolló a principios del XIX, pero "el hecho existía antes que el término en la lengua", dice Lefranc. Hay protestas de trabajadores incluso en la Biblia. En la epístola de Santiago se lee "He aquí el jornal de los obreros que han segado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros, clama; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor". Y en el teatro clásico. La trama del Lisístrata de Aristófanes, a caballo entre los siglos IV y V a.C., gira en torno a la decisión, promovida por la protagonista, de que las mujeres atenienses y espartanas declaren una huelga de sexo con sus maridos para poner fin, de una vez por todas, a las continuas guerras entre las polis. También allí, hacia el 650 a.C. los mineros del norte organizaron violentas protestas por sus condiciones de trabajo, de las que han quedado testimonio.
Muy poco después, en el siglo IV, se produjo uno de los episodios más curiosos de la república romana: la huelga de los flautistas. La presencia de estos músicos, como cuenta Eduardo Reigadas en Censura y Res Publica, "era necesaria en los sacrificios, y un repentino silencio de los mismos podría anular una ceremonia". Fueron a la huelga y abandonaron la ciudad tras la prohibición de comer en el Templo de Júpiter, y el conflicto sólo acabó cuando se les restituyó el derecho y, borrachos, se les trajo de vuelta.
Sin embargo, etimológicamente, la palabra huelga remite a las labores agrícolas. Una huelga es, en el campo, el "periodo de tiempo que media sin labrarse la tierra", y gran parte de las protestas medievales tuvieron como escenario el campo. En el 997, acabando el primer milenio, los campesinos normandos llevaron a cabo una de las insurrecciones más célebres contra la explotación feudal en busca de un documento, por escrito, que regulase su situación laboral.
Toda la Edad Media estuvo salpicada de conflictos de baja intensidad, luchas que sentaron sin embargo las bases del movimiento obrero. Era la época dorada de los gremios, asociaciones que controlaron férreamente durante siglos el acceso y los sueldos de las profesiones artesanas antes del nacimiento de los sindicatos modernos, en la década de 1820.
La Revolución Industrial trajo consigo, sin pretenderlo, el nacimiento de los movimientos obreros. Las huelgas modernas eran completamente diferentes. Podían paralizar ciudades y hacer tambalearse a los gobiernos. Decenas de miles de personas llenaban las calles de toda Europa, como en Bélgica en 1886, en Vizcaya en 1890, en Suecia en 1909, Barcelona en 1917 o Francia en 1936. Era lo que Unamuno llamó las "grandes huelgas". En la Europa de comienzo de siglo la protesta era parte del día a día, ingrediente clave de un ambiente trágico y tenso en las ciudades, como el que describe Valle-Inclán en Luces de Bohemia. La "semana trágica de Barcelona", en el verano de 1909, comenzó con un paro de 24 horas convocado por Solidaridad Obrera y acabó con casi 80 muertos. En Inglaterra, en 1926, una huelga general para denunciar la penosa situación de los mineros y un intento de rebajarles el sueldo acabó fracasando, pero paró el país durante 10 días.
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