Estudios sobre la fina línea que separa a los brokers de los psicópatas
(El artículo que puse ayer hacía referencia a la entrada de este blog, Café Steiner, escrito por José Ignacio Torreblanca el 16 de mayo. Me parece muy interesante y por eso lo recojo completo)
“Capitalistas y otros psicópatas” es el provocador título de este artículo de William Deresiewicz en el New York Times del 12 de mayo donde se cita un estudio con un título muy explícito (Financial Psychopath Next Door) que encontró que el 10% de los trabajadores de Wall Street pueden ser descritos como “psicópatas clínicos” que típicamente muestran “falta de empatía e interés por los demás, una capacidad extrema para la mentira y la manipulación”.
Otro estudio citado en ese artículo del New York Times (Higher social class predicts increased unethical behavior) muestra que hay una correlación positiva entre la falta de ética y la clase social, es decir que los ricos mienten más y violan más la ley que los pobres.
Un tercer estudio realizado por un forense clínico y un administrador de prisiones suizos sobre 26 brokers muestra que estos tienen actitudes de desprecio hacia el riesgo más elevadas que cualquier psicópata medio y que la mayor fuente de motivación de sus conductas es la destrucción del oponente (véase Stockbrokers More Competitive, Willing to take risks than Psychopaths, y Share Traders More Reckless Than Psychopaths el Der Spiegel).
Un cuarto estudio sobre
la conducta de estos brokers nos ofrece conclusiones muy preocupantes.
Alexandra Michel, una profesora de la escuela de negocios de la
Universidad del Sur de California, siguió durante nueve años las
trayectorias de una serie de brokers (véase Administration Science Quarterly, núm.44 2012, versión en pdf aquí). “Empotrada”
durante casi 100 horas a la semana durante el primer año del estudio,
Alexandra Michel narra los tremendos efectos sobre la salud psicológica
de los brokers de estas jornadas de trabajo de 80-120 horas a la semana
que típicamente comenzaban a las 6 de la mañana y terminaban a las
10-12 de la noche y describe la aparición de insomnio, taquicardias, alcoholismo, desórdenes alimentarios y accesos de furia e ira.
Y quinto: en la reseña de esta investigación en el Wall Street Journal del 15 de febrero también se menciona otro estudio de Alden Cass, un psicólogo clínico experto en tratar brokers que nos habla de cómo las tasas de depresión crónica de este colectivo triplican las de la población corriente.
¿Conclusión? Cuando se dice que los mercados son irracionales lo
que en realidad se está diciendo es que, con demasiada frecuencia, la
suma de las decisiones racionales de muchos individuos puede producir
resultados colectivos desastrosos. Estos problemas están muy estudiados
en la teoría de juegos y en la teoría de la acción colectiva y explican
muy ajustadamente por qué se producen fenómenos como el agotamiento de
los recursos naturales o los pánicos bancarios. En consecuencia, el
supuesto de racionalidad individual que domina la teoría económica,
donde los agentes económicos se comportan racionalmente y buscan
maximizar sus beneficios, es perfectamente compatible con la apariencia
de irracionalidad que percibimos desde fuera.
Otra cosa sería, como se desprendería de estos estudios, que lo irracional no fueran los mercados sino los propios agentes económicos.
Imaginemos por un momento que las acciones de los operadores de las
agencias de inversión que están detrás de nuestra prima de riesgo y los
valores bursátiles fueran más fácilmente explicables por una serie de
patologías comunes a todos ellos que por una racionalidad maximizadora,
es decir, más por sus defectos que por sus virtudes. Algo de esto estaba
ya insinuado en los trabajos de algunos de los últimos Premios Nobel de Economía como Kahenman y Tversky,
cuyos descubrimientos sobre las limitaciones de la racionalidad de los
agentes económicos han abierto un terreno muy fértil para entender por
qué en tantas ocasiones las conductas de los operadores económicos
quedan tan por debajo del estándar de comportamiento racional que
normalmente esperaríamos. Ahora, la evidencia empírica sigue dándonos
que pensar.
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