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jueves, marzo 7

El nacimiento de la Tierra Media

(Un artículo de Gonzalo Ugidos en El Magazine de El Mundo del 4 de noviembre de 2012)

[…]El hobbit llega al cine como trilogía, pero nadie sabe exactamente cuándo empezó el profesor de anglosajón John Ronald Reuel Tolkien a escribir el cuento en que se basa. Ni siquiera él mismo lo sabía. Todo empezó como una improvisación para contar a sus cuatro hijos a la hora de dormir. Un día, harto de corregir exámenes, la cabeza se le fue a la Tercera Edad del Sol, a Bilbo Bolsón, al mago Gandalf y a los enanos que buscaban el tesoro custodiado por el dragón Smaug. Lo que crecía como un cuento oral empezó a ponerlo por escrito entre 1920 y 1930.

Entonces Tolkien (1892-1973) habló a su amigo C.S. Lewis (1898-1963) de la historia y poco tiempo después le dejó un manuscrito (la obra no vería la luz hasta 1937). Lewis, el primero que leyó El hobbit, se sintió fascinado por aquella tierra de magia y fantasía, poblada por criaturas mitológicas enredadas en la lucha entre el bien y el mal. Más de 20 años después, él mismo se adentró en territorios similares para dar al mundo Las crónicas de Narnia, siete libros que comenzó a escribir en 1949 y a publicar en 1950.
Michael White, biógrafo de Tolkien, cuenta (Tolkien, Ed. Península/Atalaya, 2002) que El hobbit empezó con un golpe de inspiración cuando el profesor vio un agujero en la alfombra de su estudio y escribió este comienzo: "En un agujero del suelo vivía una vez un hobbit". Adivinó en esa frase un enorme poder genésico y un desafío para crear el universo de esa criatura y sus peripecias. El manuscrito pasó mucho tiempo en un cajón hasta que le habló a Lewis de él y empezó a prestárselo a sus excéntricos amigos de Oxford, los Inklings, un grupúsculo de eruditos profesores.

Lewis y Tolkien (o Tollers, como lo llamaban sus amigos) eran el núcleo duro de aquel club. Cuando se conocieron tenían mucho en común. Lewis era siete años más joven, pero los dos habían luchado en las trincheras, adoraban el lenguaje y, aunque Lewis no tenía tantos conocimientos del islandés como Tolkien, también se dejaba fascinar por la mitología escandinava. Ambos eran fanáticos de las sagas y tenían grandes planes para el futuro. Eran almas gemelas en un mundo de hombres. Al poco de su primer encuentro, establecieron la costumbre de reunirse en la habitación de Lewis en el Magdalen College de Oxford, una estancia desordenada con muebles de colores apagados, cortinajes de felpa, una mesa repleta de papeles y libros tirados por el suelo o en pilas apoyadas contra la puerta. Junto al fuego hasta bien entrada la noche, charlaban de historia y literatura y repasaban los escritos el uno del otro.

A veces su mutua compañía no les bastaba y echaban de menos charlar con otros caballeros, beber cerveza y leer en voz alta obras antiguas. Tolkien fundó un grupo de lectura de textos islandeses al que llamó Coalbiters, ''los que se acercan tanto al fuego que muerden el carbón", en islandés. Una excusa para compartir unas pintas y olvidarse del mundo pero, como las sagas islandesas no son interminables, cuando las leyeron todas el grupo se disolvió.

Tolkien y Lewis no tardaron en unirse a otra nueva tertulia, los Inklings, creada por el estudiante Edward Tangye Lean. El fundador encontró trabajo de periodista y no tardó en desertar, pero el club continuó. Les gustaba esa palabra por su ambigüedad; puede significar "indicios" o "presentimientos" y su raíz, ink, significa tinta, ingrediente tan esencial en aquellos grafrómanos como la sangre de sus venas.
Al principio, las reuniones tenían lugar los jueves por la tarde en el destartalado apartamento de Lewis en el Magdalen College, pero empezaron a reunirse también los martes por la mañana en un pub de la calle St. Giles llamado The Eagle and Child (El águila y el niño). Allí leyó Tolkien a sus amigos el manuscrito de El hobbit y, muchos años después, allí Lewis les habló de Narnia y de su mitología cósmica. Los miembros más asiduos eran el escritor de literatura infantil Roger Lancelyn Green, el erudito Hugo Dyson, el director teatral Nevill Coghill, el filósofo Owen Barfield, y Charles Williams, un teólogo y escritor de novelas que eran thrillers sobrenaturales. Otro miembro destacado, el militar e historiador Warnie Lewis (hermano mayor de C. S.), escribió que "propiamente hablando, los Inklings no eran ni un club ni una sociedad literaria, aunque participaban de la naturaleza de ambos. No había reglas, agendas o elecciones formales". Se trataba, pues, de un taller para la literatura de un nuevo tiempo, en donde se hacía hincapié en la fantástica.
Era un tiempo nuevo porque Europa estaba en vísperas de una guerra. El leviatán nazi había desenvainado la espada y pronto la ensartaría en Checoslovaquia, Polonia, Francia y Rusia. El mundo tardó en reaccionar, pero se lanzó contra Hitler por tierra, mar y aire. Era, de nuevo, la eterna lucha del bien contra el mal que fascinaba a aquellos tipos chapados a la antigua que se embelesaban con las nuevas aventuras de la Tierra Media que Tolkien había empezado a escribir, como secuela de El hobbit, en 1937, con el título de El señor de los anillos. Otra vez un universo de hombres, hobbits y otras criaturas fantásticas que se publicaría, en tres volúmenes, entre 1954 y 1955.

Lewis se inspiró en su amigo Tollers para urdir el universo de Narnia pero, ¿en quién se inspiró Tolkien? Desde luego en su infancia, en los cuentos de dragones de Andrew Lang, que siempre conservo en su imaginario. Cuando sus libros se hicieron famosos, declaró que él mismo era un hobbit y, sí, hay similitud entre su carácter y el de un hobbit típico. De hecho, era muy parecido a Bilbo Bolsón.
Tolkien, como la mayoría de los Inklings, era un tipo anticuado, desconfiaba del siglo XX, lo despreciaba porque creía que ni la ciencia ni la tecnología habían mejorado la humanidad. No tuvo coche hasta que su mujer se empeñó y aun así no tardó en venderlo. Nunca tuvo televisión y apenas escuchaba la radio, le desagradaba la literatura de su tiempo y pasaba de política. Soñaba con desertar de un mundo devastado por el dinero en el que, comparados con los antiguos estadistas, los políticos tenían la desventaja de estar vivos. Soñaba con huir para exiliarse en la Tierra Media.

The Eagle and Child ahora es una especie de santuario del recuerdo de los Inklings. En un rincón, junto a la barra, hay una placa que los evoca. Todos están muertos, pero si uno se acerca por esa taberna y pide una lager es posible imaginar a Tolkien envuelto en humo, reclinado en su silla y meciendo en la mano la panza de su pipa, mientras Lewis lee unas páginas arrugadas de El hobbit. Todos escuchan con atención las aventuras de Bilbo Bolsón y sorben sus jarras de cerveza, mientras extramuros de su refugio el mal sigue al acecho.

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