Simenon, el hielo delgado
(Un artículo de Patricio Pron en el suplemento cultural del ABC del 23 de septiembre de 2012)
No es habitual que los escritores vivan las
experiencias de sus personajes (Kafka no se convirtió jamás en un horrible insecto,
Nabokov nunca escapó con una jovencita, etcétera), pero, por alguna razón, sí
es frecuente que los autores de literatura policiaca y de misterio no carezcan
de enigmas. James Ellroy es hijo de una mujer asesinada cuya muerte (que
investigó en Mis rincones oscuros, de
1996) nunca fue esclarecida. Agatha Christie desapareció en diciembre de 1926 y
solo fue encontrada tras once días de intensa búsqueda en un hotel en el que se
había alojado bajo el nombre de la amante de su marido y en un estado cercano a
la amnesia; la escritora inglesa ficcionalizó lo sucedido en esos días de 1926 en
una novela titulada Unfinished Portrait
[Retrato inacabado]. Georges Simenon
fue un enigma a lo largo de toda su vida, comenzando por el 13 de febrero de 1903,
día que nació en Lieja (Bélgica); al parecer, por aversión a ese número, su
madre dijo siempre que había nacido el día
anterior: aunque esto podría ser una mentira.
No es el único enigma en la vida de este escritor huidizo
y a menudo contradictorio (de hecho, Fenton Bresler tituló su biografía de 1983
The mystery of Georges Simenon): buena
parte de sus lectores nunca supo que uno de los autores más leídos del siglo XX
abandonó la escuela a los quince años; otros, que, no siendo particularmente
agraciado, fue un amante voraz que alguna vez admitió haberse acostado con diez
mil mujeres (aunque su segunda mujer diría más tarde que «solo» fueron mil
doscientas, y la mayoría prostitutas); además, nunca quiso hacer pública su ideología,
lo cual, en la escena politizada de su época, fue visto por una intelectualidad
principalmente de izquierdas como un síntoma de derechismo. En realidad Simenon
fue claramente antisemita, se benefició de su relación con las autoridades
alemanas de la ocupación y debió escapar a Estados
Unidos para no ser fusilado por colaboracionista.
Pero el misterio central en su vida es el de su
extraordinaria productividad: el escritor belga publicó setenta y seis novelas
policiales y ciento veinte novelas «duras» (que es como llamaba a sus obras
«serias»), alrededor de mil cuentos, ciento cincuenta y cinco novelas breves o nouvelles, doscientas novelas populares,
veinticinco obras autobiográficas, veintisiete grandes reportajes y miles de
artículos periodísticos. Al misterio de cómo se las arregló para escribir tanto
(su obra reunida alcanza las veinticinco mil páginas) se le suma el de por qué
una producción tan extensa fue soslayada mayoritariamente en detrimento de unos
textos policiacos que no constituyen ni siquiera la mitad de esa obra.
Una explicación plausible, desde luego, es que los
textos policiales de Simenon son muy buenos y su
personaje, el comisario Jules Maigret, uno de los más logrados del género. No es
suficiente, sin embargo: a pesar de los sustanciosos dividendos que le
proporcionaban sus libros de género, Simenon no parece haberse enorgullecido
particularmente del hecho de que estos fueran sus libros más vendidos; la forma
misma en que la prensa hablaba de él como «el autor de las novelas de Maigret»
lo colocaba en un lugar subsidiario, como si el escritor de libros
extraordinarios como En casa de los Krull y
El hombre que miraba pasar los trenes fuera
la creación del detective y no al revés. Hacia el final de su vida (murió en
Lausana en septiembre de 1989), su decepción por
no haber sido tomado nunca «en serio» como escritor era evidente.
Simenon produjo una obra singularmente oscura cuyos
personajes intentan escapar permanentemente de un mundo agresivo y absurdo; un mundo
que carece de certezas y en el que alguien como Kees Popinga, el protagonista de
la segunda novela mencionada, puede abandonar a su familia y convertirse
en el asesino más buscado de Francia después de que quiebre la empresa en la
que trabajaba. Popinga es un hombre que sencilla-mente desea que se lo deje
tranquilo, y la facilidad con la que se sumerge en el mundo del hampa es
incómoda por dos razones: porque obliga a los lectores del libro a revisar las visiones
morales con las que estos juzgan incluso a los personajes de ficción (y no solo
a ellos) y porque apunta a que estos también podrían convertirse en Popinga si
el mismo número de circunstancias que confluyen en su caso (y no
son muchas) se repitiera.
El primero de estos aspectos es posiblemente el más
antipático de la obra de Simenon para aquellos lectores habituados a tener un juicio
moral inflexible. Al igual que en el caso de
Popinga todos los personajes de Simenon parecen deslizarse sobre una delgada
capa de hielo a punto de romperse: la fragilidad del suelo moral que pisan
lleva al lector a tener que admitir que el límite entre lo que se encuentra
sobre la superficie y lo que está sumergido es tan inestable que incluso podría
hablarse de que no existe ningún límite en absoluto.
El alcalde de Furnes, por ejemplo, es
una persona autoritaria a la que el suicidio de un empleado arrastra a la
angustia y al sinsentido; su fortaleza se
trastoca en debilidad en la relación con su madre (que, de acuerdo a Pierre
Assouline, autor de la biografía de 1994 Simenon:
Maigret encuentra a su autor, sería
un trasunto de la despótica y fría madre del propio autor) y, en líneas
generales, allí donde las personas a las que tiraniza deciden que su momento ha
llegado.
Alguna vez Simenon afirmó que solía bajar algo menos
de un kilo de peso por capítulo y unos cinco por novela, y que los recuperaba en
un mes; también afirmó (refiriéndose a su estilo, duro y
preciso)
que escribir de esa forma le impedía expresar ideas complejas para «mantener el
estado de gracia, un estado completo de vacío de sí mismo para ser el otro».
Toda su obra apunta a minar la convicción de que existe algún tipo de
diferencia entre la normalidad y el desastre; también, la de que es posible
conocer a los demás de alguna forma. «Desde los quince o dieciséis años, tuve
curiosidad por el ser humano y por la diferencia que existe entre el hombre vestido
y el hombre desnudo; es decir, entre este tal como es y cómo se muestra en
público, e incluso como se mira al espejo. Mis novelas no han sido más que una
búsqueda de ese hombre desnudo», afirmó. Pero él mismo procuró que, en su caso,
el hombre desnudo que era permaneciese en el misterio.
Etiquetas: libros y escritores
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