Pasión por prohibir
(La columna de Carlos Herrera en el XLSemanal del 13 de septiembre de 2009)
Les entusiasma
prohibir. Nada realiza más a un cargo público que el ejercicio de una
prohibición. Es la manera que tienen algunos de sentir plenamente la
sensación de poder. Sólo cuando te fastidio puedo decir que estoy
mandando. Lo evidenciaba hace pocas semanas la gran estadista Trinidad
Jiménez cuando señalaba que la sociedad ya «está madura» para prohibirle
fumar en los bares. Para la ministra prohibicionista, la madurez
consiste en la capacidad de resignación de la masa cuando se le impone
una norma arbitraria. ¡Y yo que me he pasado la vida creyendo que la
madurez servía para exactamente lo contrario! Ya saben lo que eso
significa: cuando se le antoje a ella o a la anterior ministra-policía,
la señora Salgado, se acabó fumar en las zonas acotadas para ello en los
restaurantes. Como, si nos descuidamos, prohíben los chiringuitos en
las playas. ¿Qué daño hace que los bañistas puedan tomar un tinto y unas
sardinas entre baño y baño? ¿A qué clase de descerebrado totalitario se
le ocurre privar a los ciudadanos de uno de los encantos de las playas
españolas?: a los que albergan un pequeño tirano funcionarial dentro.
Por lo visto, esta próxima temporada será imposible beber una cerveza en
algunas playas españolas. Las valencianas están en ello. ¿Presumen que
si nos bebemos un botellín nos olvidaremos de nadar? ¿A nadie en su sano
juicio se le ocurre diferenciar la prohibición de beber alcohol en la
calle con la de beberse un tinto de verano debajo de una sombrilla?
¿Están agilipollados los tíos y tías que mandan? En el sur de Tenerife
van a prohibir, si no lo han prohibido ya, hacer castillos de arena en
la playa. Fumar en las playas está a punto de ser prohibido en muchas de
ellas –en algunas de Gerona ya lo está–, aunque usted recoja las
colillas en una lata, de coca-cola, por supuesto. Van a empezar a
parecerse a los enloquecidos malayos que han condenado a tres azotes a
una mujer que fue sorprendida bebiendo cerveza en un hotel. Lo próximo
acabará siendo un arco de detector de tabaco y laterío a la entrada de
las playas. Nada de nevera. Posiblemente, tampoco bocadillos. La playa
es nuestra, dirán, de los que mandamos, y nosotros decidimos si tiene
derecho a entrar y en qué condiciones. Una normativa, también
valenciana, impide colocar una sombrilla a menos de seis metros de la
orilla. Por cierto: ¿dónde, exactamente, empieza la orilla?
Más:
en Almuñécar, bellísimo enclave granadino, queda prohibido escuchar
música en sus playas. Pregunto: ¿tampoco con el iPod? ¿Ni siquiera el
informativo de medio día con un transistor chiquitito? Hombre, en
puridad, un informativo no lleva música...
En
Ciudad Real acaban de aprobar una ordenanza municipal por la que se
multa al ciudadano que corra por la calle. Si usted tiene prisa o se le
escapa el autobús, se jode. Y si aparca a más de veinte centímetros del
bordillo, multa al canto. ¿Se preocupan por nuestros infartos, por
nuestras articulaciones? ¿Entran en el lote los que visten chándal y
practican footing? ¿Caminar a paso rápido, casi al trote, también está
penado? ¿Se van a poner los guardias, radar en mano, a medir la
velocidad de los viandantes?
En
el país en el que una adolescente puede abortar sin comunicárselo a sus
padres no se va a poder tomar una cruzcampo a la orilla del mar. Ya
ven. ¡Pero qué puede esperarse de los amos y señores de Costas si
pretendían prohibir las centenarias Carreras de Caballos en la playa de
Sanlúcar de Barrameda aduciendo que se estaba haciendo uso de un dominio
público, lo cual resultaba intolerable!
Se
trata, en resumen, de que los españoles sepamos que vivimos de favor.
Los que mandan quieren darnos a entender que el poder lo tienen ellos y
que nosotros sólo somos objeto de prohibición. Yo propongo, ante tanta
estupidez, la desobediencia civil: todos a correr en Ciudad Real, todos a
beber cerveza en Valencia, todos a fumar en Gerona.
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