Quince anécdotas históricas
(Un artículo de Esteban Font en el XLSemanal del 23 de
diciembre de 2012)
¿Quién inventó el cepillo de dientes? ¿Y las máquinas
expendedoras? ¿Cómo se abrían las primeras latas de conservas? ¿Sabía que un
lepero fue rey de Inglaterra... y que no es ningún chiste? Javier Sanz, autor de
uno de los blogs de Historia más seguidos de la Red, ha reunido en un libro
cientos de curiosas anécdotas con las que amenizar cualquier cena.
La
jubilación, un invento romano.
Una de las claves de la rápida expansión de Roma fue su poderío castrense, representado
por las legiones. Eran perfectas estructuras militares, organizadas,
disciplinadas y con gran movilidad (recorrían hasta 50 kilómetros al día).
Estaban compuestas por ciudadanos alistados voluntariamente y, tras unas
rigurosas pruebas, ya adiestrados, debían permanecer en activo 20 años. Al
cabo, los veteranos se jubilaban y recibían una porción de tierra y un modesto
capital. Aunque el sueño de todos era volver con su familia para descansar y
ver cómo sus esclavos trabajaban la tierra, muchos decidieron quedarse en los
territorios conquistados.
El
legislador más honesto del mundo. Zaleuco
de Locris, en el siglo VII a. C., fue uno de los primeros legisladores griegos,
pero hoy, lamentablemente, no tendría cabida en la política. Un hijo suyo fue
acusado y condenado por un delito adulterio o robo, según las fuentes, cuya
pena era la pérdida de ambos ojos. El pueblo pidió a Zaleuco que lo perdonase.
«Perdonaré a medias a mi hijo, ya que no es él el único culpable, y mandaré que
le saquen solo un ojo anunció; el otro me lo sacaré yo, pues siendo su padre
debí haberlo educado mejor; así se dará cumplimiento a la ley, ya que esta nada
dice sobre qué ojos hay que sacar». También fue un político ingenioso. Para
erradicar de Locris la ostentación, la suntuosidad y ciertas costumbres,
legisló: «A una mujer libre, que no la acompañe más que una sirvienta, a no ser
que esté ebria. Que las mujeres no salgan de la ciudad por las noches, a no ser
que vayan a cometer adulterio. Que las mujeres no vistan ropas doradas ni
vestidos bordados, a no ser que sean prostitutas. Que los hombres no lleven
anillos dorados ni vestido semejante al milesio [el de los habitantes de
Mileto], a no ser que frecuenten prostitutas o vayan a cometer adulterio».
La máquina
expendedora llega de Egipto. Tomar
un refresco en cualquier lugar y a cualquier hora se lo debemos a Herón de
Alejandría (20-62 d. C.), un ingeniero y matemático que destacó por sus
inventos relacionados con la mecánica. Además de la primera máquina de vapor
(la eolípila) y la fuente de Herón (máquina hidráulica), también inventó la
primera máquina expendedora: un recipiente con una ranura en su parte superior
por la que se introducía la moneda, que, al caer, accionaba una palanca
conectada a un émbolo que subía y dejaba salir una cantidad, en este caso, de
agua.
El primer
cuerpo de bomberos. Los
incendios eran muy frecuentes en Roma en el siglo I: tenía 500.000 habitantes,
mucho material inflamable (paja, madera, telas...), iluminación con teas y
lámparas de aceite, calles estrechas llenas de tenderetes y, situados en puntos
estratégicos de la ciudad, unos cuantos esclavos armados con cubos de agua para
sofocar los fuegos. Tras el incendio del año 6 d. C., el emperador Augusto
decidió sustituir este sistema, totalmente ineficaz, creando un cuerpo de
vigilantes que hoy podríamos llamar el primer cuerpo de bomberos profesionales
de la Historia. El cuerpo de vigiles estaba formado por los aquarii
(aguadores), que formaban cadenas humanas para suministrar el agua; los siffonarii,
que arrojaban el agua al fuego con bombas de mano (sipho), similares a
jeringuillas gigantes; y los uncinarii, armados con lanzas provistas de ganchos
como las empleadas en la actualidad por los bomberos.
Roma,
pionera del 'fast food'. Los
romanos tenían ya sus restaurantes de comida rápida, como el Thermopolium y La
Caupona. El primero tenía una amplia barra de mármol en forma de ele con varios
dolia (recipientes de barro) incrustados para mantener ciertos guisos y bebidas
a la temperatura óptima; también taburetes y mesas dentro o fuera del local y
esclavos para atenderlas. La Caupona era una tienda de bebida y comidas frías
ya preparadas vino, chacinas, quesos o encurtidos para tomar allí o llevar. No
había bancos ni mesas; solo una barra exterior para los clientes. Ambos eran
llamados tabernae, el origen de nuestras tabernas. Los romanos también tenían
las mutatio. Dotadas de cuadras, caballos de refresco, forraje, repuestos para
los carros y veterinarios, cubrían las necesidades de los medios de transporte
de los viajeros. Estas estaciones de servicio estaban situadas cada 15
kilómetros en las calzadas romanas. Y cada tres mutatio se situaba una mansio,
donde se podía comer, darse un baño y dormir.
El primer
detector de seísmos. Es del
siglo I y lo inventó Zhang Heng, al que se le podría llamar el Da Vinci chino
por la gran variedad de disciplinas que dominó (astronomía, poesía,
matemáticas, literatura, geografía...). Su artilugio detectaba la dirección en
la que se había producido el terremoto, incluso a más de 600 kilómetros de
distancia. Era una especie de gran cazuela de cobre que llevaba adosados, en su
parte externa, ocho dragones con una bola, también de cobre, en su boca. Cuando
se detectaba un temblor, el dragón soltaba la bola y caía en la boca de unos
sapos distribuidos alrededor de la cazuela. Y eso indicaba la dirección de la
sacudida.
Un lepero,
rey de Inglaterra. Aunque a Lepe
se la relaciona con los chistes, esto no es ninguna broma. Juan de Lepe era un
marino de esta localidad onubense cuyo carácter debía de ser una mezcla del
Lazarillo de Tormes (pícaro), Juan Tamariz (tahúr) y el Follonero (bromista y
descarado), al que los avatares de la vida llevaron a la corte del rey de
Inglaterra Enrique VII. Llegó a ser una mezcla de confidente y bufón del rey.
El desapacible clima de la isla hacía que rey y plebeyo pasasen las horas, al
calor del hogar, tomando cervezas y jugando partidas de cartas o ajedrez. El
rey tenía fama de tacaño y las apuestas no iban más allá de alguna moneda,
hasta que un día, pensando que Juan se echaría atrás, se jugó las rentas de
Inglaterra aunque luego lo dejó en las de un día a una mano. Juan, sin
inmutarse, aceptó. Juan ganó y fue rey durante un día. Se dio una gran fiesta
en su nombre y aprovechó para llenarse los bolsillos. Tras la muerte de Enrique
VII, en 1509, el lepero decidió regresar a su casa antes de que Enrique VIII
decidiese su destino. Ya en su pueblo, se dedicó a disfrutar de la vida y de su
fortuna, pero también quiso ganarse el retiro celestial y donó parte de sus
riquezas al monasterio franciscano de Lepe con una condición: que se grabaran
en su lápida, a modo de epitafio, sus hazañas.
A prisión
por fumar. En una de las
expediciones a las islas (Cuba o La Española) en 1492, el marinero Rodrigo de Jerez
y el intérprete Luis de Torres se toparon con unos indígenas «siempre con un
tizón en mano y ciertas hierbas para saborear así el perfume, que son hierbas
secas envueltas en otra hoja, seca también, en forma de cilindro ahusado y
encendido por una punta». Ambos se aficionaron a esta costumbre indígena y, de
vuelta a la patria, trajeron consigo el maldito hábito. El primer europeo en
sufrir las consecuencias del tabaco fue Rodrigo de Jerez. Lo cogió tal gusto
que era habitual verlo fumar por la calle, exhalando humo por la boca y la
nariz. La gente murmuraba que había vuelto poseído por el demonio. Y si la
Inquisición oye la palabra demonio, allí se presenta. Condenado por brujería,
Rodrigo pasó varios años en la cárcel.
El cepillo
de dientes sale de la cárcel. En
1780, en Newgate, Inglaterra, se dice que por disturbios callejeros
encarcelaron a William Addis. En aquella época, los dientes se lavaban
frotándolos con un trapo o una tela de lino con sal u otras sustancias. Como
los trapos de prisión no debían de ser muy fiables, Addis buscó un sustituto
más higiénico. Se guardó un hueso de la cena y con un pequeño soborno a uno de
sus guardias consiguió unas cerdas, las unió y pegó en unos agujeros hechos
antes en el hueso... Al salir de prisión, fundó la compañía Addis, que aún hoy
existe, y comenzó a comercializar sus cepillos.
Un jarabe
'milagroso'. ¿Cómo se las
apañaban las madres hace más de un siglo para bajar la fiebre a los niños? Con
el jarabe de la señorita Winslow. Este remedio milagroso se lo debemos a
Charlotte Winslow, que lo comercializó a mediados del siglo XIX. Su efecto
calmante era mucho más rápido y eficaz que los antipiréticos actuales,
seguramente porque contenía morfina pura. En 1910, The New York Times
publicó un artículo desenmascarando estos calmantes que contenían «sulfato de
morfina, cloroformo y heroína». En 1911, la American Medical Association
publicó un estudio, Panaceas y charlatanería, en el que denominaba «asesino de
bebés» al jarabe de Winslow. Aun así, todavía tuvieron que pasar unos años
hasta que fue retirado.
¡Cuánta
lata dieron las latas! El
francés Nicolas Appert, en 1804, ideó el primer sistema de conservación de
comida. Introducía los alimentos en botes de cristal y, tras hervirlos,
quedaban herméticamente cerrados. Aunque Napoleón lo premió con 12.000 francos,
no tuvo éxito por la fragilidad del recipiente y porque el cierre hermético,
con tapones de corcho, dejaba bastante que desear. En 1810, el inglés Peter
Durand le dio una vuelta al invento y cambió los botes de cristal por
recipientes de hierro forjado recubiertos de estaño para evitar su oxidación.
Pero quienes se acabaron llevando la fama fueron Bryan Donkin y John Hall, que
compraron a Durand la patente por mil libras. El primer cliente de la nueva
empresa fue la Royal Navy. Pero las latas tenían un problema: aún no se había
inventado el abrelatas. Según las etiquetas de aquellos envases, se necesitaban
un martillo y un cincel para abrirlos. Muchos soldados utilizaban las
bayonetas, disparaban contra ellas o las golpeaban con piedras. El primer
abrelatas, inventado en 1855, fue patentado por Ezra J. Warner.
La cena
más cara de la Historia.Cleopatra,
reina de Egipto, intentó impresionar a Marco Antonio, enviado de Julio César,
apostando que era capaz de cenarse diez millones de sestercios (con una sola de
estas monedas se cenaba y dormía en una mansión). Marco Antonio aceptó. En la
cena se sirvieron manjares, pero nada como para alcanzar esa cifra. Cleopatra
lucía un impresionante collar con dos perlas. Se dirigió al juez de la
contienda y le preguntó cuánto podría valer cada una de ellas. «Unos cinco
millones de sestercios», contestó. La reina echó una de las perlas en una copa
con vinagre. Al estar formada por carbonato de calcio, reaccionó al aliño y se
disolvió. Y Cleopatra se bebió la perla. No le hizo falta tomarse la segunda;
Marco Antonio se dio por vencido.
La falta
de comida causa la primera huelga.La
primera huelga, según un papiro del Museo Egipcio de Turín, se dio en Egipto en
la época de Ramsés III (1198-1166 a. C.). La provocó el retraso en la entrega
de las raciones alimenticias que formaban parte del sueldo de los obreros.
Estos llevaban más de 20 días sin recibirlas porque el gobernador de Tebas
oriental las había interceptado. Pese a la imagen de los esclavos trabajando en
las pirámides, los últimos hallazgos evidencian que estos estaban bien
alimentados, organizados y eran libres. Se dividían en grupos de 40 a 60,
dirigidos por un capataz y supervisados por un escriba, que anotaba la marcha
del trabajo y las ausencias. Las causas justificadas eran embalsamar a un
familiar, la picadura de un escorpión o la embriaguez.
El primer
impuesto sobre la renta. En la
Florencia de 1427 se instituyó el castato (catastro) como un registro de la
titularidad de las tierras. Con esa lista como referente se estableció el
primer impuesto sobre la renta de la historia, que rompía con los tributos
medievales establecidos; todos, indirectos. Según este impuesto, todos los
cabeza de familia debían presentar, cada tres años, un informe de su riqueza:
ingresos, propiedades, deudas y los miembros que constituían la familia. Era
progresivo (a mayor ganancia o renta, mayor era el porcentaje que pagar) y, a
diferencia de los actuales, se podían incluir quejas, sugerencias, peticiones...
Por otra parte, también existían las «benditas exenciones», como los inmuebles
y las obras de arte.
Un trabajo
'sucio', pero disputado. El peor
oficio de la historia ha sido el de groom of the stool (literalmente,
novio o mozo de las heces); en cristiano, limpiaculos. Lógicamente, solo el rey
podía permitirse el lujo de disponer de un groom of the stool. Su
labor consistía en la limpieza de las partes íntimas del monarca después de que
él defecara. Aunque parezca extraño, el hecho de que uno de sus miembros
ocupase tan distinguida tarea era motivo de disputas entre las familias de los
nobles. Compartir momentos tan íntimos llegó a convertir al limpiaculos en un
confidente real y, en algunos casos, en secretario personal del rey. Uno de los
más famosos fue Sir Henry Norris, que ejerció durante el reinado de Enrique
VIII. Tan implicado estaba en las intrigas de palacio que fue acusado de
adulterio con Ana Bolena y, por ello, después decapitado.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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