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sábado, marzo 9

Breve historia de la democracia estadounidense III: Estado federal



En la misma década se aprobaron ordenanzas para regular la incorporación de nuevos territorios a la Confederación. Pero el camino hacia la Constitución no fue fácil. Los federalistas, dispuestos a reforzar la Unión, se enfrentaron a los partidarios de dejar las cosas como estaban. Sus tesis se impusieron y en septiembre de 1787 se aprobó la Constitución de Estados Unidos. El 4 de marzo de 1789 se reunió en Nueva York el primer Congreso constitucional. Y el 30 de abril, George Washington fue investido presidente. Como Filadelfia y Nueva York pugnaban por la capitalidad se optó por construir una ciudad a orillas del río Potomac. Washington sería el centro neurálgico institucional de Estados Unidos. 

Comenzó un periodo de relativa tranquilidad. John Adams sucedió a Washington, y Jefferson a Adams (curiosamente, ambos, otrora amigos y luego rivales, morirían el mismo día: precisamente un 4 de julio de 1826). El tercer presidente duplicó el tamaño de la nación. Tras una larga negociación, pilotada primero por Livingstone y luego por Monroe, el 4 de julio de 1803, gracias a los préstamos bancarios y a que Napoleón quería ganarse un aliado, Jefferson anunció la compra de Luisiana, el Valle del Misisipi y Nueva Orleáns. El paquete costó 15 millones de dólares: una ganga por 400 millones de hectáreas de tierra fértil. 

Apenas un año más tarde, Estados Unidos asistió al duelo más famoso de su Historia: el vicepresidente Burr (demócrata) liquidó a Alexander Hamilton (federalista), definitivamente irritado al considerar como enésimo agravio que el conservador promocionara a Thomas Jefferson (del partido de Burr) como presidente. 

Su sucesor, Madison, se enfrentó a la crisis más profunda desde la independencia: la Guerra de 1812 con Inglaterra. Fue un empeño personal suyo porque los demócratas primaban la relación con Francia (Jefferson, que había sido embajador en el país galo, se declaró entusiasta de su Revolución); y los federalistas, las alianzas con Inglaterra. La guerra no sirvió para nada porque en 1814 el Tratado de Gante retornó a los contendientes a las fronteras de 1812. Solo sirvió para que el fervor patriótico arrastrara al partido federalista. 

El siguiente presidente fue nuevamente demócrata. James Monroe pasó a la posteridad por la Doctrina Monroe, cuyo sentido era librar al continente de opresiones coloniales. Un siglo después, la doctrina se interpretó no solo en sentido defensivo: Estados Unidos asume el papel de asegurar la estabilidad del continente y se atribuye algunas facultades de injerencia en los países de su entorno. Su estabilidad depende de la estabilidad de su área de influencia económica y política.

En el siglo XX convivieron en Latinoamérica tanto la Doctrina Monroe como el Plan de Paine: "Nuestro plan es el comercio", aseguró. No harían falta alianzas militares, bastarán fluidas relaciones comerciales. La colonización económica precipitó, por ejemplo, la independencia de Panamá en 1903. 

Tras John Quincy Adams, llegó Andrew Jackson uno de los presidentes mejor valorados, acaso por su fama de hombre común. Y eso que sus mandatos fueron convulsos: Carolina del Sur desafió a la Unión y el presidente abolió el Banco Nacional, una medida controvertida y no carente de populismo. Con él se inició una nueva práctica en la política estadounidense: el partido ganador ocupará todos los altos cargos de la Administración, lo que se conoce como spoil system.

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