Centenario de Capra
(Un texto de Victor
Rodríguez en El Magazine de El Mundo del 13 de octubre de 2013)
El 22 de octubre de 1913
nació en Budapest Endre Friedman, el reportero que, con el nombre de Robert Capa,
alumbró el foto periodismo de guerra. Su centenario y una exposición con
instantáneas suyas y de otros siete fotógrafos de la legendaria agencia Magnum,
de la que fue fundador, vuelven a poner de actualidad al autor de, entre otras
75.000, la fotografía del miliciano abatido.
A finales de 1931, en
plena Gran Depresión, las cosas en Berlín no eran fáciles. Menos aún para un
chaval judío de 18 años llegado solo desde Budapest unos meses antes con dos
camisas, una chaqueta, unas botas y dos pantalones bombachos. Años después, en París,
afrancesaría su nombre y se haría llamar André Friedman poco antes de cambiarlo
definitivamente por el de Robert Capa y convertirse en el fotógrafo de guerra más
famoso de todos los tiempos. Pero entonces aún era Endre Friedman, ni siquiera
había empezado a hacer fotos.
Su familia había dejado de
enviarle dinero desde Hungría y vivía en una modesta pensión. La dueña de la casa
tenía un perro al que mimaba, entre otras atenciones, con una chuleta diaria.
Endre se dio cuenta y pensó que ya tenía resuelto el problema de las cenas. Hasta
que su casera advirtió que el animal estaba perdiendo lustre. Un día vio al joven
quitarle la chuleta al perro. Endre salió corriendo por una ventana con lo
puesto y no volvió a poner un pie en la pensión.
El episodio aparece contado
en la biografía canónica del fotógrafo, la escrita en 1985 por Richard Wheelan (editada
en España por Aldeasa en 2003). Probablemente no sea del todo cierto o, cuando menos,
estará embellecido por el propio Capa, que, además de un excelente fotógrafo, era
un extraordinario narrador que en 1947 publicó unas apreciables memorias de guerra
tituladas Ligeramente desenfocado (La
Fábrica Editorial, 2009). Sin embargo, aun exagerado, ofrece un buen boceto del
personaje: un tipo listo, decidido, con el encanto del pícaro y la suerte de su
lado para salir de los apuros.
Robert Capa […] puede ser
muchas cosas. El fotógrafo que cubrió cinco guerras. El romántico comprometido
contra el fascismo. El que enseñó a mirar con empatía. El hombre de acción y
éxito que bebía con Ernest Hemingway, jugaba al póquer con John Houston y se
acostaba con Ingrid Bergman. El impulsor de la legendaria agencia Magnum… Pero
nunca dejó de ser el tío avispado, valiente y confiado en su suerte. De hecho,
esa pudo ser su mayor virtud como fotógrafo.
“Capa revoluciona la forma
de acercarse a la noticia fotográfica”, explica Chema Conesa, fotógrafo y editor
gráfico. “El tiene claro que si no estás en el sitio el primero o uno de los
primeros, no hay foto. Es el principio elemental del periodismo. ¿Y qué hace?
Pues estar. Y en eso es un maestro. Es un habilísimo jugador, no solo de
póquer, que arriesga, que sabe ganarse a la gente y que está donde ocurren las
cosas. Que se la juega porque hay que asumir ese riesgo. Lo suyo era estar en
el sitio y el disparo seco, no era un gran esteta. Pero consiguió iconos de la
fotografía".
En cierto modo, fue hijo
de su tiempo. Si existió una época idónea para ser fotógrafo de guerra fueron
los años 30 del siglo pasado. "Confluyeron varias circunstancias",
asegura Rosario Peiró, jefa de colecciones del Museo Nacional Centro de Arte
Reina Sofía de Madrid. ''Por una parte, una revolución técnica, la aparición de
las cámaras de 35 mm, compactas, más ligeras, que no requieren trípode, y las películas
flexibles, que permiten exposiciones más rápidas y tomar fotos con mucha menos
luz. Y por otra, el nacimiento de la fotografía documental, incluso de la fotografía
como documento político, y el auge del fotoperiodismo". Las dos grandes revistas gráficas francesas, Vu y Regards,
nacieron en 1928 y 1932, respectivamente. La norteamericana Life, en 1936. Para las tres trabajó Capa
con frecuencia.
El ascenso del nazismo
le obligó a huir de Berlín y acabó recalando en París. En la capital francesa
fue donde se consolidó como fotógrafo junto a amigos como David Seymour Chim o Henri Cartier-Bresson. Y,
seguramente, donde más feliz fue en toda su vida.
También fue donde se
convirtió en Robert Capa. Llegó allí en septiembre de 1933. Allí conoció a otra
refugiada judía como él, ella de origen alemán, menuda, con el pelo corto teñido
de pelirrojo, inteligente, vivaz. Se llamaba Gerda Pohorylles y acabó siendo el
gran amor de su vida. Pero antes fue algo así como su mánager. Y tuvo una idea para
elevar sus honorarios. Si en vez de un refugiado húngaro sin un duro, las fotos
las hacía un enigmático fotógrafo cosmopolita llamado Robert Capa (eligieron el
nombre por el director Frank Capra), podrían venderlas por 150 francos en vez de
los 50 habituales. La propia Gerda, que empezó igualmente a hacer fotos,
también cambiaría su apellido: Gerda Taro.
El ardid no les duró
mucho. A los tres el meses Lucien Voguel, editor de Vu, ya sabía perfectamente que Capa era Friedman. Aun así, siguió
encargándole trabajos. De hecho, financió su primer viaje, con Gerda y otros
fotógrafos, para cubrir la Guerra Civil española. Y en Vu se publicó por primera vez, el 23 de septiembre de 1936, la fotografía
más famosa de la Leica de Robert Capa: el miliciano abatido.
Hoy existen más dudas
que certezas sobre esa foto. En una entrevista radiofónica en 1947 Capa contó
que cuando la sacó, el 5 de septiembre de 1936, los nacionales disparaban
ráfagas de ametralladora y que la hizo sin mirar. Pero el hecho de que no se
vean impactos en el cuerpo del miliciano ha llevado a muchos a pensar que fue
una escenificación. Posiblemente ni siquiera fuera tomada en Cerro Muriano sino
en El Espejo, también en Córdoba, pero a 10 kilómetros del frente. En el documental
de 2007 La sombra del iceberg, en el
que se aborda su autenticidad con el concurso de forenses, fotógrafos y astrofísicos
se cuestiona hasta la autoría, sugiriendo que igual que Capa, la pudo haber
hecho Gerda Taro.
"Posiblemente nunca
sepamos lo que pasó realmente", tercia Peiró. “Las personas que pudieron
ser testigo ya no están y el negativo desapareció. Pero tampoco tiene tanta
importancia. Es una fotografía muy conseguida en cuanto a composición,
encuadre, movimiento, ritmo, con ese desenfoque... y tanto si fue escenificada
como si no, hoy es un icono'”.
Después de esa foto y de
muchas más, también muy impactantes, algunas de una ternura conmovedora,
tomadas en Madrid, Bilbao o Barcelona, la fama de Capa se disparó en todo el mundo. Picture Post llegó a señalarle, en 1938,
con 25 años, “el más grande fotógrafo de guerra del mundo". Y aún estaban
por venir las 11 magníficas.
El 6 de junio de 1944,
Capa acompañaba al 16º Regimiento de la 1ª División de Infantería del Ejército
de EEUU en la playa de Omaha. Estaba ante una de las operaciones decisivas de
la II Guerra Mundial, el desembarco de Normandía, y fiel a su máxima de que “si
la foto no es suficientemente buena es que no estabas suficientemente cerca",
iba empotrado entre los soldados que repelían el fuego alemán. "No era
nada agradable estar allí y, como no tenía otra cosa que hacer, me puse a sacar
fotos", escribe Whelan que comentó Capa tiempo después.
Tomó 72 instantáneas, un
carrete de 36 con cada una de las dos cámaras Contax que llevaba. Las películas
llegaron a la redacción de Life en
Londres al día siguiente. Con las prisas metieron los negativos en la secadora
a la máxima temperatura y los arruinaron. Solo se pudieron revelar 11 fotos que
quedaron algo borrosas, ligeramente desenfocadas. Pero ese desenfoque realzaba
el dramatismo. Quizá sean las mejores fotografías de guerra jamás hechas. Uno
las contempla, 69 años después, y se ve allí, desembarcando con los aliados. “No
me interesa hacer imágenes bonitas", había dicho alguna vez.
"Prefiero una buena imagen imperfecta desde el punto de vista técnico a
una mala imagen técnicamente perfecta".
En la confusión del Día D, Capa llegó a ser dado por muerto.
Incluso se le montó un velatorio. Pero no, la muerte no le había citado ese
día, sino 10 años más tarde.
En 1954 cubría la guerra
de Indochina. El 25 de mayo viajaba en un convoy francés hacia Doai Than. Hacia
las 14.50h, se detuvieron y salió a merodear. Pisó una mina y sonó una
explosión seca. Lo hallaron mutilado, boca arriba, con su Contax en la mano.
Tenía 40 años. "Disparar una cámara no es un trabajo para un hombre hecho
y derecho”, le había dicho a una antigua novia unas semanas antes.
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