Las casualidades que cambiaron el mundo
(Un texto de Gonzalo
Ugidos publicado en el suplemento dominical de El Mundo del 27 de octubre de
2013)
El nuevo libro de Gonzalo
Ugidos, Chiripas le la historia (La
Esfera de los Libros), es una antología de los imprevistos que han forjado el
destino de la Humanidad. El autor repasa […] las curiosas biografías de los
personajes que cambiaron el mundo y las chambas más relevantes de la ciencia.
Lo previsible es que no pase
lo que habíamos previsto, que lo que esperarnos no sea lo que nos espera. El origen
de la vida es la Gran Casualidad, la madre de todas las casualidades, que ha
determinado la Historia de los hombres. Esta fue la secuencia de chiripas que nos
trajeron al mundo: algunas moléculas caídas del cielo se instalaron en las
lagunas primigenias e inventaron la vida. Aquella Tierra primitiva se benefició
de la cercanía del Sol. Estaba a la distancia adecuada, lo bastante cerca para recibir
los rayos infrarrojos y ultravioletas capaces de provocar reacciones químicas, aunque
lo bastante lejos para que no ardiera todo. Esta distancia adecuada es una manera
de hablar de la absoluta casualidad.
Estimulo para el progreso. Martín Lutero padecía estreñimiento crónico
y estaba convencido de que el demonio se alojaba en sus intestinos. En cada evacuación
realizaba una especie de exorcismo en el que echaba mano de toda su energía
para expeler al maligno. La astricción del monje alemán lo convirtió en un joven
airado que veía al diablo por todos lados. Si Lutero hubiera tomado más fibra y
le hubieran funcionado los intestinos como Dios manda, las guerras de religión
no habrían perturbado Europa. Pero también la Humanidad habría perdido un decisivo
estímulo para su progreso. Satanás en el vientre de Lutero le inspiró la Reforma
que incubó la ética protestante que, a su vez, fue el motor del capitalismo.
Destino real. La casualidad es como un pato nadando: lo que ves es aparente
inmovilidad, pero debajo del agua no para de mover las patas. La reina Victoria
reinó durante 63 años, siete meses y dos días. Ni su reinado ni sus descendientes
habrían existido si, cuando tenía siete meses, su cuna hubiera estado dos centímetros
más cerca de la ventana. Era el día de Navidad de 1819 y la bebé Victoria estaba
en una mansión llamada Woolbrook Cottage. Un chico estaba cazando pájaros y uno
de sus disparos rompió la ventana de la habitación donde dormía la princesa. La
bala silbó tan cerca de su cabeza que levantó la colcha de la cuna. En su larga
vida como reina, Victoria sufrió siete atentados. De todos salió ilesa. Unos nacen
estrellados y otros con estrella. La reina Victoria nació con un firmamento entero.
Era hija del príncipe Eduardo, cuarto hijo de Jorge III. Tanto el príncipe como
el rey murieron en 1820. Tras la muerte sin descendencia legítima de los tíos, Victoria
heredó el trono a los 18 años. De chamba, vaya.
Grandes errores. El escritor Horace Walpole acuñó la palabra serendipia para referirse a los
descubrimientos por accidente. La serendipia
es la madre de cientos de descubrimientos. Colón, por ejemplo, descubrió un
nuevo continente por un error que se convirtió en bendito azar, su valoración incorrecta
del tamaño del mundo le permitió desembarcar en América. La casualidad dibuja a
veces resplandores paradójicos. Un día, un estudiante de Harvard debía tomar el
tren para viajar hasta la ciudad donde vivían sus padres. Cuando llegó a la
estación, tropezó y cayó a las vías. Fue rescatado por un actor que iba camino de
Filadelfia para visitar a su hermana. El estudiante se llamaba Robert Lincoln, y
el actor era Edwin Booth, el hermano de John Wilkes Booth, quien en 1865 asesinaría
al padre del estudiante, el presidente Abraham Lincoln.
Hitos científicos. Por casualidad descubrió Arquímedes su Principio
y Fleming la penicilina; pero en la colección de hitos científicos casuales hay
otros descubrimientos colosales como el estetoscopio. En 1816 el médico francés
René Laennec se encontró ante una paciente que sufría una afección cardiaca, era
joven y estaba de toma pan y moja. Por pudor, Laennec no podía recurrir al sistema
habitual de exploración; o sea, pegar su oreja al pecho desnudo de la mujer. Y menos
aún palparlo con sus manos. Improvisó un canutillo con un periódico y se quedó atónito
al comprobar que amplificaba el sonido.
La vida es una concatenación de azares y uno de sus más
fascinantes misterios es el éxito. Hablamos de las circunstancias, de la suerte,
del talento, de la astucia, pero a menudo se trata de chiripa. Hollywood es la
Meca del cine por una moneda lanzada al aire. Rock Hudson era cartero cuando lo
descubrió un agente al entregarle una carta. Si el destino existe, solo puede ser
un nido al que vuelan las casualidades.
Etiquetas: Culturilla general, Pequeñas historias de la Historia
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