El milagro de La Nueva Gloria
(La columna de Almudena
Grandes en El País Semanal del 2 de enero de 2011)
Era una caja de cartón
corriente, más bien pequeña, y algo en su aspecto le llamó la atención.
José Alberto Gutiérrez
estaba muy acostumbrado a ver cajas de cartón en la calle, porque desde hacía
tiempo trabajaba de noche, como conductor de un camión de recogida de basuras en
la ciudad de Bogotá. Junto a los cubos, en las esquinas o aliado de las
papeleras, las cajas de cartón formaban parte del paisaje de su vida, pero aquella
le pareció especial. Parecía que alguien hubiera puesto mucho cuidado en
abandonarla, porque estaba cerrada, apartada de las bolsas, casi alineada con
las baldosas de la acera. Por eso, mientras sus compañeros se afanaban en la
parte trasera, él se bajó del camión y se acercó a ella. Al levantarla en vilo,
comprobó que estaba llena, y como pesaba mucho, volvió a dejarla en el suelo
antes de abrirla. Entonces, a la luz de una farola, leyó dos nombres. Arriba,
en letras mayúsculas, León ToIstoi. Debajo, en caracteres más grandes, de
florida caligrafía, Ana Karenina.
Aquella caja estaba
llena de libros. No le dio tiempo a leer más títulos, porque cuando levantó el
primero, sus compañeros le reclamaron. Ya habían terminado y quedaba mucha basura
que recoger, así que José Alberto volvió al camión, pero decidió llevarse la
caja con él. Al volver a casa, antes de acostarse, fue mirando todos aquellos
libros, leyendo los títulos y los textos de las solapas, estudiando sus
portadas y las fotos de sus autores para colocarlos después en una estantería.
Se reservó, eso sí, Ana Karenina, para
empezar a leerlo inmediatamente.
Esa novela de Tolstoi
cambió la vida de José Alberto Gutiérrez. También su trabajo, porque desde que la
encontró, salió cada noche a recorrer las calles de Bogotá de otra manera.
Estaba seguro de que el propietario de aquella caja se había desprendido de sus
libros porque no tenía más remedio, porque necesitaba el espacio que habían
ocupado hasta entonces para otros nuevos, porque se había mudado, había tenido
un hijo o había heredado una biblioteca con títulos duplicados. De lo contrario,
calculó, los habría arrojado en el cubo de su casa o de mala manera sobre un
contenedor. Eso significaba que la ciudad estaba llena de cajas que le
esperaban, y que su misión era encontrarlas, recibir los libros sin futuro que
sus dueños le habían encomendado, y darles cobijo, un nuevo lector, una nueva
vida.
José Alberto encontró
muchos otros libros en cajas de cartón, más bien pequeñas, posadas con cuidado
sobre las baldosas de la acera, a veces solitarias, a veces en grupos de dos o
tres, cerca de los portales de edificios en obras, de los camiones de mudanzas,
de los solares donde se apilaban muebles rotos o trastos viejos. Y siguió
rescatándolos, mirándolos, acariciándolos, atesorándolos en sus estanterías
como si fueran nuevos. Hasta que llegó a tener tantos que su riqueza empezó a parecerle
un abuso. Si Bogotá le regalaba libros todas las noches, sería justo que él se
los devolviera a Bogotá algún día.
Aunque el nombre de su
barrio es La Nueva Gloria, allí nunca había existido ninguna biblioteca pública.
José Alberto Gutiérrez miró hacia arriba y después a su mujer, Luz Mery, cuyo
taller de costura ocupaba toda la primera planta de la casa. Los libros hacen
más falta, le dijo, y cuando la convenció, su casa se convirtió en la primera biblioteca
comunitaria de La Nueva Gloria, un lugar para leer, para tomar y devolver
libros prestados, para compartir lecturas. La mirada amorosa de Ana Karenina preside
desde entonces muchas otras historias de un amor más feliz que el suyo, el amor
de muchos adultos, muchos niños del extrarradio bogotano que han descubierto la
emoción de la literatura en unas páginas rescatadas de la basura.
Esta biblioteca tiene un
nombre, La Fuerza de las Palabras. Y
un lema aún más hermoso. Siempre imaginé
que el paraíso sería algún tipo de biblioteca. Jorge Luis Borges escribió
estas palabras, y José Alberto Gutiérrez las tomó prestadas para situar a su
amparo un proyecto cada vez más ambicioso. Ahora, cuando personas de toda Colombia
le envían a diario libros nuevos y usados para ampliar unos fondos que cuentan
ya con más de diez mil títulos, ha convertida la primera planta de su casa en
la sede de una fundación que aspira a sostener nuevas bibliotecas comunitarias
en distintos barrios marginales de Bogotá, y no descarta extenderlas a otras
ciudades de Colombia. Quien desee seguir la trayectoria de este pequeño y gran milagro,
puede consultar su página web, www.lafuerzadelaspaiabras.com.
En diciembre de 2010,
José Alberto Gutiérrez acudió a la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara, México, para dar difusión a su proyecto. Después, volvió a Bogotá,
donde sigue conduciendo cada noche un camión de la basura.
Etiquetas: Cuentos y leyendas
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