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lunes, marzo 24

Ganar en la lotería



(Un texto de Carlos Salas en el suplemento económico de El Mundo del 20 de diciembre de 2009)

¿Qué posibilidades tiene un ciudadano de que le toque el Gordo de Navidad? ¿Hay más suerte si uno se acerca a Doña Manolita o La Bruixa D'Or? ¿Se puede predecir el Gordo como lo intentó Anthony Blake? ¿Hay gente con poderes extrasensoriales que nos harían más ricos si nos confesaran el número de la suerte? ¿Está escrito el premio en los renglones de la Biblia? ¿En el horóscopo? 

Unos periodistas se acercaron a un matemático del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y le realizaron algunas de esas preguntas sobre el Gordo de Navidad, el premio de lotería más famoso del mundo. El matemático movió la cabeza: «Las posibilidades de conseguir el Gordo son exactamente las mismas, sea cual sea el número con el que juegue, sin distinción alguna entre uno u otro», dijo a la agencia Efe Manuel de León. Los resultados obtenidos dependen «única y exclusivamente del azar».
Es decir, si se meten en el bombo 85.000 bolas, eso significa, según este matemático, que con un décimo, usted tiene una posibilidad entre 85.000 de que le toque. Da igual si está en Barbate como en la Gran Vía de Madrid. Las posibilidades son las mismas. ¿No le convence este razonamiento? Es normal: en lugar de pensar de forma razonable, cada año todos compramos los décimos de Navidad asaltados por sensaciones ocultas, sueños premonitorios, horóscopos, intuiciones inexplicables o el paso de los cometas. Lo irracional gana la batalla a tres siglos de ilustración, lógica y matemáticas. 

Por ejemplo, el caso de Doña Manolita o La Bruixa D'Or. Son las dos agencias más afortunadas porque siempre les cae un premio. ¿Magia? Cualquier matemático diría que las probabilidades de que les toque un gran premio a estas agencias son más altas que otras porque venden más décimos que otras. Lo cual tiene un efecto bola de nieve porque como siempre les toca algún premio, cada año más gente cree que esas agencias tienen poderes magnéticos que atraen a la suerte. 

Las agencias de lotería no son tontas. Conociendo la psicología irracional del comprador, lo primero que hace una agencia bendecida por la suerte es colgar un cartel que dice: aquí tocó el primer premio, el segundo o el tercero. Al pasar por ahí, los viandantes piensan que si ha caído en esa agencia, es por un designio divino, creencia absurda que se engrandece cuando, miles de personas piensan igual y entran a comprar lotería en ese sitio. Claro: y vuelve a tocar. «¡Aja!, ¿ves que yo tenía razón? Esa agencia tiene algo mágico». 

Hay otras manifestaciones del misterio: frotar el billete en la chepa de un jorobado o en la barriga de una embarazada; o comprar un número relacionado con una fecha especial (por ejemplo, la muerte de Michael Jackson, 25.609). Según la Onlae (la Organización de Loterías), hay gente que compra décimos de Navidad influida por su signo astrológico. Los loteros en cambio afirman que una de las terminaciones más codiciadas es 666, la clave del diablo, lo que revela que, tras dos milenios de cristianismo, el demonio tiene muchos seguidores. 

Hay personas que compran lotería sólo cuando su acompañante lo hace en ese momento. Por si acaso. Es la codicia instantánea. Otras entran a un restaurante de carretera porque se les ha pinchado una rueda, ven un número colgado entre las botellas de pacharán y se dicen: «si estoy aquí, frente a ese número no es por casualidad sino por alguna razón oculta». Y entonces, compran varios décimos. Las hay, como en mi caso, que tuvieron un sueño y se encontraron en un bar con ese mismo número. Nada. Ni la terminación. 

Eso quiere decir que las cosas no han cambiado desde que el 30 de septiembre de 1763 el marqués de Esquilache firmase el real decreto que creaba la Lotería. En 1812 se reformó y se creó el sistema conocido hasta hoy. El caso es que apenas comenzó este juego, nacieron un montón de farsantes que, aprovechando ese fondo enigmático que tenemos todos los mortales, vendían métodos para acertar el gran premio: usos cabalísticos, diccionarios de interpretación de sueños, barajas españolas... 

La cábala es uno de los sistemas más arraigados en la tradición adivinatoria pues está relacionada estrechamente con la numerología. En teoría, la Cábala era una revelación secreta de Dios a sus profetas. Pero en el siglo XII los sefardíes españoles creyeron que se podían descifrar los mensajes de Dios aplicando unas tablas. A cada letra del alfabeto le otorgaron un número de modo que una frase en la Tora, el libro sagrado judío, en realidad contenía una revelación como si fuera un capítulo de El Código Da Vinci. Los farsantes se basaron en esas cábalas para vender almanaques de Lotería en el siglo XVII y tuvieron enorme éxito. Los expendedores de lotería permitían que estos farsantes vendieran sus cuadernos en la misma agencia, pues así atraían más compradores. Era como si doña Manolita patentara su método, uno que no existe, claro. 

Las cábalas crecieron tanto que, el 10 de octubre de 1820, el Congreso trató seriamente el asunto en una discusión de los presupuestos, y algunos diputados se preocuparon de la superstición y fanatismo que generaban las cábalas. Las cosas no han cambiado. Hace unos años, el mago Anthony Blake juró que adivinaría el Gordo de Navidad. Colocó una urna sellada en un centro comercial, dentro de la cual estaba el número del Gordo. Cuando se celebró el sorteo, la urna fue abierta y en efecto, había acertado el número 08.103. Todo el mundo pensó que el mentalista tenía poderes extraordinarios, y que desafiaba la lógica: era un nuevo cabalista. 

Luego, este periódico descubrió que había un enano-trampa. Era tan pequeñito que cabía en la peana que sostenía la urna. Escribió el número en un cuaderno cuando se o soplaron. Pero a pesar de que el truco fue destapado, eso no acabó con la magia de una fecha que durante siglos continuará pegada al fondo mitológico e inexplicable del ser humano.