Ganar en la lotería
(Un texto de Carlos Salas en el suplemento económico de El Mundo del 20
de diciembre de 2009)
¿Qué posibilidades tiene un ciudadano de que le toque el Gordo
de Navidad? ¿Hay más suerte si uno se acerca a Doña Manolita o La Bruixa D'Or?
¿Se puede predecir el Gordo como lo intentó Anthony Blake? ¿Hay gente con
poderes extrasensoriales que nos harían más ricos si nos confesaran el número
de la suerte? ¿Está escrito el premio en los renglones de la Biblia? ¿En el
horóscopo?
Unos periodistas se acercaron a un matemático del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas y le realizaron algunas de esas
preguntas sobre el Gordo de Navidad, el premio de lotería más famoso del mundo.
El matemático movió la cabeza: «Las posibilidades de conseguir el Gordo son
exactamente las mismas, sea cual sea el número con el que juegue, sin distinción
alguna entre uno u otro», dijo a la agencia Efe Manuel de León. Los resultados
obtenidos dependen «única y exclusivamente del azar».
Es decir, si se meten en el bombo 85.000 bolas, eso significa,
según este matemático, que con un décimo, usted tiene una posibilidad entre 85.000
de que le toque. Da igual si está en Barbate como en la Gran Vía de Madrid. Las
posibilidades son las mismas. ¿No le convence este razonamiento? Es normal: en
lugar de pensar de forma razonable, cada año todos compramos los décimos de
Navidad asaltados por sensaciones ocultas, sueños premonitorios, horóscopos, intuiciones
inexplicables o el paso de los cometas. Lo irracional gana la batalla a tres
siglos de ilustración, lógica y matemáticas.
Por ejemplo, el caso de Doña Manolita o La Bruixa D'Or. Son
las dos agencias más afortunadas porque siempre les cae un premio. ¿Magia?
Cualquier matemático diría que las probabilidades de que les toque un gran premio
a estas agencias son más altas que otras porque venden más décimos que otras.
Lo cual tiene un efecto bola de nieve
porque como siempre les toca algún premio, cada año más gente cree que esas
agencias tienen poderes magnéticos que atraen a la suerte.
Las agencias de lotería no son tontas. Conociendo la
psicología irracional del comprador, lo primero que hace una agencia bendecida
por la suerte es colgar un cartel que dice: aquí tocó el primer premio, el
segundo o el tercero. Al pasar por ahí, los viandantes piensan que si ha caído
en esa agencia, es por un designio divino, creencia absurda que se engrandece
cuando, miles de personas piensan igual y entran a comprar lotería en ese sitio.
Claro: y vuelve a tocar. «¡Aja!, ¿ves que yo tenía razón? Esa agencia tiene
algo mágico».
Hay otras manifestaciones del misterio: frotar el billete en
la chepa de un jorobado o en la barriga de una embarazada; o comprar un número
relacionado con una fecha especial (por ejemplo, la muerte de Michael Jackson, 25.609).
Según la Onlae (la Organización de Loterías), hay gente que compra décimos de
Navidad influida por su signo astrológico. Los loteros en cambio afirman que una
de las terminaciones más codiciadas es 666, la clave del diablo, lo que revela
que, tras dos milenios de cristianismo, el demonio tiene muchos seguidores.
Hay personas que compran lotería sólo cuando su acompañante
lo hace en ese momento. Por si acaso. Es la codicia instantánea. Otras entran a
un restaurante de carretera porque se les ha pinchado una rueda, ven un número
colgado entre las botellas de pacharán y se dicen: «si estoy aquí, frente a ese
número no es por casualidad sino por alguna razón oculta». Y entonces, compran
varios décimos. Las hay, como en mi caso, que tuvieron un sueño y se
encontraron en un bar con ese mismo número. Nada. Ni la terminación.
Eso quiere decir que las cosas no han cambiado desde que el
30 de septiembre de 1763 el marqués de Esquilache firmase el real decreto que
creaba la Lotería. En 1812 se reformó y se creó el sistema conocido hasta hoy. El
caso es que apenas comenzó este juego, nacieron un montón de farsantes que, aprovechando
ese fondo enigmático que tenemos todos los mortales, vendían métodos para
acertar el gran premio: usos cabalísticos, diccionarios de interpretación de
sueños, barajas españolas...
La cábala es uno de los sistemas más arraigados en la
tradición adivinatoria pues está relacionada estrechamente con la numerología.
En teoría, la Cábala era una revelación secreta de Dios a sus profetas. Pero en
el siglo XII los sefardíes españoles creyeron que se podían descifrar los
mensajes de Dios aplicando unas tablas. A cada letra del alfabeto le otorgaron un
número de modo que una frase en la Tora, el libro sagrado judío, en realidad
contenía una revelación como si fuera un capítulo de El Código Da Vinci. Los farsantes se basaron en esas cábalas para
vender almanaques de Lotería en el siglo XVII y tuvieron enorme éxito. Los
expendedores de lotería permitían que estos farsantes vendieran sus cuadernos
en la misma agencia, pues así atraían más compradores. Era como si doña Manolita
patentara su método, uno que no existe, claro.
Las cábalas crecieron tanto que, el 10 de octubre de 1820,
el Congreso trató seriamente el asunto en una discusión de los presupuestos, y algunos
diputados se preocuparon de la superstición y fanatismo que generaban las
cábalas. Las cosas no han cambiado. Hace unos años, el mago Anthony Blake juró que
adivinaría el Gordo de Navidad. Colocó
una urna sellada en un centro comercial, dentro de la cual estaba el número del
Gordo. Cuando se celebró el sorteo, la urna fue abierta y en efecto, había
acertado el número 08.103. Todo el mundo pensó que el mentalista tenía poderes
extraordinarios, y que desafiaba la lógica: era un nuevo cabalista.
Luego, este periódico descubrió que había un enano-trampa. Era
tan pequeñito que cabía en la peana que sostenía la urna. Escribió el número en
un cuaderno cuando se o soplaron. Pero a pesar de que el truco fue destapado, eso
no acabó con la magia de una fecha que durante siglos continuará pegada al
fondo mitológico e inexplicable del ser humano.
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