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jueves, mayo 22

Ocho mil años de libros



(Un artículo de G. García en La Gaceta del 18 de abril de 2010)

"De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo, pero el libro es una extensión de la memoria y la imaginación". Borges sabía que, desde la primera muestra de escritura cuneiforme de la civilización sumeria -conservada en dos tablas de arcilla que datan del año 6000 a.C.- hasta el libro electrónico, la historia de los libros es inseparable de la historia de la humanidad. […]

Después de las tablas de piedra o de arcilla (evidentemente de difícil manejo) llegaron los manuscritos antiguos: rollos de papiro o pergamino que utilizaban los egipcios, los griegos y los romanos. Desenrollados, algunos de estos textos llegaban a alcanzar los 30 metros de largo (es el caso del Pentateuco hebreo de Bruselas) y eran muy incómodos de leer y difíciles de conservar.

En la Edad Media aparecieron los códices, antepasados directos de los libros actuales: también en papiro o pergamino, se componían de grupos de cuatro hojas -en los que, por primera vez, era posible escribir por las dos caras- y su tamaño era más manejable.

Sin embargo, elaborarlos era muy trabajoso. Los libros medievales, normalmente escritos por los monjes, estaban hechos con una letra muy cuidada, contenían muchas ilustraciones dibujadas a mano y contaban con complicadas encuadernaciones ornamentadas. "El que no sabe escribir piensa que no cuesta nada, pero es un trabajo ímprobo, que quita luz a los ojos, encorva el dorso, mortifica el vientre y las costillas, da dolor a los riñones y engendra cansancio en todo el cuerpo", escribió un copista del siglo X. Posteriormente, la máquina de escribir y el ordenador simplificaron esta tarea, aunque los libros perdieron la categoría de auténtica pieza artística que tenían en esa época.

Con la llegada del papel y la imprenta (1450), la difusión creció enormemente, pero su forma apenas cambió. Los primeros libros impresos (incunables) imitaban en todo a los códices, más valorados y respetados. Pero aparecen sorprendentes innovaciones, como los precedentes de los pasatiempos. Así, en la exposición hay un texto de 1689 con acrósticos, adivinanzas, jeroglíficos y enigmas que el lector debía desentrañar para leer el poema que contenía.

También surgen los primeros pop ups (libros móviles o tridimensionales), que hoy tanto triunfan entre los niños. Eran tratados científicos, como los escritos por Ramón Llull o el Astronomicum Caesareum de Apiano (1540), con piezas circulares para ilustrar el movimiento de los planetas.

De este siglo destaca la figura del impresor veneciano Aldo Manuzio, uno de los más grandes editores de todos los tiempos y precursor del libro de bolsillo. Sus ediciones de pequeño formato, con encuadernación ligera y flexible y con una tipografía romana, mucho más clara que la abigarrada letra gótica, abarataron mucho los precios de los libros y los hicieron mucho más accesibles.

Esto permitió, ya en el siglo XIX, la llegada de los best sellers, como la novela por entregas María, la hija de un jornalero (1845), de Wenceslao Ayguals de Izco, que alcanzó los 13.000 ejemplares. En el extranjero, La tienda de curiosidades, de Dickens, alcanzó tal popularidad que el muelle de Nueva York se abarrotaba de fans esperando el barco que traía la próxima entrega.

La historia del siglo XX es más conocida: la consolidación de las editoriales, los formatos artísticos de las vanguardias, la expansión del libro de bolsillo... hasta el e-book, que ha llenado de incertidumbre a la industria editorial y a algunos autores sobre la supervivencia del libro tradicional. Como dice Ray Bradbury: "Cuando uno se va a la cama sólo puede llevarse dos cosas: una persona o un libro. No un ordenador".

Nota: Frente a los libros medievales elaborados por copistas, hacia el siglo XVI se consolida la noción de autor literario y empiezan a proliferar las obras manuscritas.

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