La obsesión de Miguel Ángel
(Un
texto de Von Stephan Maus en el XLSemanal del 5 de octubre de 2014)
Se
crio con una humilde familia de picapedreros. Y aquel ruido del mazo y el
cincel marcaron su vida. Aunque genial en todas las artes, la escultura le
abrió por primera vez las puertas de la gloria, pero también las de la
frustración, al final de sus días. Cuando se cumplen 450 años de su muerte,
revisamos la historia del artista que no se doblegó ante ningún hombre.
Miguel Ángel Buonarroti creía que había nacido para
ser escultor. A su biógrafo, Ascanio Condivi, le contó cómo había asimilado el
polvo de la piedra con la leche de su ama de cría. Al genio italiano lo crió una nodriza del pueblo de Settignano, donde los
Buonarroti poseían una casa, porque su madre enfermó al poco de venir él al
mundo. Nació en 1475 en Caprese, un remoto pueblo de los montes Apeninos, donde
su padre Ludovico di Leonardo era el alcalde. Su familia regresó a Florencia
poco después de su nacimiento. Su madre murió cuando él tenía
seis años, lo que prolongó su estancia en Settignano con la familia de su
nodriza, que se dedicaba a la cantería. Creció entre los scalpellini ('picapedreros'), que creaban dinteles, escaleras y
columnas para los palacios florentinos. El ruido del mazo y el cincel fue la
música de su niñez. El joven supo muy pronto que quería ser artista, aunque le
costase acaloradas discusiones con su padre. Finalmente consiguió que su amigo
Francesco Granacci lo introdujera en el taller de Domenico Ghirlandaio, uno de
los mejores pintores de frescos de su tiempo.
Miguel Ángel solo tenía 13 años cuando Ghirlandaio lo
aceptó en su escuela. Allí aprendió a pintar frescos: a revocar la pared,
mezclar los colores y pintar rápido, mientras la cal esté húmeda, para que los
pigmentos se combinen con el revoque, se integren en la pared y formen un todo
con ella durante miles de años. Aquel aprendizaje le permitió ejecutar más
tarde los frescos de la Capilla Sixtina. Pero lo que de verdad ansiaba era ser
escultor. Y Florencia era el sitio ideal:
el señor de la ciudad, Lorenzo de Médici, el Magnífico, quería revitalizar el
arte de la escultura, dejado de lado hasta ese momento. Incluso había creado
una escuela de escultura en su jardín. Allí esculpió Miguel Ángel un viejo
fauno que impresionó al Magnífico. Solo puso una objeción: la dentadura
parecía demasiado perfecta para un fauno de esa edad. Miguel Ángel tomó el mazo
y el escoplo y eliminó uno de los dientes, con un resultado tan realista que
Lorenzo decidió llevarse al joven artista a su palacio. Con 15 años ya se le
permitía sentarse a la mesa de los Médici y asistir a las conversaciones
mantenidas por los espíritus más cultivados de su época. Fue aquí donde recibió
su formación humanística.
Si Florencia era la ciudad más hermosa del Renacimiento,
Roma era el centro de la cristiandad. Lo que lo llevó a la Ciudad Eterna fue
una magistral falsificación. Esculpió una estatua de Cupido a la manera
antigua, la enterró para imitar el proceso de envejecimiento y se la vendió a
un cardenal romano. El prelado quedó
tan maravillado que lo tomó a su servicio. En Roma, Miguel Ángel se convirtió
en uno de los artistas más admirados. Allí creó para un cardenal francés la
Piedad, que hoy se encuentra en la basílica de San Pedro. Miguel Ángel
esculpía, pintaba y diseñaba como si estuviera poseído. No necesitaba dormir
mucho. También escribía cartas de amor y poemas para Vittoria Colonna, una
poetisa de la alta aristocracia, así como para el dibujante Tommaso de
Cavalieri. No se sabe cuál de estas relaciones se quedó en lo platónico
y cuál no. Pietro Aretino, un poeta satírico, ya en vida de Miguel Ángel, hizo
correr el rumor de que el genio era homosexual. No tenía familia y era conocido
por sus bruscos modales y su carácter difícil. Era un hombre rico, pero siempre
vivió como un asceta. Una cama sencilla, una mesa, una silla, una vieja
túnica...
El artista mejor pagado del Renacimiento no necesitaba
más. En uno de sus regresos a Florencia pusieron a su disposición un gigantesco
bloque de mármol que llevaba 40 años aparcado en el patio de la catedral.
Varios artistas habían intentado sacar algo de él, pero fracasaron. Él lo logró. Del interior del mármol
desentrañó un guerrero de mirada decidida preparado para disparar su honda:
David. La República de Florencia consiguió así un símbolo para su carácter
orgulloso e indomable. Pero su obra más famosa se encuentra en Roma, donde
pintó la Capilla Sixtina por encargo del Papa Julio II. Al poco de empezar, ya
había despedido a todos sus ayudantes: nadie estaba a la altura de sus
exigencias.
Pasó más de cuatro años trabajando en un andamio (que
construyó él mismo) a 18 metros de altura. Con los frescos de la Capilla
Sixtina, Miguel Ángel consiguió introducir un verdadero himno al cuerpo humano
en un baluarte que se asentaba sobre la doctrina religiosa, la ideología y la
diplomacia. Fue un artista
enérgico. Se enfrentó a los poderosos rebosante de confianza en sí mismo.
Cuando el Pontífice le pidió que cubriera las figuras desnudas, le respondió
con sarcasmo que, si el Papa era capaz de poner orden en el mundo, entonces las
figuras no tardarían en enmendarse a sí mismas. Esta postura hizo de él
el primer artista en el sentido moderno, un creador que solo seguía su voz
interior. Pero incluso Miguel Ángel puede ir más allá de sus límites. En 1505
recibió el encargo de esculpir un monumento fúnebre para el Papa Julio II. El
proyecto lo acompañaría toda su vida... y al final se convertiría en un
fracaso.
Su sueño era crear algo verdaderamente monumental.
Vivió meses enteros en las canteras de Carrara para seleccionar personalmente
el mármol, pero su sueño se vino abajo. El Pontífice falleció y nadie estaba
dispuesto a pagar el mármol, por lo que acordó con el sucesor de Julio realizar
una tumba mucho más sencilla. Había trabajado (con interrupciones) más de
cuatro décadas en el mausoleo del Papa, que inicialmente iba a contar con más
de 40 figuras. Estaba previsto que el
conjunto se colocase en el centro de la basílica de San Pedro. No pudo ser: la
versión reducida de su monumento fúnebre se encuentra en la iglesia romana de
San Pedro Encadenado, con solo siete figuras al final. Una de ellas es su
legendario y majestuoso Moisés. Toda la tensión del Renacimiento
se encuentra en este Moisés. Es la misma tensión que da vida al David en
Florencia, la que sostiene la cúpula de San Pedro, la que empujó a Miguel Ángel
a seguir esculpiendo hasta sus últimas horas de vida. Falleció en 1564, a los
89 años.
Por qué es un escultor único
Su dominio de la escultura fue absoluto. Trasladó la
tensión muscular o la intensidad de una mirada a la piedra con una veracidad
sorprendente. Es evidente en su David. Además, alteró la forma tradicional de
trabajar. Preparó la figura (que mide más de cinco metros) con bocetos, dibujos
y modelos a pequeña escala de cera y terracota. De ahí pasó a trabajar el
mármol, directamente, sin hacer un modelo de yeso a escala real como hacían
otros artistas de la época.
-Antes del combate. Su David rompió moldes: fue el primero en ser representado a punto de
entrar en combate; otros, como Verrocchio, Ghiberti o Donatello, lo mostraron
ya victorioso.
-Un coloso imposible. El bloque de mármol era gigantesco y había sido
dañado por otros artistas que acabaron desistiendo de crear algo con aquella
mole. Cuando Miguel Ángel terminó la obra, 40 hombres tardaron cuatro días en
trasladarla, en un ingenio creado ex profeso.
-Cuerpo perfecto. «La superposición de los músculos es perfecta», explica el escultor y
académico de Bellas Artes Julio López. Se ha dicho que la cabeza y la mano
derecha son demasiado grandes. La desproporción se explica porque la figura iba
a ubicarse en lo alto del Duomo de Florencia: así sería más visible.
-Símbolo de Florencia. La ciudad se identificó con David: mostraba la
victoria del hombre virtuoso frente al tirano. No se instaló en el Duomo, sino
en la plaza de la Señoría. Así lo decidió un comité del que formó parte
Leonardo da Vinci.
Cecchino dei Bracci. Lo conoció cuando el muchacho, de
una próspera familia de banqueros, tenía 15 años. Su muerte, solo un año
después, fue un duro golpe para Miguel Ángel. Diseñó su tumba en la iglesia de
Santa María en Aracoeli de Roma y le dedicó sonetos y un sentido epitafio.
Sus amantes (reales o platónicos)
Giovanni da Pistoia
El joven literato y el artista se encontraron cuando
Buonarroti estaba abrumado y absorbido por la pintura de la bóveda de la
Capilla Sixtina.En los momentos de desesperación, el artista pedía a Giovanni
por escrito que lo ayudara a salvar su pintura.
Tommaso de Cavalieri
Su gran amor. No está claro si consumado o platónico.
El chico era noble, mucho más joven que él y con una belleza de adonis. Miguel
Ángel le escribió versos, le regaló dibujos y mantuvo con él (que se casó y
tuvo hijos) una entrañable amistad durante treinta años.
Vittoria Colonna
Se cartearon, se dedicaron versos, ¿se amaron?
Platónicamente. Ella fue su Beatriz, su mujer ideal. Vittoria pertenecía a una
antigua familia noble. Era la viuda del marqués de Pescara, una mujer culta y
sensible al arte y la poesía. Se entendieron bien, se quisieron.
Su firma
En la Piedad, que terminó en
1499, destaca el contraste entre las arrugas de los ropajes de la Virgen y la
tersura del cuerpo de Jesucristo. Es la única escultura que firmó (en la cinta
del pecho de María).
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