Ramses II, el antagonista de Moisés
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo de Hoy del 12
de noviembre de 2010)
EGIPTO, IMPERIO NUEVO, 1290-1224 ANTES DE CRISTO - Reinado
de Ramsés II el Grande, el más famoso y longevo de los faraones egipcios.
La fama traspasa las fronteras, y
hace cuatro milenios ya era así. Ramsés II, llamado el Grande, fue el faraón
que dejó más y mayor huella propia en Egipto, como esos cuatro colosos del
templo de Abú Simbel, gigantescas estatuas sedentes de más de 20 metros que le
representan a él. Pero también se convirtió en una figura favorita de los
historiadores griegos, el arquetipo de monarca conquistador a quien incluso
atribuyen, fantasiosamente, la conquista de Bactriana y la India, prefigura de
Alejandro Magno.
Esa fama llevó a Ramsés II hasta las
páginas de la Biblia, a uno de los libros del Pentateuco –la parte más
importante del Antiguo Testamento-, convirtiéndolo en un protagonista del
Éxodo, o mejor dicho, en el antagonista de la historia, el adversario de
Moisés.
Los redactores del Pentateuco no
distinguen con sus nombres propios a los reyes de Egipto, les llaman de forma
genérica “el Faraón”, con mayúscula, tanto el del libro del Génesis que
protegió a José y permitió que su familia se instalara en Egipto, principio de
la presencia judía en el país del Nilo, como el del Éxodo, que varias
generaciones después se enfrentó a Moisés.
Al inicio del libro del Éxodo se
dice que “surgió un nuevo rey en Egipto que nada sabía de José”. Se trata
seguramente de Seti, el padre de Ramsés el Grande, según opinión generalizada.
Habían pasado varias generaciones desde los tiempos en que José fue el
consejero favorito del faraón, y éste acogió con los brazos abiertos a su
familia. Seti se encontró, en cambio, con un problema de cohesión nacional,
pues “los hijos de Israel, muy fecundos, se multiplicaron extraordinariamente”.
Las medidas de limpieza étnica
adoptadas por Seti fueron contundentes y de la crueldad usual en la época:
ordenó arrojar al Nilo a todos los recién nacidos varones de los israelitas,
dejando vivas sólo a las niñas. Ahí está el origen de la novelesca vida de
Moisés, un bebé judío escondido al nacer por su madre durante tres meses y
luego dejado en el río en una cesta, para que lo encontrase “la hija del
Faraón”.
Moisés creció bajo la protección de
la princesa egipcia, aunque amamantado por su propia madre, que asumió el papel
de nodriza, para hacer el relato más folletinesco, y “cuando se hizo grandecito
se lo llevó a la hija del Faraón, que lo prohijó, dándole el nombre de Moisés,
porque lo saqué de las aguas”, que es lo que significa dicho nombre.
Pero Moisés mató a un capataz
egipcio que maltrataba a un hebreo y tuvo que huir de Egipto. En su exilio,
mientras trabajaba duramente como pastor, Moisés tuvo una visión divina, en la
que Dios le reveló su nombre, Yavé (“El que es”) y le ordenó regresar a Egipto
para liberar al pueblo hebreo y conducirlo a la Tierra Prometida.
Ramsés en la Biblia.
Oportunamente había muerto el faraón
Seti y subido al trono un nuevo soberano: Ramsés II. Fue con éste con quien
mantuvo su famoso enfrentamiento, en el que Moisés contaba con una ventaja
aplastante, el apoyo incondicional de Dios, que envió contra el faraón las diez
plagas de Egipto, hasta forzarle a ceder.
El nombre de Ramsés aparece en la
Biblia, pero curiosamente no aplicado al faraón, sino al lugar donde instaló
José a los israelitas, “en lo mejor del país”, como observa el Génesis, lo que
sin duda alude al Delta del Nilo. Ramsés vuelve aparecer en el Éxodo como el
lugar de esclavizamiento de los israelitas: “Les oprimieron con pesados
trabajos en la edificación de Pitom y Ramsés, ciudades-almacén del Faraón”.
Algunos expertos interpretan esto
como referencia a ciudades fronterizas que servían de base a los ejércitos del
faraón para sus conquistas, pero es muy posible que donde se obligara a
trabajar a los hebreos fuese en Pi-Ramsés, la ciudad donde instaló su capital
Ramsés II.
Esta ciudad, situada precisamente en
el Delta del Nilo, “en lo mejor del país”, había sido la capital de los
conquistadores hicsos, que la llamaron Avaris. Si en vez de los relatos míticos
de la Biblia acudimos a lo que nos dice la Historia, los israelitas vinieron a
Egipto con la invasión de los hicsos, un pueblo que procedía de la zona
sirio-palestina y con el que los judíos estaban más o menos emparentados. Los
hicsos dominaron el norte de Egipto por un periodo que los historiadores fijan
entre uno y cinco siglos, siendo expulsados del país del Nilo aproximadamente
siglo y medio antes de Ramsés II.
Los israelitas, en cambio,
permanecieron en tierras egipcias, pero el carácter que habían tenido de
colaboradores con los ocupantes hicsos les hizo odiosos a los egipcios, que se
lo hicieron pagar con los atropellos que relata el Éxodo. El que realizaran
trabajos forzados en la construcción de Pi-Ramsés tendría incluso un aspecto
justiciero, de reparación, pues esa ciudad, que ya había sido capital durante
la XV Dinastía, quedó destruida en la guerra contra los hicsos.
El relato bíblico está lleno de
contradicciones (véase recuadro), fruto entre otras cosas de la multitud de
autores que intervienen en su redacción, una realidad incuestionable que
contrasta con la pretensión de que fue Moisés el autor –siempre bajo la
inspiración divina- de los cinco libros del Pentateuco. Así, los egipcios están
preocupados por el gran número de hebreos que hay en su país, lo que podría
haberse resuelto con su expulsión. Sin embargo cuando Moisés pretende
llevárselos, Ramsés se opone, pues los judíos constituyen una importante fuerza
de trabajo.
El gran constructor.
Esta postura del faraón es lógica si
tenemos en cuenta la enormidad de obras realizadas por aquel soberano. Ramsés
es llamado el Grande en parte por eso, pues en el antiguo Egipto existía esa
idea que asociaba el buen gobierno con la magnificencia de las obras públicas.
En su larguísimo reinado de 66 años, Ramsés pudo construir más que ningún otro
soberano egipcio; nos han quedado más estatuas de Ramsés que de ningún otro
faraón, y además son las más grandes. En cuanto a los templos que edificó,
fueron fastuosos, como el complejo funerario del Ramesseum de Tebas, o el de
Abú Simbel, en la lejana Nubia.
Otro aspecto que le valió a Ramsés
el título de Grande fue el de guerrero victorioso. Fue considerado uno de los
grandes generales de la Antigüedad, y extendió sus posesiones hasta el actual
Líbano. Pero la primera parte del Éxodo culmina con la gran derrota del
ejército faraónico en el paso del Mar Rojo, aunque no hay que atribuirla a la
pericia militar de Moisés sino, de nuevo, a la directa intervención divina.
Según el relato bíblico –y hay que
resaltar que no existe ninguna referencia histórica de un desastre militar de
semejante magnitud- Yavé hizo que las aguas se apartaran para permitir el paso
de los israelitas fugitivos, pero cuando los egipcios intentaron perseguirlos
“las aguas, al juntarse, cubrieron carros y caballeros y a todo el ejército del
Faraón que habían entrado en seguimiento de los hijos de Israel. No escapó ni
uno solo”.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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