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lunes, junio 1

El país de los puros



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo de Hoy del 27 de noviembre de 2011)

PAKISTÁN, 14 DE AGOSTO DE 1947 • Nace un nuevo país, un Estado confesional islámico, fruto de la partición de la India tras la reti-rada británica.
El […] final de Osama bin Laden ha sido la revelación del secreto del Polichinela. Se sospechaba desde hace diez años que el famoso terrorista gozaba de protección de altas instancias del Estado pakistaní, aunque se pensaba que sería algo menos escandalosa. Sin embargo, su escondite a 60 kilómetros de la capital, en una pequeña ciudad sede de la Academia Militar –como si dijéramos Toledo- y lugar de residencia de muchos generales, es decir, un lugar absolutamente controlado por la seguridad militar, pone en evidencia al Ejército de Pakistán, un auténtico Estado dentro del Estado.

Es imposible que la rama más eficaz del Ejército, el ISI (Servicio de Información Militar) ignorase dónde se escondía Bin Laden. El ISI es el poder fáctico número uno, mueve los hilos de la política pakistaní con absoluta soltura. Fue el ISI quien inventó el movimiento de los talibanes, y los sigue utilizando como instrumento de su política antindia en Afganistán, es por tanto coherente que haya prestado protección al hermano del alma de los talibanes, Osama bin Laden.

Para explicar esta postura de un Estado que oficialmente es aliado de Washington desde 1954, es preciso examinar la corta pero turbulenta historia de Pakistán, un curioso espécimen geopolítico al que muchos politólogos califican de Estado fallido, y que sin embargo ha sido capaz de ocupar un puesto de potencia nuclear, la única del mundo musulmán.

Limpieza étnica. 

Los símbolos nacionales no son nada baladí, aunque solo sea por la cantidad de gente dispuesta a matar y morir por ellos. En el caso de Pakistán hay dos símbolos fundacionales que indicaban, fatalmente, por dónde iba a discurrir el nuevo país aparecido en 1947: el nombre y la lengua oficial, el urdú. Curiosamente ambas palabras son persas y quieren decir, respectivamente, “el país de los puros” y “campamento”. Pero significan algo más: el integrismo religioso islámico y el militarismo que han contaminado la vida política del Estado nacido en 1947.

El País de los Puros es un concepto moderno, fue elaborado en 1931 por el poeta y filósofo musulmán Mohamed Iqbal, y hace referencia a una nación islámica pura, no contaminada por otras religiones o culturas, algo dificilísimo de lograr en el subcontinente indio, históricamente un intrincado mosaico de razas, credos y lenguas. Esa es la base ideológica por la que entre muchos musulmanes de la India surgió la obsesión de separarse del resto del país cuando se lograra la independencia, pese a que durante siglo y medio habían soportado la colonización británica igual que hindúes, sijs, budistas y otros grupos religiosos indios, y que tenían el mismo anhelo de librarse de esa dominación que los demás.

No hay que achacar toda la culpa de la partición, con su terrible secuela de matanzas, éxodos (12 millones de personas desplazadas en ambos sentidos) y posteriores guerras, a los integristas musulmanes. También había –y hay- integristas hindúes que contribuyeron con entusiasmo al odio entre comunidades y a la violencia (véase recuadro). Sin embargo, el partido más importante de la India, el Congreso de Gandhi y Nehru, aunque fuese mayoritariamente hindú, era laico y abierto a todas las comunidades, y abogó por un país unificado y multiconfesional, mientras que la otra gran formación política, la Liga Musulmana de Alí Jinna, era un partido solo para mahometanos que se empeñó en lograr un Estado confesional islámico, con su consecuente limpieza étnica: el País de los Puros.

La lengua oficial elegida para ese País de los Puros fue, significativamente, el urdú, abreviación de “la lengua que se habla en los campamentos”. Es decir, una jerga militar hablada por los guerreros islámicos de origen mongol que conquistaron la India, una lengua franca castrense que mezcla elementos árabes, persas, turcos y pastunes con los de lenguas indostánicas. No importó que solo fuese hablada por el 8% de la población de Pakistán, y que encima no fuese autóctona de esa zona, sino traída por los refugiados que dejaron la región de Delhi en los éxodos de la partición. Lo que hacía adecuado el urdú al nuevo Estado islámico era su carácter militar, apropiado para un país que nacía entre convulsiones de violencia, y con una frustración territorial que le empujaría a tres guerras con su vecino en solo 25 años.

Cachemira. 

El nuevo Estado islámico nació con una idea fija, la liberación de Cachemira de los infieles. Cachemira es una región con mayoría de población musulmana, pero el gobierno local, encabezado por un maharajá hindú, optó por unirse a la India. Para los integristas islámicos del País de los Puros enfrentarse a la India y conquistar Cachemira era una causa santa que justificaba la cruzada musulmana, la yihad.

Esa necesidad fundacional, ese irredentismo de origen, le daría un extraordinario protagonismo al Ejército de Pakistán que debía llevar a cabo la guerra santa. El Ejército pakistaní, antiguo ejército colonial heredado de los ingleses, era muy profesional y formaba una auténtica casta, que enseguida hizo lo que suelen hacer las castas militares en Estados de democracia débil: tomar el poder con un golpe de Estado.

En los 64 años de existencia de Pakistán, ha habido tres golpes militares y el país ha vivido bajo dictadura castrense 35 años, más de la mitad de su historia. Pero la eficacia de los generales en usurpar el poder y aplastar a la oposición democrática no se ha correspondido con su habilidad en el frente de batalla. El Ejército pakistaní ha librado tres guerras con la India, y ha sido derrotado las tres veces, en 1948, 1965 y 1971. En la última guerra, Pakistán perdió además su parte oriental, hoy Bangladés, lo que suponía un 13% del territorio nacional y la mitad de la población.


Pese a esta cadena de fracasos, traiciones políticas y opresión, el Ejército ha seguido siendo intocable en Pakistán. Criticar a los militares era un tabú que al parecer se ha roto por primera vez cuando los comandos norteamericanos dieron, impunemente, su golpe contra Bin Laden en una ciudad que los militares consideraban propia. Una conmoción de fuerza 9 para el País de los Puros.

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