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miércoles, mayo 27

El emperador Trajano, el hispano que conquistó el mundo



(Un artículo de Santiago Posteguillo en el XLSemanal del 8 de septiembre de 2013)

Al nacer lo llamaron Marco Ulpio Trajano, pero, cuando murió, pronunciar su nombre requería, además de una cierta cultura, unos pulmones en plena forma.

Imperator Caesar Divi Nervae Filius Nerva Traianus Optimus Augustus Germanicus Dacicus Parthicus Pontifex Maximus Tribuniciae Potestatis XXI Imperator XIII Consul VI Pater Patriae. ¿Qué pasó entre su nacimiento en Itálica (Hispania), en el año 53, y su muerte, en 117, para merecer tantos títulos?

Trajano nace en una familia provincial hispana en un momento donde pensar que alguien no nacido en Roma pudiera ser alguna vez emperador resulta una quimera. Pero el mundo está transformándose. Nerón se suicida dejando el imperio sin heredero claro en el 69. En cuestión de meses, cuatro generales se disputan el poder imperial: Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano. Los tres primeros apenas duran unas semanas en el trono de los Césares. Vespasiano es el que finalmente triunfa, y el padre de Trajano político intuitivo se ha posicionado desde un principio a su favor. Este, generoso con los que lo han apoyado, promueve el ascenso de los Trajano a la clase senatorial.

El ascenso de los Trajano no es suficiente para romper la costumbre de que los emperadores han ser de Roma. Pero ocurre algo que sacude por completo los cimientos del imperio: a Vespasiano le sucede su hijo mayor, Tito, y a este, su hermano Domiciano, y Domiciano es para muchos ni más ni menos que el 666, el número de la bestia según San Juan. Muchas son las teorías sobre esta cifra, pero una sugiere que el 666 del Apocalipsis se refiere precisamente a Domiciano, quien, entre otros desmanes, reinicia las persecuciones contra los cristianos. Y es que 666 en números romanos equivale a DCLXVI, las iniciales de la frase latina Domitianus Caesar legatos Xti viliter interfecit, es decir: «Domiciano César asesinó vilmente a los legados de Cristo». Sea esta interpretación cierta o no, Domiciano inicia una guerra de exterminio no solo contra los cristianos, sino también contra algunos senadores. Varias conjuras senatoriales para deponer al emperador fracasan, pero la del año 96 triunfa y el senador Nerva sucede a Domiciano. Sin embargo, los pretorianos de Domiciano se rebelan contra Nerva e inician una persecución de los conjurados. Nerva, acorralado, toma la decisión más audaz: «¿Quién es el mejor que nos queda en el imperio?», debió de pensar. Y en aquel momento, después de las purgas de Domiciano, el hombre más respetado, curtido en las guerras contra germanos en el Rin y partos en Oriente, era Marco Ulpio Trajano. No había nacido en Roma, pero el Senado estaba lleno de senadores hispanos y galos (la mujer de Trajano, Plotina, era de la Galia) y Nerva decide cambiar el mundo y nombra a un hispano como emperador de Roma.

Trajano sorprende a todos por sus dotes de líder y como buen administrador. Es firme, pero también dialogante. Ejecuta a los pretorianos de Domiciano, pero pacta con el Senado. Aunque el Estado está casi sin recursos, no sube los impuestos, sino que recurre a devaluaciones de moneda al tiempo que emprende una auténtica cruzada contra senadores y gobernadores de provincia corruptos, que son obligados a devolver todo el dinero robado y luego desterrados. Un tal Prisco debe devolver más de 700.000 sestercios (entre 10 y 15 millones de euros al cambio actual, según hagamos los cálculos). Recorta gastos, pero no en lo social, donde promueve un programa de distribución de alimentos entre los desahuciados de Roma. Además, Trajano sabe que la única forma de ganarse el respeto de todos es con el ejemplo, tal y como hizo en el ejército: sus legionarios lo respetan porque va a pie en las largas marchas de las guerras de frontera, lucha en primera línea de combate si es preciso y se preocupa por que se atienda a los heridos por su propio médico personal, Critón. Así que decide hacer públicos los gastos de los viajes de la familia imperial. Y allí donde militarmente Domiciano había sido derrotado, en el Danubio, donde se han perdido las legiones V y XXI, Trajano retorna con su ejército, derrota a los dacios y funda una nueva provincia romana: la Dacia.

Está en la cumbre de su poder. Pero hay vicios en su vida y una traición familiar se aproxima. Al emperador le gusta beber vino. Mucho. Con frecuencia, más del deseable. Consciente de su debilidad, Trajano da una orden curiosa: «Que no se me obedezca si estoy borracho». Pero entre sus costumbres hay más puntos oscuros: no es fiel a su esposa y le gusta yacer con efebos. Eso sí, Dion Casio insiste en que nunca maltrató a ninguno. Y también le gustan los actores hermosos, como el pantomimo Pylades.

Trajano, entretanto, gobierna bien, pero se da cuenta de que gobernar es aún más fácil si se entretiene al pueblo, y no duda en recurrir al fútbol de la época: las luchas de gladiadores y la carreras de cuadrigas. Organiza las luchas de gladiadores y las más espectaculares venationes o cacerías de fieras en el Coliseo; y ordena que se reconstruya el muy deteriorado estadio de las carreras de cuadrigas: el gran Circo Máximo. Las gradas del nuevo estadio pueden acoger hasta 250.000 espectadores. El pueblo adora a Trajano.

El asunto de los cristianos sigue pendiente y diferentes gobernadores consultan a Trajano sobre cómo actuar. El último referente era el de Domiciano: ¿han de seguir ejecutando a los cristianos? Pero el Trajano bebedor, el que yace con muchachos, el que encandila al pueblo con distracciones en la arena del Coliseo y el Circo Máximo, no toma el camino de la represión: «No se ha de buscar a los cristianos», dirá el emperador en la carta X, 97 a Plinio: «Y no se han de aceptar las acusaciones anónimas». Consciente de sus propios defectos, se muestra tolerante con todos, incluso con los cristianos, siempre y cuando estos acepten la autoridad imperial. Lo que haga cada uno de puertas adentro, en su casa, es algo que Trajano deja en el terreno de lo privado.

Donde no cede es en las fronteras: los partos han derrocado al rey de Armenia y lo han sustituido por un monarca favorable a Partia. Trajano reúne sus legiones. Su ataque es demoledor: conquista Armenia, Mesopotamia y Partia. Navega por el Golfo Pérsico. Nunca antes Roma había sido tan grande. Pero la traición familiar ha crecido a sus espaldas. Hay senadores que creen que el emperador está llevando al ejército demasiado lejos y, además, los judíos se han rebelado en Chipre y Cirene. Trajano sufre, además, un ictus que lo deja medio inválido. Todo parece estar perdiéndose, pero Trajano sabe que tiene a un hombre, Lucio Quieto, uno de sus mejores generales, que puede acabar con las revueltas y afianzar las conquistas. Pero Adriano, su sobrino segundo, del que se sospecha que lleva años yaciendo con Plotina, la mujer del emperador, no piensa igual. Todo es difuso con relación a la muerte de Trajano. ¿Lo envenena Plotina y se falsifica su testamento presentando uno en el que el emperador nombra a Adriano como su sucesor? Las fuentes callan. Solo sabemos que Atiano, antiguo tutor de Adriano, asesina a Lucio Quieto y a varios senadores fieles a Trajano. Adriano niega haber dado esas órdenes, pero luego nombra a Atiano como senador. 

Adriano retira las legiones de Partia, Mesopotamia y Armenia. Con él, Roma se repliega sobre sí misma. Es el fin del sueño de Trajano de una Roma casi infinita, pero nos queda el recuerdo de un emperador que durante siglos es considerado como Optimus Princeps, como el mejor de los gobernantes posibles. Firme pero tolerante, con defectos pero prudente, un enigma pero también un modelo al que seguir: ese fue Trajano.

Para saber más: De Santiago Posteguillo. Segunda parte sobre el emperador Trajano, a la venta desde el pasado 3 de septiembre. Editorial Planeta, 2013.

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