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lunes, diciembre 7

El principito, más de 70 años después



(Un texto de Daniel Méndez en la revista XLSemanal del 24 de noviembre de 2013)

El pasado 19 de abril fallecía en la ciudad de Wiesbaden, ubicada a orillas del Rin y célebre por sus baños termales, un antiguo periodista deportivo llamado Horst Rippert. ¿Un hombre anónimo? ¿Un ciudadano alemán a punto de cumplir 91 años? Sí. Pero también el hombre que acabó con la vida de uno de los grandes soñadores del siglo pasado: Antoine de Saint-Exupéry; el aristócrata, el aviador, el escritor, el filósofo... El padre, en suma, de ese pequeño rubio cuyo nombre ignoramos. Aunque basta con llamarlo el principito para que al instante nos venga su imagen a la cabeza. 

Saint-Exupéry, un pionero de la aviación, despegó por primera vez en verano de 1912. Contaba entonces con tan solo 12 años. Y lo hizo por última vez desde la isla de Córcega, el 31 de julio de 1944, en plena Segunda Guerra Mundial. Partió temprano, en una mañana soleada, en un vuelo de reconocimiento que debía llevarlo sobre los Alpes franceses hasta Grenoble, y de regreso a la base. Pero nunca volvió. Él y su avión, un Lockheed P-38, desaparecieron para siempre... o casi. 

El piloto era para entonces un autor célebre, cuya obra Vuelo nocturno había sido llevada a la gran pantalla, con Clark Gable en el papel del inevitable piloto. A sus 43 años, superaba con creces la edad límite de los pilotos militares, pero estaba empeñado en volver a volar por la Francia Libre, como ya hiciera con anterioridad, hasta que el establecimiento del régimen de Vichy en Francia lo llevara al exilio norteamericano. Allí trató de convencer por todos los medios a los estadounidenses para que declararan la guerra a los nazis y allí redactó su obra cumbre, El principito, publicada por primera vez en Nueva York hace ahora 70 años. Vistió, de nuevo, el uniforme militar por mediación directa del propio presidente Eisenhower y en contra de los deseos del general Charles de Gaulle. «Había sido un gran aventurero, pero hacía tiempo que su personalidad había derivado hacia una mentalidad más filosófica», explica Olivier dAgay, sobrino nieto del escritor y director de la Sucesión Antoine de Saint-Exupéry, que gestiona los derechos de su obra.

La desaparición del aeroplano dio pie a todo tipo de conjeturas: desde el suicidio hasta el choque con otro avión, problemas con la máscara de oxígeno, un accidente... De haber sido así, no habría sido ni mucho menos el primero. La primera caída la tuvo en 1923 y se fracturó el cráneo. Aunque la más célebre ocurrió en diciembre de 1935, cuando se disponía a batir el récord de velocidad en la travesía París-Saigón para embolsarse un premio de 150.000 francos. Pero él y su acompañante, André Prévot, cayeron en mitad del desierto del Sáhara. Llevaban apenas unas galletas saladas, dos naranjas, algo de chocolate y líquido para un día... Vagaron sin rumbo durante cuatro jornadas hasta que un beduino les salvó la vida. Imposible no pensar en El principito al rememorar cómo pudo ser la escena.

El misterio sobre el último vuelo de Saint-Exupéry no se resolvió hasta hace poco. La primera pista fue un brazalete que encontró enredado entre sus redes, en 1998, un pescador al sur de Marsella. Figuraban allí el nombre del aviador, junto con el de Consuelo su mujer, salvadoreña, a quien conoció a finales de los años veinte cuando se encontraba en Latinoamérica a cargo de la Aeroposta Argentina y el de su editor norteamericano. «Al principio nadie creyó al pescador. Todo el mundo, y nosotros también, pensaba que se trataba de un hallazgo falso. ¡Fue una pesadilla para él!», recuerda hoy, entre risas, Olivier dAgay. Pero algún tiempo después, un arqueólogo submarino encontró en la zona donde había aparecido el brazalete los restos de un avión. El número de chasis demostraría que era, efectivamente, el Lockheed P38 que pilotaba Saint-Exupéry en el momento de su muerte. No fue, sin embargo, hasta 2008 cuando Horst Rippert confesó haber sido el autor de los disparos que derribaron el avión de reconocimiento.
Muchos han puesto en duda el testimonio del antiguo piloto de la Luftwaffe, las fuerzas aéreas de la Alemania nazi, pensando que solo buscaba su minuto de gloria. Pero para dAgay, es una historia plausible. «No tenemos manera de probar que sea cierta, pero tampoco que no lo sea. Otro tío mío que también había luchado con las fuerzas de la Francia Libre, se encontró en secreto con Rippert. Nunca ha querido contarme los detalles de la conversación, pero fue un encuentro amable entre antiguos combatientes». Lo paradójico es que Rippert era un admirador de la obra del francés y ha declarado que decidió ser piloto tras leer sus novelas, que ya en aquellos años habían sido traducidas al alemán. «De haber sabido que era él, nunca hubiera disparado», dijo en 2008 al confesar. Y fue esta sensación de culpa la que lo llevó a guardar silencio durante todos estos años. 

Hoy, El principito ha vendido más de 150 millones de ejemplares en todo el mundo y ha sido traducido a más de 270 lenguas. Entre sus admiradores se encuentran nombres tan dispares como Orson Welles, James Dean o Madonna.

Este año se conmemora el 70º aniversario de la primera edición de El principito se publicó en Nueva York, en francés y en inglés, en 1943. En aquella Francia sacudida por la guerra no aparecería hasta 1946. […]

Escritor y dibujante. El propio Antoine de Saint-Exupéry (izquierda) ilustró la novela. Para crear a su niño rubio de cabello rizado, el autor según algunos estudiosos se inspiró en Thomas, el hijo de ocho años del filósofo Charles de Koninck, en cuya casa de Quebec (Canadá) se alojó durante cinco semanas en la primavera de 1942. Otros especialistas han creído ver en esos dibujos al hijo del pionero de la aviación Charles Lindbergh.

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