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jueves, marzo 10

Las Vistas de Bayona



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 30 de junio de 2015)

Bayona, Francia, 15 de junio-2 de julio de 1565. Las reinas de Francia y España celebran un encuen-tro de alta diplomacia.

“Muy española venís”, le dice Catalina de Medici, reina de Francia, a su hija Isabel de Valois, reina de España, al encontrarse tras seis años de separación. Ese es el plazo transcurrido desde que saliese de París para casarse con Felipe II hasta las llamadas Vistas de Bayona, las negociaciones que las dos reinas mantienen en la ciudad fronteriza sobre los conflictos de religión de Francia. 

Hay diversas explicaciones a la irritada observación de Catalina, para algunos lo que le choca a la soberana francesa es que su hija vista a la española. Es cierto que Isabel lo hace con ese alarde tan propio de la Corte de Madrid de pretender lo que llamaban “sosiego”, la austeridad del vestido negro, pero luciendo joyas o adornos valiosísimos. Lo más curioso es que Isabel siempre presumió mucho en España yendo a la moda francesa. Pero con toda la intención de una maniobra diplomática adopta la moda española cuando entra en Francia, vistiendo así sobre todo en las fiestas que le ofrecen en Bayona, las ocasiones en que la ve más gente.

Otros interpretan que lo que enoja a Catalina es que Isabel mantiene con firmeza los intereses de la monarquía hispánica como fiel embajadora de Felipe II. Es cierto que así lo hace, como sabemos por el testimonio de primera mano del duque de Alba, que la acompaña, y que escribe a Felipe II: “Prometo a Su Majestad que no tiene ministro que con tan buenas y apretadas razones lo hiciera, y siempre guardando el respeto que se debía guardar a su madre”.

Porte de reina. Sin embargo es posible que el retintín de Catalina tenga un fondo más personal, que lo provoque “el porte regio de la reina de España”. Ese empaque resulta especialmente hiriente para la monarquía francesa, pues lo cierto es que los españoles miran por encima del hombro a los soberanos franceses, y con razón. Tanto Felipe II como su padre, Carlos V, han estado en Francia como conquistadores, al frente de ejércitos victoriosos, ganando grandes batallas como la de San Quintín, de la que el monasterio del Escorial es un perpetuo recordatorio.

En cambio los reyes de Francia que han ido a España lo han hecho en el humillante papel de cautivos. Francisco I, suegro de Catalina, fue apresado por soldados españoles en la batalla de Pavía y pasó un año prisionero de Carlos V en Madrid. Y aún tuvo que dejar como rehenes a sus hijos niños, uno de ellos el futuro rey Enrique II, el marido de Catalina y padre de Isabel de Valois.

La reina de España le lleva además a su madre un obsequio que parece un cariñoso recuerdo familiar, pero que es el típico regalo diplomático cargado de intención. Se trata del retrato de cuerpo entero que aparece en estas páginas, obra de su dama de honor y exquisita pintora Sofonisba Anguissola, que la acompaña a Bayona.

Sofonisba (ver Historias de la Historia “La pintora fantasma de Felipe II”, en el número 1.368 de TIEMPO) es una joven de la nobleza patricia de Cremona, con una educación humanística que incluía la pintura y la música. No es pintora de oficio, condición incompatible con su nobleza, sino aficionada, y cuando la conoció el duque de Alba en Milán pensó que con su juventud y educación sería la perfecta compañía para la reinecita que habían traído a España, una alegre niña de 13 años, con quien las severas dueñas castellanas de la corte española tenían poco que ver.

Se hacen efectivamente amigas, y también la aprecia Felipe II, de quien hace el retrato más famoso. A Isabel la pinta al menos en dos ocasiones, al poco de llegar y para las Vistas de Bayona. “Este retrato –señala María Kusche, la gran conocedora de la pintura española de corte– no representa a Isabel como en el primero, el de la adolescente con cierta inconvencional gracia, sino que subraya el porte regio de la reina de España, que ya era una mujer de 19 años”.

El cuadro está lleno de códigos simbólicos, llenos de intención. Para empezar, a diferencia de un retrato francés o italiano, que mostraría un paisaje de fondo para alegrarlo, tiene el fondo oscuro “compenetrado con el espíritu español”, como dice Kusche, que también señala que la gran amplitud del vestido “subraya la majestad de la figura”. Pero el detalle principal es que Isabel muestra ostensiblemente en su mano una miniatura con el retrato de Felipe II. Esto significa que más que embajadora encarna al mismo rey católico en un negocio de alta política.

Al regalarle un retrato así a su madre, Isabel le está diciendo “yo no soy aquella niña de 13 años que sacrificaste a los intereses dinásticos, casándome con un rey 20 años mayor. Yo soy la reina de España, y represento a un poder superior al tuyo”. Y no por símbolos, sino de viva voz, a lo de “muy española venís” Isabel responde con cierto desplante que es verdad que lo está porque tiene “razón para ello”.

La leyenda negra pretende que en esas Vistas se planea la noche de San Bartolomé, la gran matanza de hugonotes en la que murieron 30.000 protestantes, pero no hay ningún indicio de ello y además transcurrieron siete años entre ambos sucesos. Lo que busca Catalina es la venia de Felipe II para transigir con los protestantes, pero su hija no se la da. Isabel le pide en cambio una política de energía frente a la herejía, aunque en realidad no la aprieta demasiado y desde luego no le exige una solución final del problema hugonote. Y esto no es porque se ablande ante su madre, sino porque esa es la línea que le ha marcado Felipe II. Porque para la política española es mejor que no se resuelva el conflicto religioso en Francia, que sea un cáncer perenne que debilite al país vecino.

Si buscamos maquiavelismo en Felipe II no hay ejemplo mejor que la forma en que su joven esposa, Isabel de Valois, le representa en las Vistas de Bayona. 

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