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miércoles, junio 1

Plaza San Miguel



(Un texto de Victor Orcástegui en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 2014)

Durante casi sesenta años, la plaza de San Miguel tuvo a su lado la Puerta del Duque de la Victoria, construida en honor del general Espartero. El arco fue inmolado en 1919 en el altar del tráfico, pero la plaza en sí quizá no ha cambiado tanto y sigue hoy vinculada a la iglesia de San Miguel de los Navarros, una de las joyas del mudéjar aragonés. 

Zaragoza era en los años centrales del siglo XIX una ciudad con una personalidad política muy marcada. Liberal frente a los carlistas, como todas las capitales. Y, dentro del liberalismo, mucho más proclive al partido progresista que al moderado. Así que fue en las calles de Zaragoza donde brotó la insurrección que, en 1854, llevaría al poder en España al general Baldomero Espartero, héroe de la guerra contra el carlismo y cabeza de los progresistas. El 10 de mayo de 1856, Espartero, que lucía el título de Duque de la Victoria, vino a poner la primera piedra del ferrocarril que uniría Zaragoza con Madrid. Y la ciudad le rindió homenaje levantando en su honor una puerta a modo de arco triunfal. Solo que la obra se hizo demasiado apresuradamente y se derrumbó poco tiempo después. Fue reconstruida, en robusto hierro, a expensas de Juan Bruil, prohombre del liberalismo -y del capitalismo- zaragozano, y aguantó esta vez desde 1861 hasta 1919, cuando alguien decidió que estorbaba demasiado la circulación. ¡Y eso que aún faltaba medio siglo para el 'boom' del Seat 600!

Así que la plaza de San Miguel se quedó sin la Puerta del Duque de la Victoria, que fue durante sesenta años uno de sus elementos más llamativos y singulares. […] Pero, a pesar de esa pérdida, la plaza sigue conservando hoy en día buena parte de su carácter tradicional. En su núcleo redondo, casi cerrado como un coso taurino, […] hay un gran edificio de pisos moderno que parece un búnker, pero perviven casas veteranas que despliegan un muestrario de épocas y estilos. Entre ellas, en el número 4, una de aire modesto en la que vivieron, entre 1769 y 1771, nada menos que Francisco de Goya y su familia.

Pero el edificio que domina, benévolamente, la plaza, hoy como ayer y desde hace siglos, y que le da nombre es la iglesia de San Miguel de los Navarros. Fundada al poco de la reconquista de la ciudad por Alfonso el Batallador, en 1118, su hechura actual data del siglo XIV, con modificaciones barrocas, y es una de las joyas de ese arte mudéjar tan propio del patrimonio histórico aragonés. Comparando las imágenes antigua y moderna podemos comprobar que se han despejado sus volúmenes de añadidos impertinentes, así como los efectos de su última restauración. Impresiona, en la portada de San Miguel, la imagen del arcángel hiriendo al demonio. Y, en el ábside y en la torre, las figuras geométricas que trazan los ladrillos. La torre, además, alberga la Campana de los Perdidos, cuyo bronce empezó a resonar hace quinientos años para guiar a quienes al anochecer buscaban el camino de vuelta a la ciudad. Y sigue tocando, aunque ya casi nadie la escucha.

Vecina del Huerva, que allí mismo es atravesado por un puente, la plaza de San Miguel ofrece en sus alrededores numerosos establecimientos donde comer y beber. Y presume de ser uno de los lugares con más sabor y más historia de la capital aragonesa.

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