Plaza San Miguel
(Un texto de Victor Orcástegui en el Heraldo de Aragón del 12
de octubre de 2014)
Durante casi sesenta años, la plaza
de San Miguel tuvo a su lado la Puerta del Duque de la Victoria, construida en
honor del general Espartero. El arco fue inmolado en 1919 en el altar del tráfico,
pero la plaza en sí quizá no ha cambiado tanto y sigue hoy vinculada a la iglesia
de San Miguel de los Navarros, una de las joyas del mudéjar aragonés.
Zaragoza era en los años centrales
del siglo XIX una ciudad con una personalidad política muy marcada. Liberal
frente a los carlistas, como todas las capitales. Y, dentro del liberalismo,
mucho más proclive al partido progresista que al moderado. Así que fue en las
calles de Zaragoza donde brotó la insurrección que, en 1854, llevaría al poder
en España al general Baldomero Espartero, héroe de la guerra contra el carlismo
y cabeza de los progresistas. El 10 de mayo de 1856, Espartero, que lucía el título
de Duque de la Victoria, vino a poner la primera piedra del ferrocarril que
uniría Zaragoza con Madrid. Y la ciudad le rindió homenaje levantando en su
honor una puerta a modo de arco triunfal. Solo que la obra se hizo demasiado
apresuradamente y se derrumbó poco tiempo después. Fue reconstruida, en robusto
hierro, a expensas de Juan Bruil, prohombre del liberalismo -y del capitalismo-
zaragozano, y aguantó esta vez desde 1861 hasta 1919, cuando alguien decidió que
estorbaba demasiado la circulación. ¡Y eso que aún faltaba medio siglo para el
'boom' del Seat 600!
Así que la plaza de San Miguel se
quedó sin la Puerta del Duque de la Victoria, que fue durante sesenta años uno
de sus elementos más llamativos y singulares. […] Pero, a pesar de esa pérdida,
la plaza sigue conservando hoy en día buena parte de su carácter tradicional.
En su núcleo redondo, casi cerrado como un coso taurino, […] hay un gran edificio
de pisos moderno que parece un búnker, pero perviven casas veteranas que
despliegan un muestrario de épocas y estilos. Entre ellas, en el número 4, una
de aire modesto en la que vivieron, entre 1769 y 1771, nada menos que Francisco
de Goya y su familia.
Pero el edificio que domina,
benévolamente, la plaza, hoy como ayer y desde hace siglos, y que le da nombre
es la iglesia de San Miguel de los Navarros. Fundada al poco de la reconquista
de la ciudad por Alfonso el Batallador, en 1118, su hechura actual data del
siglo XIV, con modificaciones barrocas, y es una de las joyas de ese arte
mudéjar tan propio del patrimonio histórico aragonés. Comparando las imágenes
antigua y moderna podemos comprobar que se han despejado sus volúmenes de
añadidos impertinentes, así como los efectos de su última restauración. Impresiona,
en la portada de San Miguel, la imagen del arcángel hiriendo al demonio. Y, en el
ábside y en la torre, las figuras geométricas que trazan los ladrillos. La
torre, además, alberga la Campana de los Perdidos, cuyo bronce empezó a resonar
hace quinientos años para guiar a quienes al anochecer buscaban el camino de
vuelta a la ciudad. Y sigue tocando, aunque ya casi nadie la escucha.
Vecina del Huerva, que allí mismo
es atravesado por un puente, la plaza de San Miguel ofrece en sus alrededores
numerosos establecimientos donde comer y beber. Y presume de ser uno de los
lugares con más sabor y más historia de la capital aragonesa.
Etiquetas: Sin ir muy lejos
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