Conejos de corral
(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón
del 23 de noviembre de 2014)
Hoy
ya nadie cría conejos en casa, pero hace en unas décadas rara era la familia de
pueblo que no lo hacía. Costaba poco esfuerzo y garantizaba despensa. No
siempre se los recluía en jaulas y no era extraño que correteasen sueltos por el
corral.
En
el Sobrarbe oscense para evitar que las ratas entrasen en tan tentador recinto
colocaban en la puerta un cráneo de burro (así lo documentó Severino
Pallaruelo). Además, era conveniente que por el mismo local revoloteasen unas
cuantas palomas para evitar que los conejos enfermaran de peste, según conseja
de la veterinaria popular.
En
Tarazona, las ramas de chopo que adornaban el arco de San Juan en los días de
su fiesta acababan el ciclo corno alimento de los conejos domésticos, de eso me
informó Víctor Azagra. Palacín Latorre, erudito de esta faceta de la
etnografía, escribió en la revista de la Asociación de Amigos del Serrablo:
«Los conejos quedan protegidos durante un año de enfermedades, cortando en
primavera una rama gruesa de pino a la que se quitan todas las ramas laterales y
colocándola en el conejar. Al comerse los animales la corteza, "se hacen
un saneamiento muy fuerte", que les permite vencer toda enfermedad”.
Siglos
atrás, se llevaba una pata de conejo en el bolsillo para esquivar los
encantamientos (si esa pata era la derecha aliviaba los dolores reumáticos y
los calambres). Lo cuentan Candón y Bonnet en el libro de Anaya «!Toquemos
madera!», un diccionario de las supersticiones españolas donde añaden: «Se dice
que los niños recién nacidos tendrán buena suerte y estarán protegidos de los
malos espíritus si se les toca con la pata de un conejo. Si la pata de conejo se
pone debajo de la almohada, les previene contra los accidentes. Se cree que
poner una pata de conejo sobre la mesa trae buena suerte en el juego».
Rafael
Andolz recogió en el Alto Aragón tradiciones médico-mágicas: «Para
descomposiciones fuertes y dolores de vientre, se despelleja un conejo en vivo
y la piel se le enrolla en el vientre del enfermo (Tramacastilla, Monesma). En
Monzón, para aliviar dolores, especialmente cólicos de vejiga y riñón, se aplica
sobre el vientre un conejo abierto en canal, en vivo, fajando todo lo fuerte
que se aguante. También lo hacían en Ejep y en Robres para las pulmonías. Y muy
parecido en Villacarli: se refrota por el pecho y la espalda la piel de un conejo por la parte
inferior cuando está recién muerto».
En
la Alta Ribagorza estaban convencidos de que si los conejos se apareaban en
noche de luna llena tendrían carnadas muy numerosas. Por cierto, en Caspe al macho
que cubría a las conejas se le llamaba 'matacán'. Y, mira por donde, he vuelto
a nombrar a mi pueblo en un artículo. Será porque pienso como Julio Verne: «No
se nace en un lugar para después no sentir nada ante ese sitio donde uno ha
sido acunado por la mano de una madre. Las fibras del ser humano no pueden
estar gastadas hasta el punto de que ni una sola vibre todavía cuando uno de
estos recuerdos la toca» (El archipiélago en llamas, 1884).
Etiquetas: Tradiciones varias
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