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sábado, marzo 18

Los niños de las maletas y Mr. Winton



(Un texto de Luis Algorri con una historia preciosa, publicado en la revista Tiempo del 9 de febrero de 2016)

Contra el poder del mal, a veces solo consiguen actuar héroes individuales. Ahora volvemos a necesitarlos.

[…]

[…] En un pasillo de la estación de trenes de Viena, la Westbahnhof, en medio de elegantes tiendas de ropa y perfumes caros, hay un pilar de granito. Encima hay (de nuevo en bronce) una maleta desastrada, y sobre ella está sentado un niño pobremente vestido y con gesto triste. No pasa nada más. El niño parece que está esperando algo (quizá que le vengan a buscar, quizá la salida del tren) y está solo. El autor de la obra, también de estilo realista, es el británico Flor Kent. La escultura se colocó en 2008.

En la Liverpool Street Station de Londres (otra estación de ferrocarril) hay un grupo escultórico, una vez más en bronce, de cinco críos cargados con maletas. Aquí ya no están serios: miran a un lado y a otro, sonríen como si viesen por primera vez un mundo nuevo. El artista es Frank Meisler, pero es difícil distinguir su obra de la de Kent. Hay obras parecidas en Berlín, en Holanda, en Danzig. Niños. Maletas.
El enigma se resuelve en otro andén ferroviario, el de la Hlavní Nadrazí Station de Praga. Allí hay un bronce más con cuatro figuras: una maleta enorme, una niña de aspecto agotado y un señor de mediana edad, con gafas, que lleva en brazos a otro chiquillo que parece dormido sobre su hombro. Ahí se cierra la descomunal obra de arte que contiene dentro de sí a más de media Europa, porque el señor con gafas es sir Nicholas Winton, un agente de bolsa británico que, en los años 30, cuando él era apenas un chaval, se empeñó en salvar la vida de niños judíos que –esto se sabía antes de que se tuviese noticia de Auschwitz– iban a desaparecer a manos de los nazis.

Mr. Winton lo tenía difícil. La idea era enviar a los niños a Inglaterra. Háganse cargo: los críos de pocos años tenían que cruzar solos media Europa, saltando de tren en tren con aquellas maletas zarrapastrosas. Repito: solos. Nicholas Winton los llevaba a la estación de Praga y los metía en el tren. Y era indispensable que en Londres hubiese una familia, que no les conocía de nada, dispuesta a acogerlos.
Nicholas Winton salvó así la vida de 669 críos checos, todos judíos. Lo hizo con la ayuda de un teléfono, de los cuáqueros, de los rotarios, de los masones, de los Lions, de Dios y su madre, y con una voluntad indoblegable. Cuando estalló la guerra, en septiembre de 1939, aquello se acabó: ya no era posible meter a los niños y a sus maletas en trenes. Winton no le dijo nada a nadie. Durante medio siglo no se supo aquello: era un trabajo que había que hacer, él lo hizo y se acabó, ¿de qué había que presumir?

En 1988, la esposa de Mr. Winton encontró un viejo cuaderno lleno de nombres, fotos, fechas y direcciones. Lo comprendió todo. Un día, la BBC convenció al anciano Nicholas para que acudiese, como figurante del público, a un programa tonto. La presentadora dijo: “Vera Gefen, ¿sabes que estás sentada al lado de Nicholas Winton?”. El viejo se quedó helado cuando aquella señora de unos sesenta años le abrazó y le besó: “Usted me salvó la vida”, le dijo. El buen Nicholas empezó a limpiarse las lágrimas con los dedos por detrás de las gafas. Dos minutos después se pusieron en pie, a su alrededor, decenas y decenas de personas más: a todos les había salvado la vida aquel viejito tembloroso que no hacía más que sonreír y llorar rodeado de sus niños.

Quisiera que ustedes comprendiesen una cosa. Nicholas Winton combatió con éxito contra un poder infinitamente mayor que él, el del macabro Reich de Adolf Hitler. Lo consiguió. […]

[…]

Sir Nicholas Winton murió el año pasado, a los 96 años, y su callado heroísmo propició la obra de arte más grande del mundo, las estatuas del Kindertransport sembradas por Europa. […]

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