Los niños de las maletas y Mr. Winton
(Un texto de Luis Algorri con una historia preciosa, publicado
en la revista Tiempo del 9 de febrero de 2016)
Contra el poder del mal, a veces solo consiguen actuar
héroes individuales. Ahora volvemos a necesitarlos.
[…]
[…] En un pasillo de la estación de trenes de Viena,
la Westbahnhof, en medio de elegantes tiendas de ropa y perfumes caros, hay un
pilar de granito. Encima hay (de nuevo en bronce) una maleta desastrada, y sobre
ella está sentado un niño pobremente vestido y con gesto triste. No pasa nada
más. El niño parece que está esperando algo (quizá que le vengan a buscar,
quizá la salida del tren) y está solo. El autor de la obra, también de estilo
realista, es el británico Flor Kent. La escultura se colocó en 2008.
En la Liverpool Street Station de Londres (otra
estación de ferrocarril) hay un grupo escultórico, una vez más en bronce, de
cinco críos cargados con maletas. Aquí ya no están serios: miran a un lado y a
otro, sonríen como si viesen por primera vez un mundo nuevo. El artista es
Frank Meisler, pero es difícil distinguir su obra de la de Kent. Hay obras
parecidas en Berlín, en Holanda, en Danzig. Niños. Maletas.
El enigma se resuelve en otro andén ferroviario, el de
la Hlavní Nadrazí Station de Praga. Allí hay un bronce más con cuatro figuras:
una maleta enorme, una niña de aspecto agotado y un señor de mediana edad, con
gafas, que lleva en brazos a otro chiquillo que parece dormido sobre su hombro.
Ahí se cierra la descomunal obra de arte que contiene dentro de sí a más de
media Europa, porque el señor con gafas es sir Nicholas Winton, un
agente de bolsa británico que, en los años 30, cuando él era apenas un chaval,
se empeñó en salvar la vida de niños judíos que –esto se sabía antes de que se
tuviese noticia de Auschwitz– iban a desaparecer a manos de los nazis.
Mr. Winton lo tenía difícil. La idea era enviar a los
niños a Inglaterra. Háganse cargo: los críos de pocos años tenían que cruzar
solos media Europa, saltando de tren en tren con aquellas maletas
zarrapastrosas. Repito: solos. Nicholas Winton los llevaba a la estación de
Praga y los metía en el tren. Y era indispensable que en Londres hubiese una
familia, que no les conocía de nada, dispuesta a acogerlos.
Nicholas Winton salvó así la vida de 669 críos checos,
todos judíos. Lo hizo con la ayuda de un teléfono, de los cuáqueros, de los
rotarios, de los masones, de los Lions, de Dios y su madre, y con una voluntad
indoblegable. Cuando estalló la guerra, en septiembre de 1939, aquello se
acabó: ya no era posible meter a los niños y a sus maletas en trenes. Winton no
le dijo nada a nadie. Durante medio siglo no se supo aquello: era un trabajo
que había que hacer, él lo hizo y se acabó, ¿de qué había que presumir?
En 1988, la esposa de Mr. Winton encontró un viejo
cuaderno lleno de nombres, fotos, fechas y direcciones. Lo comprendió todo. Un
día, la BBC convenció al anciano Nicholas para que acudiese, como figurante del
público, a un programa tonto. La presentadora dijo: “Vera Gefen, ¿sabes que
estás sentada al lado de Nicholas Winton?”. El viejo se quedó helado cuando
aquella señora de unos sesenta años le abrazó y le besó: “Usted me salvó la
vida”, le dijo. El buen Nicholas empezó a limpiarse las lágrimas con los dedos
por detrás de las gafas. Dos minutos después se pusieron en pie, a su
alrededor, decenas y decenas de personas más: a todos les había salvado la vida
aquel viejito tembloroso que no hacía más que sonreír y llorar rodeado de sus
niños.
Quisiera que ustedes comprendiesen una cosa. Nicholas
Winton combatió con éxito contra un poder infinitamente mayor que él, el del
macabro Reich de Adolf Hitler. Lo consiguió. […]
[…]
Sir Nicholas Winton murió el año pasado, a los 96
años, y su callado heroísmo propició la obra de arte más grande del mundo, las
estatuas del Kindertransport sembradas por Europa. […]
Etiquetas: Grandes personajes, Pequeñas historias de la Historia
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