La mamá del monstruo
(Un texto de Fernando Savater en la revista Tiempo del 1 de
julio de 2016)
Frankenstein, una criatura hecha de pedazos de cadáveres,
desesperada por la soledad, que admite su maldad pero la presenta como fruto de
su desdicha.
Pocas reuniones intelectuales han marcado tanto la historia
literaria europea como la que mantuvieron un grupo de amigos en Villa Deodati,
cerca del lago Leman, a mediados de junio de 1816. La erupción de un volcán
indonesio había cambiado el clima veraniego en otro casi invernal incluso allí,
en los alrededores de Ginebra. Los amigos que habían querido pasar su tiempo
navegando por el lago o paseando por los campos soleados se vieron obligados a
permanecer durante largas veladas encerrados en la casa, con el fuego encendido
y leyendo cuentos inquietantes de Hoffmann y otros autores alemanes,
algo más propio de fechas navideñas que de comienzos del estío.
Los personajes
de la reunión lo tenían todo para llamar la atención y avivar la imaginación de
los lectores incluso en nuestros días. Para empezar, el dueño de la villa y anfitrión
de los demás: Gordon lord Byron, ventiocho años, poeta fuera de serie y
escándalo público aún más notorio. Denostado hasta la execración, venerado
hasta la idolatría, perseguidor perseguido por bellezas de ambos sexos, atleta
a ratos y estragado libertino en ocasiones. Sabía vivir como un potentado sin
serlo y en Villa Diodati contaba con los cuidados de su médico personal William
Polidori, un parásito pedante. Su huésped principal era Percy Bysshe
Shelley, venticuatro años, también poeta de no menor talento y por tanto
rival (aunque se llevaban bien), autor del panfleto La necesidad del ateísmo
que provocó su expulsión de la Universidad de Oxford, rebelde contra toda
tiranía real o imaginaria, salvo la del amor. Le acompañaba su amante (que
luego sería su mujer, al suicidarse la esposa legal que había abandonado) Mary
Godwin, diecinueve años, hija del reformador social William Godwin,
autor de Justicia política, y de Mary Wollstonecraft, pionera del
feminismo y autora de Vindicación de los derechos de la mujer. Apasionada pero
racional, no llegó a conocer a su madre que murió al darla a luz (en cambio
conoció a Percy. B. Shelley un día visitando su tumba) pero siempre admiró su
obra y puso en ejercicio el feminismo práctico que ella había preconizado.
Después de
haber leído muchos cuentos terroríficos, al grupo reunido en Villa Deodati se
les ocurrió la idea de escribir ellos mismos relatos de ese género. Lord Byron
no fue más allá de esbozar una historia protagonizada por un vampiro, que dejó
inacabada. Años después, el doctor Polidori aprovechó la idea para su relato El
vampiro, en el que aparece Lord Ruthven, un no-muerto aristócrata con todos los
rasgos que más tarde haría famosos cierto conde transilvano… Shelley parece que
siguió con sus poemas pero Mary se dedicó en serio a la tarea y empezó a
escribir lo que dos años después se publicó con el título de Frankenstein o
el moderno Prometeo. Una criatura hecha de pedazos de cadáveres,
desesperada por la soledad, que admite su maldad pero la presenta como fruto de
su desdicha. Un siglo después, un director de cine –James Whale– y un
maquillador genial, Jack Pierce, convirtieron al hijo de Mary Shelley en
un icono a la vez horrible y ávido de afecto, que nos representa a todos.
Etiquetas: En femenino, libros y escritores
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