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lunes, abril 17

Objetivo: matar a Trotsky

(Un texto de José Segovia en el XLSemanal del 9 de agosto de 2015)

Un hombre atractivo, el español Ramón Mercader, sedujo a una de las colaboradoras del líder de la Revolución rusa y se ganó su confianza. El 21 de agosto de 1940, hace 75 años, le dio a leer un artículo y le clavó un piolet en la cabeza.

“Seré asesinado por uno de los de aquí, o por uno de mis amigos de fuera, pero alguien con acceso a la casa. Porque Stalin no puede perdonarme la vida”, confesó León Trotsky a Eduardo Téllez, periodista de ‘El Universal’, semanas antes de que Ramón Mercader -hijo de un industrial catalán y de una estalinista fanática- acabara con su vida.

El 21 de agosto [de 2015 se cumplieron] 75 años del asesinato de Lev Davidovich Bronstein, más conocido por su apodo. León Trotsky. Fue uno de los líderes de la Revolución de Octubre de 1917 y también el organizador del Ejército Rojo. Tras la muerte de Lenin, Trotsky afirmó que el dominio de una casta burocratizada había dejado de lado los valores de la Revolución rusa, y que esta sería aplastada por el capitalismo si el pueblo no era capaz de parar los pies a los oligarcas del Kremlin.

Desde aquel momento, Trotsky se convirtió en el mayor enemigo de Stalin. Aunque el dictador soviético era un paranoico que veía enemigos por todas partes, su animadversión hacia Trotsky era comprensible, ya que este era el único que podía hacerle sombra. En 1937, Stalin puso en marcha la maquinaria del Gran Terror, uno de los periodos más negros en la historia de la Unión Soviética que estuvo marcado por la represión salvaje a militares, obreros e intelectuales.

El poderoso presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética sabía que la guerra mundial estaba a punto de estallar. Pensaba que su país iba a ser atacado por sus enemigos, fueran estos los nazis o una coalición de naciones enemigas. En su paranoia, Stalin creía que el líder de esa fuerza atacante sería Trotsky, que hacía ya casi una década que había huido del país.

Tranquilidad en México

Tras peregrinar por media Europa y Turquía, el disidente soviético halló refugio en Coyoacán (Ciudad de México), en un chalé conocido como la Casa Azul, residencia de los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo. Allí, el Viejo, como se conocía a Trotsky entre los suyos, esperaba encontrar un espacio de tranquilidad que le permitiera continuar su denuncia de los crímenes estalinistas.

Mientras tanto, en Moscú, Stalin organizó la Operación Utka (‘pato’ en ruso). El nombre se relacionaba con la expresión "cuando los patos están volando", que hacía alusión a las técnicas de desinformación y confusión que empleaban los medios oficiales soviéticos para machacar a los enemigos del régimen. "Y eso era lo que pretendía hacer Stalin con la figura de Trotsky", escribe el historiador Eduard Puigventós en su libro Ramón Mercader, el hombre del piolet (Now Books), un relato apasionante sobre la sangrienta persecución del revolucionario soviético y su violenta muerte a manos de un sicario de Stalin.

A pesar del peligro que suponía ser el mayor enemigo del régimen soviético, Trotsky recuperó una cierta tranquilidad en su refugio mexicano, permitiéndose una aventura amorosa con Frida Kahlo, esposa de su anfitrión en Ciudad de México. El affaire con la pintora duró solo unos meses. Frida se embarcó en aquella relación como una venganza contra Diego Rivera, del que se separó definitivamente meses después. Por su parte, Trotsky escribió largas cartas de arrepentimiento a su mujer, Natalia Sedova, y regresó al hogar con la esperanza de no haber roto su matrimonio.

En mayo de 1939, mientras el revolucionario y los suyos se trasladaban a una nueva casa en la avenida Viena de la capital mexicana, la NKVD (la agencia precursora de la KGB) dio luz verde a la Operación Utka. Sus integrantes se dividieron en tres grupos. El primero era una red de información dirigida por Caridad Mercader y su hijo Ramón, que se hizo pasar por el canadiense Frank Jacson, y cuyo objetivo era tratar de acercarse al círculo de Trotsky para obtener datos precisos sobre sus movimientos y los de sus hombres.

El segundo grupo, el encargado de perpetrar el atentado, lo encabezaba el muralista David Alfaro Siqueiros, miembro del Partido Comunista mexicano. El tercer grupo de apoyo, que acabó uniéndose al segundo, lo dirigía Iosif Grigulevich, un estalinista muy activo en la Guerra Civil española y cómplice de Orlov en la ejecución del trotskista catalán Andreu Nin, líder del POUM. Sin embargo, a pesar de la gente involucrada y de la importante suma de dinero que se invirtió en esta trama criminal, el atentado fracasó. Tirotearon a Trotsky y a su mujer, pero erraron.

Lejos de desanimarse, Stalin ordenó un segundo ataque contra Trotsky. En esta ocasión, el dictador soviético ordenó que lo llevara a cabo un individuo en solitario, dejando a un lado las redes de agentes de la NKVD. "Fue en aquel momento, y no antes, cuando Ramón Mercader apareció como un mercenario ideológico, que aceptó la responsabilidad de un asesinato y se concienció para cumplirlo", afirma Puigventós, que en su libro desmonta la idea de que Mercader fuera elegido desde un primer momento como el verdugo de Trotsky.

Mercader, un seductor

Para llevar a buen término su misión original, que consistía en recabar información sobre el refugio de la avenida Viena, Mercader sedujo a la trotskista americana Sylvia Ageloff, cuya hermana era una estrecha colaboradora del revolucionario, lo que le permitió introducirse en su círculo íntimo con una identidad falsa y sin despertar sospechas.

La facilidad con la que Mercader logró su objetivo resulta sorprendente.  El 20 de agosto de 1940, Mercader pidió al revolucionario que echara un vistazo a un artículo que supuestamente iba a publicar en una revista extranjera. Trotsky inició la lectura y Mercader se situó detrás de él, dejando a un lado el impermeable donde llevaba un , un cuchillo y una pistola. Pensó que el piolet  sería más silencioso y dejaría al Viejo sin opción de defenderse. Lo alzó y con las dos manos asestó un golpe muy fuerte en el cráneo de su víctima. Le había golpeado con gran furia, pero no con la fuerza suficiente para tumbarlo.

“El hombre comenzó a chillar como un cerdo al que están degollando; e inmediatamente se me echaron encima sus ayudantes y no pude hacer nada”, confesó Mercader a su hermano Luis. El brazo ejecutor de Stalin no fue capaz de reaccionar. No empuñó su pistola ni tampoco volvió a usar el piolet contra su víctima. Cuando llegaron los hombres que le debían haber defendido, Trotsky se desmayó. Murió horas después en un hospital, el 21 de agosto de 1940. Tenía sesenta años.

Si Mercader hubiera podido asesinar al revolucionario sin hacer ruido, habría podido huir de la casa. Pero lo atraparon. Le propinaron una paliza tremenda. Su aspecto era lastimoso.

El 29 de agosto, el comunista español fue sometido a un careo con su amante Sylvia Ageloff, en el que se produjo una situación tensa que desembocó en reproches y gritos. A las preguntas que le hizo el juez, Sylvia respondió que Mercader era un canalla que la había utilizado para acercarse a Trotsky y asesinarlo.

Durante un tiempo, la estadounidense fue considerada cómplice del atentado, hasta que las autoridades mexicanas se convencieron de su inocencia y la dejaron libre. El asesinato de Trotsky supuso para Mercader veinte años de silencio entre rejas. En ese tiempo, la URSS experimentó profundos cambios. Stalin falleció en la más absoluta soledad el 5 de marzo de 1953. Su cuerpo embalsamado fue depositado junto a la momia de Lenin en la Plaza Roja de Moscú. Solo tres años después, durante el XX Congreso del Partido, su sucesor al frente de la Unión Soviética, Nikita Jrushchov,  dejó sin habla a los asistentes cuando leyó el informe titulado Sobre el culto a la personalidad y sus consecuencias. El nuevo líder soviético acusó a Stalin de haber liquidado a los mejores camaradas del ejército, de la deportación de pueblos étnicos, de haber alimentado un enfermizo culto a la personalidad y de falsificar la historia del Partido Comunista.

Las revelaciones de Jrushchov provocaron un terremoto en el Comité Central. En 1961 se sacó el cuerpo de Stalin del mausoleo para enterrarlo fuera del Kremlin. La caída en desgracia de Stalin debió de ser un duro golpe para Mercader, que por lealtad al estalinismo había dejado escapar los mejores años de su vida en una prisión mexicana. Finalmente, el 6 de mayo de 1960, el español fue liberado y pudo viajar a la URSS, cuyas autoridades le proporcionaron una pensión vitalicia y lo condecoraron con la medalla de Héroe de la Unión Soviética. Años después se instaló en La Habana, donde falleció el 18 de octubre de 1978.


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