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domingo, noviembre 5

El Ateneo de Madrid



(Extraído de un artículo de Javier Memba en la revista Tiempo del 31 de marzo de 2017)

Fundado en 1835 por el duque de Rivas, Salustiano Olózaga, Mesonero Romanos, Alcalá Galiano, Juan Miguel de los Ríos, Francisco Fabra y Francisco López Olavarrieta, imbuidos todos ellos por el espíritu del libre pensamiento que se atisbaba durante la regencia de María Cristina, los orígenes del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid se remontan al más genuino espíritu de nuestro siglo de las luces. Nacido para ser un “lugar de reunión de gente instruida”, su verdadero afán ha sido la ilustración de cuantos aman la sabiduría. Quizá por eso, la peripecia del Ateneo, que siempre ha sido una entidad privada declarada de utilidad pública, sintetiza el desdén que se profesa en nuestro país a la cultura.

Tan madrileño como universalista, su primera sede estuvo en la calle Carretas, de donde pasó a la de Montera y al palacio de Abrantes antes de su actual ubicación, en el número 21 de la calle del Prado. Mariano José de Larra fue uno de sus primeros socios. Con el correr del tiempo, además de nuestros más destacados intelectuales y artistas de los últimos dos siglos, al igual que todos nuestros premios Nobel, pasaron por el Ateneo seis presidentes de gobierno.

Perseguido durante la dictadura de Primo de Rivera y muy controlado durante los primeros años de la franquista, sus tertulias en la célebre Cacharrería, que a menudo catalizaron la actividad, fueron tan sonadas como notable es su colección de pintura modernista. Pero la gran perla de su tesoro es su biblioteca. Se dice que fue allí “donde nació a la vida pública José Donoso Cortés, perdió la vista Antonio Cánovas del Castillo, Emilio Castelar se quedó calvo y exhaló su último aliento José Moreno Nieto”.

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