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miércoles, noviembre 1

Visitas a Inglaterra de los reyes de España

(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 14 de julio de 2017)

El viaje de Estado de Felipe VI al Reino Unido ocurre 31 años después del de don Juan Carlos en 1986, pero antes otros reyes de España han conocido las brumas británicas en circunstancias variopintas, desde sentarse en el trono inglés hasta vivir el amargo exilio.

Felipe II

Rey de Inglaterra 
El primer soberano español que pisó Inglaterra fue Felipe II, aunque todavía no era más que príncipe de Asturias. Sin embargo llegó como rey… de Nápoles. Iba a casarse con la reina inglesa María Tudor, y Carlos V le otorgó la corona napolitana para que no ostentara categoría más baja que la novia. Los cortesanos ingleses, no obstante, le tratarían como inferior y en el banquete de bodas le sirvieron a María en platos más lujosos que a Felipe.

El menosprecio manifestaba el complejo de inferioridad que provocó entre los ingleses Felipe, que entró en la isla de forma apabullante. Llegó en una escuadra de cien naves, con 6.000 marineros y soldados, y muchos pensaron que era una invasión. Aparte llevaba un séquito de 3.000 personas que incluía 1.500 caballeros. También llegó la Grandeza de España en pleno, aunque hubo que dar subsidios a los nobles –arruinados por un anterior viaje de Felipe– para que luciesen el boato adecuado. Como si fuera una reacción defensiva, el cielo inglés derramó un diluvio sobre el lucido cortejo que iba a encontrarse con la reina María, lo que llevaría a algún noble español a decir que prefería “los rastrojos de Toledo a las florestas de Amadís”, es decir, inglesas.

Inglaterra se dividió por la subida al trono de un español como rey consorte. El partido católico, con María al frente, lo apoyaba, pero el partido protestante, más poderoso, estaba en contra y montó una eficaz campaña de propaganda negativa. “Pobre de aquella mujer honesta que caiga en manos de un español”, decían los panfletos que inundaban el país. El famoso orgullo hispánico también iba en contra de las buenas relaciones, los españoles despreciaban a los ingleses, y las inglesas les parecían feas. “Estamos entre la más mala gente de nación que hay en el mundo”, escribía a España un noble, y otro resumía la situación: “No nos pueden ver más que al diablo”.

Muchos ingleses pensaban que Felipe proyectaba eliminar a María y ocupar el trono, por eso el Parlamento se opuso a que fuera coronado como co-rey, o a que asumiera la regencia si María enfermaba. Por parte española se temía que envenenasen a Felipe, y en un momento, dada su larga permanencia en Londres (estuvo más de un año en la primera estancia, e incluso rehusó acudir a la llamada de Carlos V), se pensó que estaba prisionero. Se llegó a proyectar una “expedición de rescate”  para liberarlo. En realidad Felipe estuvo tanto tiempo junto a María por sentido de la responsabilidad, porque hacía suyo el enorme interés de Estado de aquel matrimonio. En cuanto a María Tudor, se había enamorado perdidamente de aquel varón en la sazón de sus 27 años, tan galante con ella, una mujer fea y de 38, que era el umbral de la vejez en la época. Ambos hicieron lo posible porque la unión funcionase, aunque era prácticamente imposible que María se quedase embarazada a su edad y con su mala salud, pese a que Felipe cumpliese con el débito. La muerte de María a los 42 años puso fin a las ilusiones. Felipe había sido rey de Inglaterra durante cuatro años, pasando en Londres la mitad de ese tiempo.

Alfonso XII

El exiliado
El siguiente rey español que estuvo en Inglaterra fue el futuro Alfonso XII, aunque en el momento de su estancia no tenía reino. Su madre Isabel II, destronada por la Gloriosa Revolución de 1868, se exiló con su heredero Alfonso, de 11 años. En 1870 abdicó en él sus derechos, forzada por Cánovas del Castillo, que sería el arquitecto de la Restauración. Cánovas, conservador pero firme creyente en el régimen parlamentario y la monarquía constitucional, sabía que los liberales jamás readmitirían a Isabel II en España, y comenzó a crear una imagen de Alfonso admisible para la opinión progresista. Mandó a aquel adolescente que pretendía ser rey a educarse a Inglaterra, cuna del parlamentarismo y arquetipo de país donde el soberano reina pero no gobierna. En la época no se concebía para un príncipe otra carrera que la militar, de modo que Alfonso de Borbón ingresó como cadete en el Real Colegio Militar de Sandhurst, donde vivió bajo “una disciplina severa pero cosmopolita”, según decían los ingleses. Curiosamente el nombre de una institución castrense está ligado al progreso de la democracia en España, porque cuando Alfonso cumplió 17 años (la mayoría de edad) firmó el Manifiesto de Sandhurst, donde Cánovas concentró el programa de libertades de la Restauración y el aspirante a rey hizo una profesión de fe liberal, prometiendo ser “como hombre del siglo, verdaderamente liberal”.

El Manifiesto de Sandhurst fue publicado por los periódicos españoles el 27 de diciembre de 1874. Dos días después el general Martínez Campos se pronunciaba al frente de sus tropas en Sagunto y proclamaba soberano a Alfonso XII. Así fue como en una academia militar de Inglaterra el cadete Borbón se convirtió en rey de España.

Alfonso XIII

Buscando novia
Muy distinto talante llevaría el siguiente rey de España que visitó Inglaterra. En vez de vivir las amarguras del exilio como su padre, Alfonso XIII llegó con la grata tarea de buscar una novia guapa. El marqués de Villaurrutia, ministro de Estado (Exteriores) había maniobrado a favor de un matrimonio inglés e incluso había elegido a la novia, la princesa Patricia de Connaught, elegante joven, sobrina de Eduardo VII y nieta de la reina Victoria. Ambas casas reales y el Gobierno inglés dieron el acuerdo, pero por desgracia a Patricia no le gustó el novio, un joven flacucho de 19 años, todavía imberbe, lo que ponía en evidencia el belfo típico de los Habsburgo. “¿Tan feo soy?”, diría con cierta irritación, aunque en realidad le daba lo mismo, porque ya le había echado el ojo a una chica más atractiva que Patricia, y había preguntado: “¿Quién es esa del pelo casi blanco?”.Se trataba de Ena de Battemberg, también nieta de la reina Victoria y sobrina de Eduardo VII, aunque no tenía rango de alteza porque su abuelo, el príncipe Alejandro de Hesse, había rebajado su sangre soberana casándose con una simple condesa. Estaba por tanto en un escalón inferior para casarse con un rey, pero aunque no fuese princesa era la muchacha más bonita de la realeza europea con su célebre pelo rubio ceniza que parecía casi blanco, ojos azules, un cutis blanquísimo, facciones perfectas y un tipo impresionante.

Provocando el berrinche del marqués de Villaurrutia, a la primera ocasión Alfonso XIII se lanzó al asalto de Ena. Ni siquiera se acordaba de cómo se llamaba, pero le dijo de buenas a primeras: “¿Coleccionas postales?”. Era una fórmula para proponer que se escribieran, prácticamente pedir relaciones de noviazgo. “Me encantan las postales”, le contestó ella, que era darle el sí. Luego confesaría que lo había encontrado “muy meridional, muy alegre, muy simpático... guapo no era”. No sería guapo, pero era rey. Para resolver el problema de la inferioridad de Ena, Eduardo VII le otorgó el título de princesa de Gran Bretaña e Irlanda con tratamiento de Alteza Real, aunque no le daría dote.

Alfonso XIII iba todos los años a Londres, aunque solo fuera para ir a su sastre, Huntsman, el más caro de Savile Row, la célebre calle de la elegancia sartorial. Antes de la Gran Guerra la realeza europea viajaba mucho por asuntos familiares, especialmente bodas y entierros. La ocasión más solemne en la que Alfonso XIII visitó Londres fue en el entierro de Eduardo VII en 1910. Nueve soberanos a caballo abrían el cortejo: el nuevo monarca británico, Jorge V, el káiser Guillermo de Alemania, Alfonso XIII y los reyes de Portugal, Bélgica, Dinamarca, Noruega, Grecia y Bulgaria. El rey de España lucía el uniforme de general del Ejército británico al que tenía derecho, como se ve perfectamente en la foto de familia de los nueve reyes, en la que Alfonso XIII se sienta al lado de Jorge V.   

El Conde de Barcelona

En la Royal Navy 
En contraste con esta pompa, otro rey de España sin corona que viviría su exilio en Inglaterra como Alfonso XII, fue su nieto don Juan, conde de Barcelona, padre de don Juan Carlos y abuelo de Felipe VI. El derrocamiento de la monarquía en 1931 expulsó de España a Alfonso XIII y su familia. Su tercer hijo, don Juan, tenía una intensa vocación marinera, de hecho estaba estudiando para marino en España cuando vino la República. Siguiendo los pasos de Alfonso XII se fue a seguir estudios a una institución castrense británica, el Real Colegio Naval, pero mientras que el destierro inglés de Alfonso XII terminó felizmente con su restauración en el trono, don Juan nunca pasaría de ser un pretendiente, aunque sus partidarios le llamaran Juan III.

Sin embargo don Juan podría haber sido feliz con su vida inglesa, pues su pasión era el mar y se integró perfectamente en la Royal Navy, donde obtuvo el grado de teniente. Precisamente se hallaba sirviendo en un barco de guerra británico en la India, cuando le llegó a Colombo un telegrama de Alfonso XIII que decía: “Por renuncia de tus dos hermanos mayores, quedas tú como mi heredero”. “Se acabó la Marina, se acabó todo”, fue la entristecida reflexión de don Juan, según recordaría años después.

Juan Carlos I

De la familia
Don Juan Carlos I es sin duda el rey de España con una relación más familiar con la soberana británica. Su vinculación sentimental con Inglaterra se acentúa porque allí se hizo novio de doña Sofía, en una cena en el Hotel Savoy de Londres, un lugar emblemático de la vida social británica. La reina Sofía también frecuenta mucho Londres, donde vive su hermano Constantino, exrey de Grecia.

Juan Carlos y Sofía protagonizaron un memorable viaje de Estado a la Corte de Saint James, un acontecimiento deslumbrante donde los ingleses se volcaron por agradarlos, hasta el punto que TIEMPO tituló aquella ocasión “Los reyes de España conquistaron Inglaterra”. Don Juan Carlos habló en el Parlamento, donde fue literalmente aclamado por lores y comunes, y fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Oxford por su defensa de la democracia en el golpe de Estado del 23-F de 1981.

La intimidad de Juan Carlos e Isabel II volvió del revés el protocolo. La reina de Inglaterra no da la mano a casi nadie, pero en una animada recepción en la embajada española, el rey iba diciendo a todos sus conocidos: “Ven que te presente a mi prima Lilibeth”. Un edecán de la corte, bastante desconcertado, me dijo: “La reina no había estrechado tantas manos en toda su vida”.

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