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lunes, noviembre 20

Tambora: el volcán que cambió la historia del arte

(Un texto de Wolfgang Höbel en el XLSemanal del 26 de junio de 2016)

La erupción del volcán Tambora en Indonesia provocó hace doscientos años un caos climático en todo el planeta. Se sucedieron heladas terribles y nevó incluso en julio y agosto. Ese invierno perpetuo arruinó cosechas, expandió enfermedades, contagió el temor por el fin del mundo y dio alas a un romanticismo tenebroso que sigue marcando el cine, el pop y la literatura.

1816 Fue el año sin verano. Faltó en el hemisferio norte. En Italia, Suiza y la costa este de Estados Unidos nevó durante los meses de julio y agosto. En Alemania llovió durante semanas. el Rin inundó extensos territorios. En la India no hubo monzón. Los arrozales de China eran cenagales.

Las cosechas, arruinadas, provocaron el hambre. En la ciudad italiana de Bolonia, un profeta proclamaba que ese tiempo monstruoso era un castigo de Dios y situó la destrucción del mundo en el 18 de julio de 1816. La mala nueva circuló por toda Europa. Miles de personas cayeron en la histeria. Sin embargo, lo único que ocurrió aquel 18 de julio en casi todos los rincones del continente es que siguió lloviendo sin parar.

Tuvo que pasar un siglo para que los climatólogos descubrieran, ya en 1920, cuál había sido la verdadera causa de aquel terrible verano. la nube de cenizas arrojada a la atmósfera el 5 de abril de 1815 por la erupción del volcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa, nube que se extendió primero por el hemisferio norte y después por todo el globo. La erupción fue tan violenta que el Tambora pasó de tener 4000 metros de altura a solo 2850. Murieron miles de isleños. La cercanía del lugar con el ecuador favoreció la expansión del polvo volcánico por las corrientes de aire de la atmósfera e hizo que aquel 1816 fuese un año de violentas tormentas y de un descenso térmico de varios grados en el hemisferio norte.

Historiadores analizan las consecuencias
Para los historiadores y los meteorólogos, la crisis de 1816 es el ejemplo perfecto de una catástrofe climática global. Sin embargo, las consecuencias históricas y culturales asociadas a los fenómenos naturales provocados por la erupción del Tambora se están empezando a estudiar ahora. La catástrofe climática no solo llevó a los artistas y literatos de la época a un estado de ánimo especial, sino que les insufló nuevas fuerzas. en parte, lúgubres e inquietantes, de una fantasía oscura y, en parte, de un escapismo ingenuo y jovial. Aquel verano de hace 200 años alentó tanto las terribles imágenes de las primeras novelas europeas de terror como las ensoñaciones idílicas del recargado estilo Biedermeier que se impuso en Europa Central.

Sesenta y un años antes ya se había producido una catástrofe natural con consecuencias histórico-culturales. El terremoto de Lisboa de 1755 provocó la muerte de cien mil personas. El seísmo, el tsunami que lo siguió y el pavoroso incendio que devoró durante días lo que quedaba de la ciudad afectaron negativamente al optimismo propio de la Ilustración, así como la confianza de la cristiandad en su Creador. En 1816, la relación de las personas con su entorno también cambió. La representación de la naturaleza desatada y de la violencia de los elementos se convirtió en un motivo recurrente para pintores, escritores y compositores. La plasmación de naufragios, cielos tormentosos y erupciones volcánicas pasó a ser el tema predilecto.

Resurge el miedo al fin del mundo
Las catástrofes naturales del año 1816 afectaron a una sociedad en transformación. Las revoluciones de Estados Unidos en 1776 y de Francia en 1789 habían sacudido el viejo orden. Se estaba produciendo un cambio de era. Media Europa había quedado devastada por las guerras napoleónicas. El mapa de Europa acababa de ser reordenado en el Congreso de Viena cuando meses y meses de lluvia y hielo provocaron la muerte de al menos 70.000 personas entre 1816 y 1817.

En muchos de los cuadros y escritos que surgieron como consecuencia de tanta catástrofe se puede apreciar la existencia de un miedo al fin del mundo y un sufrimiento que se transformaron en fantasías escapistas a la par que en un romanticismo tenebroso.

«La invención del relato de terror moderno hunde sus raíces en el verano tenebroso de 1816», escribe el historiador alemán Wolfgang Behringer en su reciente y alabada obra, publicada en Alemania con el título Tambora y el año sin verano: cómo un volcán sumió al mundo en la crisis.

Sin embargo, las manifestaciones más visibles del clima volcánico que dominó sobre Europa son los atardeceres violentos, con extraños tonos amarillos y rojos, que el pintor Caspar David Friedrich pintó en 1816. Los famosos y grandiosamente terribles cuadros La balsa de la Medusa y El diluvio universal, que el artista francés de 24 años Théodore Géricault pintó en el verano de 1816 y en los que nubes de un negro verdoso se acumulan como montañas, probablemente también hablen de un miedo al apocalipsis vivido en primera persona. Y es más que seguro que el caos meteorológico que reinaba en Europa le inspirara al pintor inglés Turner los más salvajes de sus dramáticos paisajes, en los que nubes de tormenta ocres y rojizas crecen con violencia a la caída de la tarde.

Las tropas británicas extendieron el cólera
En Alemania, el poeta Ernst T. A. Hoffmann publicó en 1816 una colección de relatos marcados por la lluvia titulada Piezas nocturnas. En Suiza, el aristócrata inglés de 28 años George Gordon Byron, que en el verano de 1816 acogía en su Villa Diodati, a orillas del lago de Ginebra, a un grupo de jóvenes que pronto se harían célebres, describió «un día tan oscuro que las gallinas subieron a dormir a sus palos a mediodía». Oscuridad es el título de la poesía que Lord Byron escribió ese mismo día.

 Científicos e historiadores están analizando doscientos años después cómo la erupción del Tambora transformó la conciencia cultural de la época y han plasmado sus conclusiones en numerosos libros. Los historiadores del clima William y Nicholas Klingaman aseguran en su trabajo El año sin verano. 1816 y el volcán que oscureció el mundo y cambió la historia (disponible por ahora solo en inglés) que aquel fenómeno y sus consecuencias causaron una «gran agitación» en el estado de ánimo de muchas personas tanto en Estados Unidos como en Europa.

Cuentan también que debido al caos climático que siguió a la erupción del Tambora se desató una epidemia de cólera que las tropas coloniales británicas extendieron por numerosos países y que segó la vida de cientos de miles de personas en Arabia, Persia y Asia Oriental. En Irlanda y Suiza, en la Alemania meridional y en la costa este de Estados Unidos desencadenó un movimiento migratorio que hizo que miles de colonos emprendieran viaje, en la confianza de encontrar mejores condiciones de vida en Rusia o en el Medio Oeste de Estados Unidos.

Surge un nuevo lenguaje apocalíptico
En su libro sobre las consecuencias de aquel tiempo tormentoso que reinó sobre el continente, el historiador Wolfgang Behringer habla incluso de un ‘placer por matar’, que se manifestó por ejemplo en pogromos antisemitas o en el apuñalamiento del popular dramaturgo August von Kotzebue a manos del estudiante Karl Ludwig Sand en marzo de 1819. El hecho fue motivo para la promulgación de los Decretos de Karlsbad, que sometían a censura el trabajo de periodistas y artistas en media Europa.

Aquel «ambiente febril de fin de los tiempos» en el continente europeo también dio pie a un nuevo «lenguaje simbólico apocalíptico» en la literatura como reacción directa al trauma del verano catastrófico, según asegura el científico australiano Gillen D Arcy Wood en su libro El invierno volcánico de 1816; el mundo a la sombra del Tambora. En su opinión, muchos pintores y escritores vivieron el ambiente trágico y la «atmósfera literalmente eléctrica» como un «estímulo excepcional».

Es lo que ocurrió en la casa de Lord Byron a orillas del lago de Ginebra. Entre los acompañantes del poeta se encontraban, además de John Polidori, su médico personal, el escritor Percy Shelley, su prometida de 18 años Mary Godwin (quien, tras su boda ese mismo año, se convertiría en Mary Shelley) y una hermanastra de esta, Claire Clairmont (embarazada de Byron). Mary Godwin dijo de los Alpes que eran «el lugar más sombrío del mundo» y, al igual que sus compañeros, se lamentaba del tiempo horrible. Aquellos días de encierro se consumió mucho vino, aguardiente y opio. La tarde del 18 de junio de 1816, los aburridos veraneantes se inventaron un concurso. el ganador sería el que escribiera la mejor historia de terror.

La futura Mary Shelley tituló su obra Frankenstein o el moderno Prometeo, y John Polidori llamó El vampiro a la suya. Esta segunda, una novelilla no muy destacable en lo literario, acabó convirtiéndose en modelo para el Drácula de Bram Stoker, mientras que la elegante novela de Mary Shelley alcanzó fama mundial como pionera del género de terror.

Una catástrofe olvidada por la ciencia
Para los historiadores e investigadores, las alteraciones climáticas, hambrunas y revueltas causadas por la erupción del Tambora conforman una crisis que ha sido imperdonablemente olvidada por la historiografía. «Hasta hace bien poco no teníamos ni una sola monografía sobre el tema», se lamenta el historiador Wolfgang Behringer. En cuanto al mundo de la cultura, y con la vista puesta en las nubes oscuras del más sombrío romanticismo y en el sol artificial del estilo Biedermeier, se puede decir que gracias al verano del Tambora sabemos que el clima también puede contribuir a definir el ambiente intelectual y espiritual de toda una época.

Tormentas de Turner
1816 fue un año de tormentas constantes. El arte mostró la potencia de la naturaleza y la vulnerabilidad del hombre frente a ella. Ese caos climático influyó en pintores como William Turner, maestro en captar el poder violento del mar.

Atmósfera trágica
El francés Théodore Géricault es el prototipo de artista romántico. En sus obras hay un halo trágico. Le gustaba mostrar el sufrimiento y la desesperación.

El pesimismo de Goya
El Romanticismo se expandió desde Alemania e Inglaterra. En Goya se transparenta en sus pinturas negras como Saturno devorando a un hijo.

Tiempo nublado
El artista alemán Caspar David Friedrich pintó paisajes alegóricos con nieblas y brumas como El caminante sobre el mar de nubes.

Y se hizo la luz... 
Algunos pintores y poetas, en vez de reaccionar al oscurecimiento climático general con paisajes e historias sombrías, optaron por una emigración artística hacia un mundo de ensueño, bañado de luz. El arte de estilo Biendermeier, en Alemania, Austria y Suiza plantó cara al cielo tormentoso, la guerra y el hambre construyendo un entorno idílico. Por ejemplo, en todos los cuadros de Carl Spitzberg, siempre brilla el sol.


El Icono
El inglés George Gordon Byron, Lord Byron, influyó en los poetas de su tiempo. Aquel verano de 1816 escribió. «Un día tan oscuro que las gallinas subieron a dormir a sus palos al mediodía».

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