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sábado, julio 7

Henry David Thoreau, el pionero de la resistencia pacífica

(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 30 de abril de 2017)

A Henry David Thoreau lo encarcelaron por oponerse a la guerra y la esclavitud. Fue un precursor del pacifismo, la desobediencia civil y el ecologismo que inspiró a Gandhi, a Luther King y a una legión de admiradores. Se cumplen 200 años de su nacimiento.

Cuando el carcelero cerró la puerta, Henry David Thoreau sonrió tranquilo. «No pude menos que pensar en la estupidez de esa institución (el Estado) que me trataba como si simplemente fuese un montón de carne, sangre y huesos. Ni por un momento me sentí encerrado», escribió en su diario. lo encarcelaron el 24 de julio de 1846 porque se negó a pagar el poll tax, el impuesto para poder votar. «Bajo un gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar para el hombre justo es la cárcel», anotó sin estar afligido en absoluto por verse tras las rejas de la prisión de Concord, la ciudad cercana a Boston en la que nació hace ahora 200 años.

Se negó a pagar el impuesto porque no estaba de acuerdo con la guerra contra México ni con la esclavitud: «Este pueblo debe dejar de tener esclavos y de luchar contra México, aunque le cueste su propia existencia como pueblo», proclamó.

Tozudo, desafiante, Henry David Thoreau fue un espíritu libre. Fue pacifista y desobediente. Se inspiraron en él y lo admiraron Gandhi (devoto lector de su ensayo Desobediencia civil) y Martin Luther King, entre otros.

Fue también naturalista y uno de los primeros impulsores de la defensa del medioambiente: «Quien tala árboles más allá de un determinado número está exterminando a las aves», pronosticó. Sus reflexiones suenan hoy muy actuales: defendía una alimentación sana, decía que sobraban estimulantes y calorías en la dieta de sus contemporáneos, lo dijo en el siglo XIX. Propugnaba la vida en la naturaleza y su protección: «Creo en el bosque, en la pradera y en la noche en la que crece el grano. […] Supongo que lo que en otros hombres es religión en mí es amor por la naturaleza», explicó.

Sus descripciones de los bosques, ríos y paisajes, que recorrió con un afán entre místico y primitivo, son primorosas. Las dejó plasmadas en sus diarios y en libros como Cartas a un buscador de sí mismo, textos que se reeditan ahora con su libro más famoso, Walden, el ensayo en el que relata sus dos años y dos meses de retiro en una cabaña en el bosque.

Se asentó -de 1845 a 1847- en las 4,5 hectáreas que su amigo Ralph Waldo Emerson había comprado junto al lago Walden, cerca de Concord (Massachusetts). Se convirtió en una especie de ermitaño (aunque iba a menudo a la ciudad) porque quería demostrarse a sí mismo que era capaz de procurarse su subsistencia, limitarse a lo que de verdad es importante y prescindir de lo todo demás.
La cabaña era sencilla, lo ayudaron sus amigos a levantarla. Él mismo (que era un erudito de manos finas) aró la tierra y sembró judías, tomates, calabacines, maíz y patatas. Su vida consistió en buscar alimento, leer a Virgilio, Goethe, Jenofonte, Homero y otros clásicos, a aprender qué decían ellos del vuelo de los pájaros y la llegada de la primavera, a escribir y a caminar. Thoreau es casi el patrón de los caminantes. Pasaba cuatro horas diarias en el escritorio y otras cuatro en los caminos, habló de ello en su ensayo Caminar.

Narró su vivencia en 'Walden. La vida en los bosques', publicado en 1854 y con constantes reediciones en todo el mundo. «El hombre es rico en proporción a la cantidad de cosas de las que puede prescindir», dijo Thoreau. Vivió en el lago Walden casi como un asceta, pero visitaba la ciudad con frecuencia. Y tras dos años de retiro regresó a la vida urbana.

Fue muchas cosas Thoreau, también un decidido trascendentalista defensor de la idea de que cada individuo labra su destino y debe hacer lo correcto, aunque vaya en contra de la ley y de la mayoría. La mayoría le daba lástima. Veía a la gente prisionera de sus comercios, oficinas o granjas. Los demás vivían una existencia absurda «entrando en negocios para salir de deudas, enfermando para poder ahorrar algo para el día en el que llegue la enfermedad».

Claro que él era un privilegiado que se pudo permitir el lujo de vivir para pasear, pensar y escribir. No tuvo hijos ni se casó. Nació en una familia bien situada. eran dueños de una mediana empresa que fabricaba lápices y papeles y también reparaba relojes.

Tolstoi y Clinton

Henry David (que había nacido como David Henry, pero que en otro acto de rebeldía se cambió el orden en 1837) estudió idiomas y filosofía en Harvard. Luego fue profesor en la escuela de Concord y en una academia que fundó con su hermano John: por supuesto se negó a golpear a los alumnos con la palmeta.

También trabajó un tiempo en los lápices familiares y los mejoró. Fue instructor de los hijos de su amigo Emerson y después se hizo agrimensor, una profesión que le permitía zambullirse en los campos y bosques de sus amores.

Por su defensa de la naturaleza, su fe en la desobediencia pacífica y sus escritos tiene Thoreau una legión de admiradores, entre los que figuran León Tolstoi o presidentes de Estados Unidos como Bill Clinton. Su efigie acompaña a George Washington, Benjamin Franklin y otros insignes personajes en el Panteón de los Héroes Norteamericanos de la Universidad de Nueva York.

Pero también hay sombras. Él, todo un adalid de la no violencia, defendió a John Brown, un violento abolicionista que fue acusado de asesinato y sentenciado a la horca. Sus críticos apuntan las contradicciones de un hombre que gozó de una vida desahogada, sin ataduras, que vivió la dureza de la agricultura solo dos años y luego regresó a las comodidades de la ciudad, que fue a la cárcel por sus ideas, sí, pero solo una noche. Lo liberaron la mañana del 25 de julio de 1846. «Algún entrometido pagó aquel impuesto», escribió en su diario.

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