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martes, enero 8

Los grandes maestros del autorretrato

(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 25 de marzo de 2018)

El autorretrato es algo ‘nuevo’. Hasta el siglo XV los pintores no se mostraban con descaro en sus obras. Un nuevo libro recorre el ‘Facebook’ de la historia del arte y reivindica a sus protagonistas.

Paul Gauguin estaba abatido. Solo pensaba en pintar y pintar. Ya no trabajaba como agente de Bolsa. Ya no ganaba el buen sueldo de antes. Su mujer, Mette Sophie, le exigía que llevara dinero a casa. había cinco hijos que alimentar. Ella se puso a dar clases de francés. Gauguin buscaba trabajo, pero sin determinación ni éxito. Su refugio era el cuarto de atrás. «Él y sus bártulos de pintor fueron relegados a un cuarto pequeño […]. Su única luz natural era un pequeño tragaluz […]. El único modelo a su disposición era él mismo», ha contado Paul Rollon Gauguin, hijo del pintor.

Allí pintó Gauguin su primer autorretrato. Se representó con la mirada torcida, sin mirar de frente al espectador, en un gesto que «demuestra desconfianza ante un futuro incierto», explica Paloma Alarcó, conservadora de Pintura Moderna del Museo Thyssen Bornemisza y comisaria de la exposición El espejo y la máscara. El retrato en el siglo de Picasso, que se celebró en Madrid en 2007.

Ahora, el autorretrato vuelve a la actualidad con la reedición de 500 autorretratos (Phaidon), una antología impresionante que alberga los rostros de artistas de casi todos los tiempos. Afligidos, deformados, triunfantes, camuflados… cuando se pintan a sí mismos los artistas cuentan cómo les va la vida, cómo se sienten y cómo andan de vanidad. La evolución del autorretrato en la historia del arte muestra también la consideración que la sociedad ha tenido de ellos. Los creadores no siempre se han mostrado en sus obras porque ser artista no siempre ha sido algo de lo que presumir.

Escondidos en sus obras

Hasta el siglo XV, los pintores se colaban discretamente en sus cuadros como personajes detrás de los protagonistas. Andrea Mantegna, por ejemplo, se coloca atrás, como un mirón, en La presentación en el templo. «Los pintores se retrataban en una esquina, sobre todo a la derecha, y mirando de frente al espectador. Con mucha humildad. A veces incluso su figura aparece cortada», explica Manuela Mena, jefa de Conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya del Museo Nacional del Prado.

Estos autorretratos, como a hurtadillas, cambian porque con el Renacimiento los artistas empiezan a ser importantes y a pintarse como protagonistas, no como mirones. Qué ha cambiado? «Que al ser humano de Occidente le interesa presentarse tal como es. Quiere mostrar cómo gana su dinero, su poder, la belleza de sus mujeres. También el rey aparece ante sus súbditos en lugar de ser representado a través de símbolos», explica Manuela Mena.

Además, en Venecia se fabricaban espejos más grandes y planos. Lo dijo Leonardo da Vinci. «El espejo es el maestro de los pintores». Es un instrumento crucial del autorretrato. En algunos cuadros, las botonaduras al revés en la ropa del retratado delatan su uso. Pero no todos los artistas se han servido de espejos. «David Hockney toma apuntes de rasgos esenciales y no necesita más. Y no veo a Miguel Ángel mirándose en un espejo para pintarse en la piel de san Bartolomé», dice Manuela Mena.

Miguel Ángel puso su rostro en el pellejo del santo en la Capilla Sixtina. El genial Caravaggio le dio sus rasgos a la cabeza cortada de Goliat vencido por David. Velázquez se colocó en primera fila en Las meninas. El Greco se sitúa entre los asistentes en su Entierro del conde de Orgaz. Cada uno se reivindicó a su manera.

De Italia, el autorretrato se trasladó al norte de Europa. Lo practicaron Van Eyck, Van der Weyden o Alberto Durero, uno de los grandes del género. No pintó muchos, pero los que realizó son grandiosos, como su óleo sobre tabla del año 1500, donde aparece como una especie de Jesucristo.

Rembrandt sí hizo muchos autorretratos. Más de 50. Dejó una autobiografía pintada que arrancó en 1626 con él de jovencito en su estudio y terminó con su rostro de anciano, que ya no se molestaba en camuflar sus imperfecciones y enseña con realismo su nariz ancha y sus arrugas. A Rembrandt lo conocemos con los ojos muy abiertos, riéndose (una rareza, no solían mostrar sus deterioradas dentaduras), disfrazado, en penumbra, ante una ventana…

Vincent van Gogh, con unas 43 versiones de sí mismo realizadas en una década, es otro obseso del autorretrato. No tenía dinero para pagar a modelos. «Busco una semejanza más profunda que la obtenida por el fotógrafo», explicaba en una carta.

Cada artista tiene sus motivos, pero hay una razón común. «Los artistas son muy vanidosos y el autorretrato es propaganda», resume Manuela Mena. «Funcionaban como publicidad para atraer a clientes», explica Liz Rideal en la introducción a 500 autorretratos.

Goya se pintaba para reafirmarse. «No se pintaba a sí mismo para su mamá. Se autorretrataba cuando se sentía importante. Lo hace en la portada de Los caprichos, por ejemplo, cuando ya es académico de San Fernando», cuenta Manuela Mena.

El autorretrato le debe mucho a Giorgio Vasari, autor del libro Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos, de 1550. Porque, para ilustrar las semblanzas de los artistas, Vasari incluyó sus retratos o autorretratos.

Vasari fue también el encargado de construir el corredor que une el Palazzo Vecchio de Florencia con el Palazzo Pitti, la residencia de su mecenas Cosme I de Médici. Este corredor discurre por el Ponte Vecchio de Florencia y es un impresionante pasillo sembrado de autorretratos. Al principio las obras las compraba Médici, después los artistas las regalaban. Sus paredes son el ‘Facebook’ de la historia de la pintura. Están allí los semblantes de Filippo Lippi, Velázquez, Delacroix… El corredor vasariano está cerrado ahora por restauración.

La pintura es tema habitual en los autorretratos de los pintores. Johannes Vermeer se incluye a sí mismo en El arte de la pintura (muchos autores se pintan en su papel de artistas). Rubens se autorretrata de varias maneras, dentro de la Adoración de los Reyes Magos, o con su mujer; Frida Kahlo gritó su dolor en sus muchos autorretratos. Francis Bacon, Jean-Michel Basquiat y Egon Schiele se muestran con toda crudeza; Lucian Freud se desnuda…

Pocos se resisten al impulso de pintarse. «Hasta Murillo, que era tan dulce y piadoso. Ahí lo tienes como a un dios del arte», dice Manuela Mena. Rafael Canogar confiesa que se autorretrató de jovencito «cuando era estudiante. Eran estudios de aprendizaje. Yo era un modelo fácil de conseguir», cuenta riendo. Hace ya muchos años, sin embargo, que dejó de hacerlo. «Hay que tener mucha paciencia», confiesa.

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