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domingo, enero 6

Pizarro, el bastardo que derrotó a los incas

(Un texto de José Segovia en el XLSemanal del 11 de marzo de 2018)

Redujo a todo un imperio con apenas 168 hombres y le dio Perú a la Corona española. Aun así, Francisco Pizarro siempre ha estado a la sombra de Hernán Cortés como conquistador. Una nueva biografía equipara ahora a estos dos célebres extremeños.

Iletrado, hijo ilegítimo y sin herencia a la vista, Francisco Pizarro volvió la mirada al otro lado del Atlántico. Su gran sueño era alcanzar honra, riquezas y reconocimiento social, algo que solo podía lograr en el Nuevo Mundo. Los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de establecer en qué año partió.

Unos afirman que se embarcó en la flota de Nicolás de Ovando en 1502, otros que arribó a La Española en 1504. En todo caso, una vez allí, se enriqueció en poco tiempo gracias a una próspera sociedad minera y a una importante hacienda.

En algo más de veinticinco años, el extremeño se convirtió en uno de los hombres más ricos de su época, sobre todo tras derrotar al Imperio inca y recibir un marquesado del emperador Carlos V y los títulos de gobernador y capitán de un reino recién creado y bautizado como Nueva Castilla.

El trujillano fue, de hecho, el arquetipo de conquistador, pero perdió la batalla de la propaganda contra Hernán Cortés y sus hagiógrafos, pese a protagonizar una de las mayores epopeyas de la conquista de América y proporcionar a la Corona española más oro y plata que el propio Cortés. Francisco Pizarro: una nueva visión de la conquista del Perú, de Esteban Mira Caballos, doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla, equipara siglos después las figuras de Cortés y Pizarro, de quien hay muchos menos libros y de menor calidad.

Enfrentarse a un imperio

La mayor extensión del vasto Imperio inca, cuyos orígenes se remontan al año 1100 d. C., se produjo durante el reinado de Huayna Cápac (1493-1525), cuando abarcaba los actuales Perú, Ecuador, Bolivia y Chile. El inca, llamado el hijo del Sol, era la máxima autoridad civil y religiosa de una sociedad basada en la agricultura, la pesca y en la ganadería de llamas y alpacas en las regiones montañosas.

Cuando los conquistadores españoles llegaron a Cajamarca en noviembre de 1532, los incas -un estado con doce millones de personas- acababan de salir de una cruenta guerra civil que enfrentó a dos hijos de Cápac. Atahualpa gobernaba el norte desde Cajamarca. Huáscar, controlaba el sur desde Cuzco. La lucha fratricida fue uno de los factores que facilitó la conquista. Si Pizarro hubiera retrasado su campaña, al victorioso Atahualpa le habría dado tiempo de reunificar el Imperio.

Pero hubo otros factores a favor del extremeño. Uno fue la viruela, traída por los propios españoles, que diezmó a la población y acabó con la vida del propio Huayna Cápac. Otro fue la desafección de otros grupos étnicos que sufrieron el yugo inca, como fueron los casos de nazcas, aimaras, chancas o tallanes. «Algunos pueblos llevaban pocas décadas sometidos y añoraban su libertad perdida. Por eso no es de extrañar que muchos vivieran la invasión como la oportunidad para recuperar su autonomía», revela el historiador Esteban Mira Caballos.

Aun así, no fueron las pandemias ni la rebelión de sus enemigos lo que acabó con el Imperio inca. «Las diferencias técnicas, tácticas y psicológicas eran abismales -asegura Mira Caballos-. Con guerra civil o sin ella, con mayor o menor resistencia, el reino estaba destinado a su desaparición desde que los barbudos desembarcaron en sus costas».

Los errores del inca

Con el encargo de ultimar la conquista de Perú, Pizarro fue nombrado gobernador de las nuevas posesiones por Isabel de Portugal, en nombre de su marido, Carlos V. El conquistador dirigió a su hueste hacia Cajamarca, donde lo esperaban Atahualpa y su ejército de más de 30.000 soldados. El inca abandonó la ciudad, permitiendo que Pizarro y sus hombres entraran y tomaran posiciones en los puntos más estratégicos. Una vez afianzó sus fuerzas, el español envió un mensajero para solicitar una entrevista a Atahualpa en Cajamarca, a lo que el inca, sorprendentemente, accedió.

Atahualpa dejó el grueso de su ejército fuera de los muros y se dirigió al interior de Cajamarca con una comitiva numerosa y solemne. El soberano pretendía oír el mensaje de los extranjeros y atacar a continuación. Pero fueron los hispanos quienes sorprendieron al hijo del Sol. Los estampidos de la artillería, los aceros toledanos y los relinchos de los caballos causaron el pánico entre los miles de incas.

El trujillano y sus hombres prendieron a Atahualpa y acuchillaron a los porteadores de su gigantesca carroza. Las explosiones, los tiros y los gritos de guerra provocaron una estampida en la que murieron aplastados numerosos incas. Algunos historiadores hablan de 10.000; otros, de 4000; nunca se sabrá la cifra exacta de muertos por la celada de Cajamarca.

El rey fratricida

Días antes de la batalla, las tropas de Atahualpa habían derrotado a las de su hermano Huáscar, de Cuzco, asesinándolo con toda su familia. Por ese crimen y por su rebeldía e idolatría, el hijo del Sol fue condenado a muerte.

En un intento de salvar su vida, el inca prometió grandes sumas de oro y plata a cambio de su libertad y ofreció a Pizarro en matrimonio a su hermana Quispe Sisa, a la que el extremeño hizo bautizar como Inés Huaylas y con la que tuvo dos vástagos: Francisca Pizarro Yupanqui y Gonzalo, que murió joven. Pese a los esfuerzos de Atahualpa para apaciguar a sus captores, estos hicieron oídos sordos a sus promesas. Tras ser bautizado en la fe cristiana, fue ejecutado por garrote vil el 26 de julio de 1533 con el nombre de Francisco de Atahualpa.

Pizarro propuso a Túpac Huallpa, otro de los hijos de Huayna Cápac, como sucesor, cargo que aceptó tras declararse vasallo de Carlos V. Pero a los tres meses el títere inca murió envenenado y Manco Cápac se puso al frente de un ejército contra los invasores. El levantamiento fue sofocado, facilitando la tarea de Pizarro de controlar todo el territorio inca. Aunque no por mucho tiempo.

Las rencillas hispanas

Desde el principio de la conquista, Pizarro había asumido el liderazgo militar y relegado a un segundo plano a su socio Diego de Almagro. Además, los dos hermanos de Pizarro -premiados con todo tipo de prebendas- dispararon todavía más los agravios. Concluida la batalla de las Salinas, los pizarristas ejecutaron a Almagro. Desde entonces su hijo, Diego de Almagro, el Mozo, y sus seguidores solo tuvieron un objetivo en la cabeza. acabar con Pizarro y sus hermanos.

El domingo 26 de junio de 1541 un grupo de almagristas armados hasta los dientes se dirigió a su domicilio y, en el último combate de su vida, Pizarro se llevó por delante a tres de los atacantes. Consumado el asesinato, se inició una verdadera cacería contra los pizarristas.

El hijo de Almagro se autoproclamó nuevo gobernador, pero en septiembre de 1542 sus hombres fueron derrotados por un ejército comandado por Vaca de Castro. Poco después, el hijo de Almagro fue degollado por el mismo verdugo que pocos años antes había decapitado a su padre. Aquella guerra entre españoles no enturbió el brillo del fabuloso botín de oro y plata que obtuvo Pizarro, y que alimentó durante décadas el ansia de otros españoles de viajar al Nuevo Mundo para buscar honra y fortuna.

Nota: Pizarro envió a su hermano Hernando a Castilla para entregar a la Corona el quinto real del tesoro inca obtenido en Cajamarca. Se trajo tres toneladas de oro y once de plata, que totalizaban más de 700.000 pesos de oro y 40.000 marcos de plata.

 

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