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jueves, febrero 21

El búho

(Un texto de Hernán Mistral en el XLSemanal del 22 de abril de 2018)

Este silencioso cazador de la oscuridad ha fascinado a la humanidad desde el comienzo de los tiempos. Símbolo de la luz, de la sabiduría y de las tinieblas, su anatomía es todo un prodigio de la naturaleza.

Es el ave de los muertos, el correo de las ánimas, el mensajero del más allá. Sin embargo, al rey de la noche lo que de verdad le gusta es tomar el sol.

Al búho le apasiona recibir tranquilamente su calor en las protuberancias de la roca. Si puede, hasta se tumba en el suelo para no dejar escapar un solo rayo.

El menú del que viven es muy amplio. Los búhos suelen tragarse sus presas enteras y, al cabo de unas horas, regurgitan lo que no sea digerible, una masa de huesos, plumas, dientes, partes duras de insectos y pelo. Suena más repulsivo de lo que es en realidad: la molleja del búho cuenta con una habilidad muy especial, que consiste en envolver con plumas o pelos los restos afilados o punzantes, por lo que el resultado final no es tan desagradable a la vista. Los búhos se alimentan sobre todo de ratas, erizos, cormoranes y peces. Incluso se ha encontrado entre lo regurgitado por él una cabeza entera de águila ratonera, convenientemente envuelta en plumas. El búho es un intrépido cazador. Mejor no meterse con él: las potentes garras de esta rapaz, de hasta 80 centímetros de altura y 170 centímetros de envergadura alar, podrían romperle el brazo a una persona.

Durante la época del celo invernal, los búhos buscan a su pareja al caer la noche, antes de comenzar la jornada de caza. El macho lanza tres llamadas profundas, seguidas de otra -algo más aguda- de la hembra. El silencio que sigue significa que están sellando su relación. Estos sabios animales conviven en un régimen de monogamia estacional, un concepto muy exitoso.

La salida del sol marca la hora de buscar un buen escondite para el apareamiento. Por ejemplo, posados en la rama de un árbol, reclinados contra el tronco, con sus grandes ojos convertidos en dos rendijas para que no llamen la atención entre la espesura. La clave es pasar inadvertidos. Si otras aves descubren a la pareja de enamorados, no les dejarán en paz. El búho es una especie muy odiada entre los pájaros. Cualquiera que los descubra atacará. Incluso los más pequeños revolotearán histéricamente a su alrededor, picoteándolos y arrancándoles las plumas. Los ornitólogos aseguran que todas las aves «odian a los búhos».

Antes, los cazadores humanos sacaban partido a esta inquina. Sujetaban a un búho o una lechuza a un poste, se escondían y esperaban hasta que algún pájaro se acercara para atacarlo. Este método se usaba sobre todo para atrapar cuervos y rapaces. Y en los tiempos en los que las plumas de los colibríes eran muy apreciadas en el mundo de la moda, los cazadores de plumas de la isla de Trinidad imitaban la llamada del búho caribeño para atraer a los colibríes y darles caza.

Estas aves, del orden de las Estrigiformes, son unas marginadas en todas partes. Y así como sus compañeros alados las repudian, los seres humanos proyectan en ellas sus miedos y anhelos. Ya sean grandes búhos o los mochuelos más diminutos, estas aves nocturnas han excitado desde siempre la fantasía. Quizá se deba a su apariencia ligeramente humana. Los búhos no tienen los ojos a los lados de la cabeza, como otros pájaros, sino de frente. Sus grandes ojos, su rostro plano, su postura erguida y digna les aportan esa apariencia tan especial. Pocos seres se pueden dibujar con tan pocos trazos. El búho tiene un potencial icónico claro.

Su costumbre de volar sigiloso a través de las tinieblas para caer desde las alturas sobre unas presas desprevenidas le ha valido una posición contradictoria en el subconsciente colectivo de la humanidad: símbolo de la sabiduría y mensajero del otro mundo.

Desde muy pronto se convirtió en un ingrediente fundamental de multitud de rituales mágicos. Para mantener alejado el infortunio, la gente clavaba sus alas sobre la puerta del granero. En el siglo XV se curaba la locura cubriendo los ojos del enfermo con cenizas de búho. Los tratados medievales de magia aconsejaban arrancarle el corazón a un búho y colocárselo sobre el pecho a una mujer dormida como forma de conocer todos sus secretos.

Radar implacable

El búho es todo oídos. Alrededor de su rostro se despliega una corona de plumas que atrapa el sonido. Esta corona es ajustable al milímetro, lo que le permite dirigir su radar hacia la presa. Los oídos se encuentran debajo de la capa de plumas y a ambos lados de la cabeza, pero no debajo de esas dos puntas que presentan algunas especies y que parecen orejas. En realidad, estas crestas de pluma solo sirven para informar a sus congéneres sobre su estado de ánimo.

Los búhos oyen diez veces mejor que los seres humanos. Son capaces de localizar a un ratoncillo bajo una espesa capa de nieve y reaccionar con rapidez a cualquier sonido. El cazador nocturno se limita a acechar inmóvil desde su puesto de vigilancia en lo alto de una rama. Solo mueve la cabeza de un lado a otro en total silencio.

Para poder controlar un amplio territorio de caza, el búho puede girar la cabeza 270 grados en ambas direcciones, y moverla hacia arriba y hacia abajo en un ángulo de 90 grados. Esta capacidad de movimiento es posible gracias a que cuenta con 7 vértebras cervicales más que los seres humanos, 14 en total. Aunque tuviéramos tantas vértebras como un búho, semejante radio de giro estrangularía la llegada de sangre al cerebro y moriríamos. Pero ellos están a salvo de este peligro gracias a unas arterias vertebrales especiales. A diferencia de las nuestras, sus arterias disponen de espacio suficiente y se encuentran más cerca del centro de rotación, de tal manera que no quedan estranguladas al girar el cuello. Además, el búho cuenta con unos vasos de seguridad adicionales, que conectan las arterias carótidas y vertebrales y pueden desviar sangre al cerebro en caso de emergencia. Y los vasos sanguíneos del cuello presentan unas sinuosidades que actúan como depósitos, disponibles durante esos giros tan extremos de la cabeza.

Amores de juventud

La evolución ha trabajado incansablemente para perfeccionar a los búhos. Su plumaje es mucho más suave que el de otras rapaces. Además, todas las plumas tienen bordes desflecados, lo que hace que el flujo de aire se descomponga en innumerables remolinos, tan diminutos como silenciosos. Todo esto hace que los búhos puedan abalanzarse sobre sus presas sin hacer el menor ruido.

Su vista también es una maravilla. El campo de visión de un ojo se superpone con el del otro. Esta visión estereoscópica le aporta una profundidad de campo enormemente plástica. A esto se une otra capacidad sorprendente: el cerebro del búho puede calcular la distancia a la que se encuentra su presa a partir de la tensión muscular necesaria para el enfoque de las pupilas.

De todos modos, y pese a todas sus peculiaridades, no hay dato científico que pueda desmitificar del todo a estas aves en el imaginario humano.

Plumaje
Sus plumas tienen los bordes desflecados. Esto le permite abalanzarse sobre sus presas sin hacer ruido.

Giro de cabeza
Para controlar un amplio territorio de caza, el búho gira la cabeza 270 grados en ambas direcciones

Corona de plumas y potentes garras
Alrededor de su rostro se despliega una corona de plumas que atrapa el sonido como un radar y sus garras son tan potentes que podrían romperle el brazo a una persona.

Arriba y abajo
Puede mover la cabeza hacia arriba y hacia abajo en un ángulo de 90 grados gracias a que cuenta con siete vértebras cervicales más que los humanos.

No son orejas
Esas dos puntas no son orejas, sirven para informar a sus congéneres sobre su estado de ánimo.

Cazador
El cerebro del búho puede calcular la distancia a la que se encuentra su presa a partir de la tensión muscular necesaria para el enfoque de las pupilas.




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