Los denisovanos también tenían sexo
(Un texto de Alex Grijelmo en El País del 2 de diciembre de
2018)
Quizás haya
más formas de denominar el acto sexual que de practicarlo. La última en llegar
al español habitual de los medios de comunicación ha sido “tener sexo”
(documentada ya en 1975, pero de escaso uso hasta hace poco).
Algunos meses atrás se acusó a la actriz Asia Argento de haber tenido sexo con un actor de 17 años. Y en el
mismo día se nos informaba de que hace 50.000 años una mujer neandertal y un
hombre denisovano también tuvieron sexo, lo que dio lugar a la primera
hija de dos especies humanas distintas.
La locución verbal “tener sexo” no se ha fabricado genuinamente en
el ámbito del español. Procede del puritanismo anglosajón, que pretendía
esquivar expresiones más crudas (to have sex, dicen en esa lengua). Tampoco fue creación hispana la fórmula
“hacer el amor”, copiada del inglés o del francés; o de los dos a la vez: make love y faire l’amour. (Sí: suena mucho mejor en
francés).
Las dos opciones arrastran problemas.
“Tener sexo” choca con la realidad de que todo el mundo tiene sexo
aunque no se coma un colín (“barra de pan pequeña, delgada y alargada”, por
cierto). Tener sexo no es una elección, sino que nos viene de serie. De ese
modo, si alguien dice “a fulano le gusta mucho tener sexo”, se le podría
contestar “será que lo usa”.
Por su parte, la palabra “amor” encaja regular con el omnipresente
verbo “hacer”, porque éste se vincula con algo mecánico que se produce, se
ejecuta o se fabrica, y no tanto con algo que se da, se disfruta o se comparte.
Mientras esas expresiones progresaban, quedaron arrinconados los
verbos castizos “copular”, “coitar”, “ayuntarse”…; además de “fornicar” (que se
aplica cuando el acto excede la circunscripción del matrimonio). No obstante,
todos ellos siguen en la memoria colectiva junto con otras posibilidades que no
reproduciremos aquí por si esta columna se lee en horario de protección
infantil.
Antes de que llegara a nosotros en el siglo XX esa influencia
anglofrancesa, “hacer el amor” significaba “galantear”, “cortejar”, “enamorar”.
Un personaje de Galdós dice en Fortunata y Jacinta (siglo XIX): “Todavía sostendrá que yo le hice el amor. No hay
quien se lo quite de la cabeza. Y todo porque me solía parar en la esquina de
la calle de Tintoreros”. Si uno desconoce el antiguo significado, se quedará
muy extrañado de que dos personas puedan discutir sobre si hicieron el amor o
no, sobre todo si el acto había ocurrido en plena calle de Tintoreros.
Del mismo modo, siglos atrás dos personajes de una novela hacían
el amor incluso en presencia de sus padres; lo cual, leído ahora, puede
provocar una impresión equivocada sobre la promiscuidad de nuestros
antepasados.
El mecanismo sigue igual desde hace milenios, pero después de tantos siglos no hemos terminado de dar con las palabras adecuadas para nombrarlo sin eufemismos y quedarnos tan panchos.
Etiquetas: Ayudando a Supereñe (y a sus amigos guiris)
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