Ahora todos son ‘migrantes’
(Un texto de Alex Grijelmo en El País del 28 de octubre de
2018)
Las noticias hablan continuamente sobre los “migrantes” que
se trasladan por tierra y por mar en busca de un futuro mejor. Gran parte de
los españoles se preguntará por qué el primer mundo no sabe resolver esos
problemas, pero también —ya en otro plano de las preocupaciones— acerca del
éxito de este término, que está desplazando tanto a “emigrantes” como a
“inmigrantes”.
Quizás la explicación radique en que los informativos
en inglés de las cadenas internacionales usan el vocablo migrants; si
bien cabe también la posibilidad de que se desechen las otras dos opciones al
considerarlas despectivas, quizás por error.
En español, “emigrar”, “inmigrar” y “migrar” no son
términos equivalentes, aunque en latín sí se hallaban más próximos. Tanto emigrare
como migrare se aplicaron a quien se marchaba de algún sitio; incluso se
utilizaban como eufemismo de la muerte. Así, se hablaba a menudo de migrare
ex vita o emigrare ex vita (literalmente, marcharse de la vida), sin
que eso evitara en absoluto que la gente se muriese. Por su parte, immigro
significaba “introducirse”.
En castellano, estos verbos adquirieron con el tiempo
connotaciones más especializadas. “Emigrar” implica abandonar la residencia
habitual para instalarse en otro lugar, ya sea en el propio país o en el
extranjero, en busca de mejores medios de vida. “Inmigrar” significa llegar a
un país extranjero, o a un lugar distinto en el propio país, para radicarse
ahí, también en busca de una mejor situación. Sin embargo, la definición de
“migrar” es mucho más simple: “Trasladarse desde el lugar en que se habita a
otro diferente”. Es decir, con esta palabra no se da idea de la intención que
se halla detrás de ese viaje ni de si la persona va o viene.
Por tanto, cuando se llama “migrantes” a los que
viajan en precarias embarcaciones desde África hacia Europa se está
prescindiendo de la idea de que aspiran a establecerse en el Viejo Continente
para vivir mejor; y por tanto son definidos sólo en lo que concierne a su mero
movimiento físico: irse desde el lugar donde se habita a otro diferente. Una
definición compatible con el acto de salir de vacaciones.
Ahora bien, quizá conviniera retocar las dos
definiciones académicas de “inmigrar” y “emigrar” referidas a personas (dejamos
al margen las aves migratorias). El Diccionario sólo precisa en la
segunda acepción de cada término (la referida a quienes se trasladan dentro del
mismo país) que el emigrante y el inmigrante quieren instalarse o radicarse “en
busca de mejores medios de vida”; no así cuando alguien se va al extranjero,
pese a que por lo general le mueva el mismo propósito. Convendría tal vez
unificar esas dos respectivas acepciones en una sola, de modo que tanto
“inmigrar” como “emigrar” equivalgan a que una persona se va a otro lugar (si
emigra) o llega a él (si inmigra) para quedarse allí y buscar mejores
condiciones de vida, ya se trate del propio país o del extranjero.
Entre los “migrantes” se dan situaciones muy
diferentes, desde luego. Unos son refugiados de guerra, otros huyen de una
dictadura, los demás buscan una vida mejor arriesgando la que tienen. Pero
todos ellos reúnen una característica común: no viajan por viajar, sino con la
intención de ser acogidos, de instalarse, de radicarse en otro lugar. Y eso no
está incluido en el significado actual de “migrantes”, un término con el que a
menudo se desperdician la riqueza y la precisión de la lengua.
Etiquetas: Ayudando a Supereñe (y a sus amigos guiris)
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