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martes, enero 29

El gran amor de Audrey Hepburn

(La columna de Cristina Morató en la revista Mujer de Hoy del 14 de abril de 2018)

A Hubert de Givenchy le gustaba recordar cómo conoció a la actriz que se convertiría en su musa y su mejor amiga. Él tenía 25 años y acababa de abrir su propio salón de costura cuando le anunciaron que la “señorita Hepburn” acudiría a verle. Aunque Audrey ya era una famosa estrella de Hollywood tras el éxito de 'Vacaciones en Roma', en Francia aún no se había estrenado la película y era una desconocida. A finales de julio de 1953, la actriz se presentó de manera inesperada en el estudio de Givenchy en París para encargarle el vestuario de su siguiente película, 'Sabrina'. Cuando el modisto salió a recibirla pensó que se trataba de la actriz Katherine Hepburn y se quedó sorprendido al encontrarse frente a una joven encantadora vestida muy chic, con pantalón tobillero, camisa blanca, bailarinas y una diadema que sujetaba su melena corta. Congeniaron de inmediato y, aunque él no podía encargarse del diseño del vestuario de 'Sabrina' porque no había tiempo, le propuso que eligiera algunos modelos de su nueva colección. Las prendas, entre ellas un vestido blanco de fiesta bordado con flores y con larga cola desmontable, fueron uno de los aciertos de la película.

Para ambos aquel encuentro fue algo más que el inicio de una relación profesional. Juntos compartirían 40 años de complicidad y sincera amistad. Givenchy estuvo a su lado en los momentos más importantes y difíciles de la vida de Audrey. Cuando a finales de 1992 fue operada de un tumor maligno en Los Ángeles, los médicos descubrieron que el cáncer ya se había extendido y no había curación posible. La actriz le pidió a su esposo y a sus hijos que la dejaran regresar a su casa de campo en Suiza; quería morir en La Paisible, su hogar durante más de 30 años. Para la familia, trasladarla en avión era complicado, porque las compañías no aceptan pasajeros enfermos. Además los médicos les desaconsejaron el viaje debido a su estado. Creían que no llegaría con vida.

Sin embargo, sus deseos fueron cumplidos y el 20 de diciembre Audrey descansaba en su refugio al pie de los Alpes. Givenchy fletó un jet privado y llenó su interior de rosas blancas para hacerle más llevadero el viaje desde California hasta Suiza. A ella, que no le gustaba derrochar y se negaba a viajar en primera, aquel gesto de su incondicional amigo la conmovió. Cuando su hijo Sean se lo contó, sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría y gratitud. Le pidió entonces que le llamara por teléfono para despedirse de él. Aunque apenas podía hablar, le susurró: “Oh, Hubert…estoy tan emocionada”. Él le respondió: “Tú has sido lo más importante de mi vida”. Un mes más tarde, Audrey Hepburn fallecía serena rodeada de sus seres queridos. Tenía 63 años y, hasta su último momento de lucidez, no olvidó la generosidad de Givenchy. El diseñador fue una de las cinco personas que portaron el féretro de la actriz que fue enterrada en una íntima ceremonia.

Ahora que el gran maestro de la edad de oro de la alta costura nos ha dejado es un buen momento para recordar esta anécdota que demuestra hasta donde llegó su maravillosa historia de amor y de amistad.

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