La Torre de Londres, prisión para reyes
(Un texto de Luis Reyes leído en la revista Tiempo del 10 de
septiembre de 2013)
Londres, 14 de octubre de 1586. María Estuardo es
encarcelada en la Torre de Londres.
No hay en el mundo lugar donde hayan encerrado a
tantas testas coronadas como la Torre de Londres. Diez reyes y reinas de
Inglaterra, Escocia, Francia e incluso Nápoles, han sufrido prisión en el
castillo de Londres, aunque con suertes varias. Unos vivían como invitados de
alcurnia, pero la mayoría terminaron ejecutados o asesinados.
La Torre ganó así una siniestra fama, y sin embargo
nunca ha sido una prisión. Su auténtica naturaleza desde que se levantara en
1078 es la de castillo real, y como tal ha cumplido con todas las funciones que
tenían los castillos medievales: bastión defensivo, residencia, armería y por
supuesto cárcel, pues no se concibe un castillo sin mazmorras.
La Torre fue construida por Guillermo el Conquistador
para dominar Londres, pues acababa de conquistar Inglaterra y establecer el
dominio feudal de los caballeros normandos. No es una rareza, hasta el asalto
de la Bastilla las fortalezas en los núcleos urbanos servían para asegurar el
control sobre la población.
La Torre cumple también una función de Estado muy
importante en una monarquía tan apegada a símbolos y tradiciones como la
británica, es el depósito de la regalía, las insignias de la realeza. Hoy las
joyas de la Corona son un reclamo más del parque temático turístico en que se
ha convertido la Torre de Londres, pero antaño la Torre encerró el pálpito de
la historia de Inglaterra. O quizá habría que decir que aquí se detuvo muchas
veces ese pálpito, según caía la espada del verdugo o un rey niño era sofocado
con un almohadón hasta morir, como nos cuenta Shakespeare en Ricardo III.
El primer rey preso de la Torre fue un prisionero de
guerra, David II de Escocia. Hasta el XVII los monarcas iban a la guerra y
podían morir o ser capturados. Entonces les trataban como huéspedes de lujo, y
así fue con el rey escocés que invadió Inglaterra en 1346 y estuvo cautivo 11
años. Sin embargo, pasó poco en la Torre, enseguida fue instalado en el
castillo de Odiham donde mantuvo una pequeña corte.
Caso similar fue el del rey de Francia Juan II,
capturado durante la Guerra de los Cien Años, que fue recibido en Londres con
grandes festejos propios de un invitado de Estado. Con él iba su hijo Luis, que
sería luego coronado rey de Nápoles. Con estos tres monarcas termina el aspecto
amable de la Torre-prisión de reyes. Los siguientes tendrían un destino fatal.
Enrique VI, el último Lancaster, considerado santo por
los ingleses, perdió el poder en la Guerra de las Dos Rosas. Encerrado en la
Torre murió “de melancolía” según la versión oficial, aunque en realidad fue
asesinado por orden de su sucesor, Eduardo IV. Como una especie de terrible
justicia divina, el hijo de este, proclamado rey Eduardo V con 12 años, solo
conservó la corona 83 días. Encarcelado en la Torre por su tío y sucesor
Ricardo III, famoso por sus crímenes, fue asesinado junto a su hermano de 9
años, aunque técnicamente desaparecieron, sin que nadie viese sus cadáveres.
Si corto fue el reinado de Eduardo V, el de lady Jane
Grey fue visto y no visto, por eso la llaman la Reina de los Nueve Días. Lady
Jane era sobrina de Enrique VIII y al morir el único hijo varón de este,
Eduardo VI, el regente Northumberland, que era suegro de lady Jane, dio un
golpe de Estado y la proclamó reina de Inglaterra. Nueve días después, el
Consejo Privado (el Gobierno), la depuso y proclamó reina a la heredera
legítima, María Tudor, la hija mayor de Enrique VIII y Catalina de Aragón.
Todos los implicados en el golpe de Northumberland fueron ejecutados, y lady
Jane fue condenada a “ser quemada viva o decapitada en la Torre de Londres
según la voluntad de la reina”. María Tudor optó por el castigo menos cruel y
lady Jane fue decapitada el 12 de febrero de 1534, cuando solo tenía 16 años.
La enterraron en la capilla de la Torre, donde se
reunió con otras dos desgraciadas reinas que recientemente habían corrido su
misma suerte. Eran dos de las reinas consortes de Enrique VIII, Ana Bolena y
Catalina Howard, víctimas no tanto de la confrontación política como de las
pasiones de su marido, el rey Barba Azul que las acusó de adulterio, real o
figurado.
La última
María Tudor también puso a recaudo en la Torre a su
medio hermana Isabel, la candidata a reina de los protestantes, pero tras la
muerte de María, Isabel I subió al trono, como único descendiente vivo de
Enrique VIII. La conocerían como la Reina Virgen y con ella se extinguiría la
dinastía Tudor. Pero antes de morir, Isabel también encerró en la Torre a otra
reina: María Estuardo.
María Estuardo, reina de Escocia, tuvo una agitada
vida. Huyendo de sus levantiscos súbditos cometió la torpeza de pedirle
protección a su prima Isabel I.
Para esta, María era un peligro, pues tenía
derechos a la Corona inglesa y, como católica, la apoyaban los católicos
ingleses. Para neutralizarla, la sometió a la más prolongada prisión que ha
padecido un monarca en la Torre, 18 años, lo que la convertiría en una
auténtica mártir del catolicismo y un mito romántico.
Don Juan de Austria proyectó invadir Inglaterra,
asaltar la Torre, liberar a la reina y casarse con ella, como en los cuentos.
Pero su prematura muerte frustró la caballeresca empresa. El final de María
Estuardo no sería de cuento, sino de tragedia, puesto que tras ese largo
confinamiento Isabel I decidió cortarle la cabeza, aunque esto no sucedió en la
Torre, sino en el castillo de Fotheringhay, Northamptonshire. Allí subió al
cadalso la reina escocesa con aire desafiante, vistiendo un llamativo vestido
rojo.
María Estuardo sería la última persona real prisionera
de la Torre. Después de ella hubo nobles y políticos presos en la Torre, aunque
habría que esperar a la Segunda Guerra Mundial para que un personaje de
notoriedad mundial pasara por sus celdas. Fue Rudolf Hess, el lugarteniente de
Hitler, aunque solo permaneció cuatro días en la Torre de Londres.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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