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domingo, febrero 17

El fin de la noche: contaminación lumínica

(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 21 de enero de 2018)

La contaminación lumínica crece a un ritmo imparable. Y la luz ‘led’ blanca está agravando aún más el problema. El aumento del insomnio es una de las consecuencias, pero hay muchas más. Y aún más graves. Se lo contamos.

El mundo se queda sin noches. La iluminación artificial, que tanto fastidia a los astrónomos -un tercio de la población mundial ni siquiera puede ver ya la Vía Láctea-, afecta a la salud y a los ritmos circadianos de los seres humanos, disparando los casos de insomnio en todo el planeta, pero también desconcierta a miles de especies animales y vegetales.

La mayoría de los organismos están acostumbrados a la alternancia de luz y oscuridad. Han necesitado millones de años de evolución para sincronizarse con el régimen de claroscuros impuesto por la rotación y la órbita de la Tierra. Ese equilibrio empezó a perderse hace 150 años en los países industrializados con la implantación de la luz artificial en las ciudades. Y la revolución led de los últimos cinco años, lejos de volver a estabilizar la estimulación lumínica a la que estamos sometidos, la está aumentado.

Un estudio publicado en Science Advances alerta de que el planeta se vuelve más brillante. La investigación, dirigida por Christopher Kyba, del Centro de Estudios Geológicos de Potsdam (Alemania) y con participación del Instituto de Astrofísica de Andalucía, analiza cómo ha evolucionado la contaminación lumínica entre 2012 y 2016, basándose en los datos recogidos por el satélite VIIRS (Radiómetro de Imágenes por Infrarrojos Visibles), de la NASA. Conclusión: la contaminación lumínica crece de media un 2,2 por ciento anual, incluso más rápido en los países en desarrollo de América del Sur, Asia y África. El brillo nocturno solo ha descendido en países en guerra como el Yemen y Siria.

En países con noches ya de por sí exageradamente iluminadas, como Italia o España, el cambio de las tradicionales farolas de vapor de sodio -que dan una luz anaranjada- por el alumbrado led, que se supone más barato y eficiente, solo disimula el problema. En apariencia, el nivel ha permanecido estable, pero solo porque el satélite no es capaz detectar las longitudes de onda inferiores a 500 nanómetros, correspondientes a la luz azul; si se cruzan los datos con las fotografías tomadas desde la Estación Espacial Internacional, se detecta un aumento de la polución lumínica.

Los científicos proponen que la sustitución de las farolas, si es que se considera necesaria, solo se haga con luces leds amarillas de baja potencia, que no perturban los ciclos vitales. De hecho, proponen un veto global al espectro de emisión azul, que se suma al de la Asociación Médica Americana, pues la consideran responsable del deterioro de la calidad de sueño y el aumento de los casos de diabetes, obesidad, depresión y cáncer asociados a él. Pero esto choca con los intereses de la industria. Hay un gran excedente de lámparas leds azules. En este sentido, la Diputación de Granada también recomienda luces cálidas, pero reconoce que «el mercado de las empresas de alumbrado público suele proponer el uso de fuentes de luz muy blanca fría, por su eficiencia energética y porque los ciudadanos suelen ver la luz blanca (que en realidad es una mezcla de colores, como el arcoíris, y a mayor cantidad de azul, más fría) más confortable y menos triste».

«Los seres humanos nos estamos sometiendo a regímenes de luz anormales», advierte a la BBC el profesor Kevin Gaston, de la Universidad de Exeter. No solo por el alumbrado de calles y hogares, también por el fulgor de las pantallas de ordenador y del móvil. Y estamos pagando las consecuencias. Porque la biología que regula el sueño y la vigilia es muy delicada e involucra a numerosos circuitos químicos y neuronales.

Meir Krieger, experto de la Escuela Médica de Yale, explica que nuestro cerebro tiene diferentes reguladores del sueño; entre ellos, la adenosina. Cuanto mayor es la acumulación de esta sustancia, más soñolientos nos sentimos. Cuando llevamos despiertos unas 14 horas seguidas, los niveles de adenosina nos señalan que es hora de irnos a la cama. Esto es así porque nuestro reloj corporal está sincronizado con los ritmos del mundo que nos rodea. Y el principal regulador es la luz diurna. Al anochecer, cuando la luz disminuye, la glándula pineal nos inunda con otra sustancia química adormecedora, la melatonina, que regula los ritmos circadianos.

Las imágenes por resonancia magnética del cerebro y el registro de los movimientos oculares bajo los párpados confirman la existencia de tres o cuatro tipos de sueño. Progresan en ciclos de unos 90 minutos. Las dos primeras fases se corresponden con sueños de onda lenta. Se produce un apagón en el neocórtex. Y son los responsables de que nos sintamos descansados al despertar. Luego se entra en la fase de movimientos oculares rápidos -conocida como REM-, que es un estado enigmático de la conciencia. Casi todos los músculos están paralizados, menos el diafragma (para seguir respirando), y algunos esfínteres. Se desatan tormentas eléctricas en el cerebro y tenemos sueños muy vívidos. Cada hora, el sueño es interrumpido con cuatro o cinco ‘microdespertares’ de unos segundos. Los científicos creen que fueron diseñados por la evolución para comprobar que no estamos en peligro ante un depredador, la hipotermia, asfixia…

En el centro del debate sobre nuestros problemas de insomnio, argumenta Jerome Groopman, de la Escuela Médica de Harvard, está la tensión entre la estimulación que la sociedad nos impone para ser productivos y el anhelo de relajación. En el siglo XIX se culpaba al ferrocarril; hoy, al brillo de las pantallas y farolas. No es extraño que una buena cabezada se haya convertido en un artículo de lujo. «Dormir bien es un nuevo símbolo de estatus».

Apaguen la luz

España es un país sobreiluminado. Madrid, por ejemplo, emite más brillo que Nueva York y triplica la luz de Berlín. Los científicos, en cambio, ponen como ejemplo de buena gestión lumínica el municipio tinerfeño de Los Realejos, donde se ha regulado.


Lo que la luz altera

No solo el ser humano se ve afectado por el exceso de luz artificial, desde la exterior hasta la de nuestros móviles. El problema es más evidente cuando se trata de animales nocturnos, que son un 30 por ciento de los vertebrados y un 60 por ciento de los invertebrados y los cuales dependen de la oscuridad para cazar y alimentarse. Los rituales de apareamiento también se ven afectados.

Los insectos polinizadores disminuyen su actividad, según un estudio publicado por Nature. Las aves migratorias no saben cuándo emprender el vuelo. Los anfibios y serpientes tienen dificultades para regular los periodos de letargo con los que mantienen su temperatura corporal.

Hasta los árboles y las plantas no saben a qué atenerse y florecen a destiempo, lo que a su vez puede ser catastrófico para los herbívoros que dependen de ellos.
 

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