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martes, marzo 19

Pigmentos: el arte de sacar los colores

(Un texto de Xifán Yang en el XLSemanal del 13 de mayo de 2018)

Un pigmento marrón hecho con polvo de momia, uno azul más caro que el oro, el negro más negro del mundo… los colores más raros y deseados por los grandes maestros están en un instituto de Harvard. Le desvelamos el gran secreto de la pintura.

El 30 de julio de 1904 apareció en el diario británico Daily Mail un anuncio bastante particular. Se buscaba “momia egipcia”, a ser posible “a un precio razonable”. Se la precisaba «para producir pinturas», destinadas a los frescos de Westminster Hall o de algún otro espacio igualmente selecto.

Marrón de momia. Suena a maquillaje barato de Halloween. En realidad, los restos molidos de los soberanos egipcios fueron una mercancía muy codiciada durante siglos. Los artistas apreciaban este pigmento porque era especialmente adecuado para crear sombras. Los médicos, por su parte, creían que estos polvos eran un remedio milagroso. En su época, allá por el siglo XVI, la demanda en Europa de momias secadas al sol era tan grande que muchos comerciantes ponían en circulación falsificaciones hechas con restos de esclavos y criminales embalsamados. Los pintores discutían sobre cuál era la parte de una momia que producía un marrón más intenso.

A comienzos del siglo XX, cuando el Daily Mail publicó aquel anuncio, las existencias de polvo de momia eran ya muy escasas. En 1964, Roberson and Co. -un tradicional fabricante londinense de pinturas- anunció que habían terminado con su última momia: «Puede que todavía nos quede por ahí alguna pierna suelta, pero no basta para hacer pigmentos».

El guardián de los colores

Dos de los últimos tubos de marrón de momia de Roberson and Co. se encuentran hoy en una vitrina en el cuarto piso de un museo perteneciente a la universidad norteamericana de Harvard. Las muestras denominadas Straus 17 y 17a -marrón de momia, de tono castaño- se alinean entre la Straus 1341 -sombra tostada, un pigmento marrón negruzco elaborado con limonita- y Straus 3545 -raíz de rubia roja triturada, un marrón rojizo que los romanos empleaban para teñir las lanas azuladas y lograr el púrpura-. En baldas de 20 metros de largo se reúnen los más raros y valiosos pigmentos de la historia del arte. Juntos forman un arcoíris de más de 2500 botes, latas y tubos.

«Fíjense, por favor, en el aglutinante -dice Narayan Khandekar-. Sé que a la mayoría de la gente no le interesan los aglutinantes tanto como los pigmentos en sí -afirma con aire solemne-, pero creo mi obligación llamarles la atención sobre su relevancia».

Narayan Khandekar dirige el Centro Straus de Conservación y Estudios Técnicos del Museo de Arte de Harvard, el mayor del mundo en su tipo. Khandekar es el guardián de los colores, un hombre que se ha impuesto la tarea de investigar la historia y vida de los pigmentos.

Cuestión de ingenio

Pocos capítulos hay en la historia del arte tan curiosos como este. La historia de los colores es la del intento humano de apropiarse de la belleza de la naturaleza. Nuestro ojo puede distinguir 2,4 millones de matices a lo largo del espectro visible de la luz. Los Homo sapiens de la Edad de Piedra arrancaban a la tierra tonos amarillentos y rojizos para pintar las paredes de sus cuevas y obtenían el negro de las cenizas de sus hogueras. «Los pigmentos siempre han tenido un significado cultural, eran tan importantes como las especias. Hace 30.000 años, los humanos ya recorrían cientos de kilómetros para comerciar con pinturas», dice Khandekar.

Para la elaboración de los pigmentos, hacía falta mucho ingenio. Los indígenas peruanos descubrieron cientos de años antes de Cristo que con 50.000 cochinillas -unos diminutos insectos peludos- se podía obtener medio kilo de ácido carmínico. Esta sustancia es de un rojo brillante y está considerada uno de los tintes más potentes del mundo. Tras el descubrimiento de América se convirtió en el principal botín, junto con el oro y la plata. Solo en 1587 partieron del puerto de Lima rumbo a España 72 toneladas de carmín, cantidad que equivalía a 7000 millones de cochinillas. Desde Sevilla y Cádiz, el pigmento seguía camino hacia los talleres de pinturas de los Países Bajos y el Vaticano, donde los cardenales lucían su vestimenta encarnada. Americanos y franceses estaban tan molestos por el monopolio español de la cochinilla que llevaron a cabo numerosos intentos de hacerse con los cargamentos. En la actualidad, la cochinilla se usa como colorante alimentario en las salchichas y los M&M. Tras las protestas de los animalistas, Starbucks -la cadena de cafeterías- renunció en 2012 a usar este rojo para dar color a sus frappuccinos de fresa.

Todo empezó con un timo

La investigación del origen del color es una disciplina reciente dentro del mundo del arte. La biblioteca de colores dirigida por Narayan Khandekar nació porque su fundador, el acaudalado Edward W. Forbes, fue víctima de una estafa. Forbes, un apasionado coleccionista de obras del Renacimiento italiano, le compró a un marchante europeo un cuadro de Benozzo Gozzoli, Madonna con niño. Poco después se comprobó que el cuadro había sido algo más que restaurado: los rostros se habían repintado, los colores de zonas enteras habían sido modificados. Molesto y preocupado por este fiasco, Forbes decidió fundar un centro dedicado a investigar las técnicas usadas en el mundo del arte. Para poder descubrir las falsificaciones, era fundamental que los expertos conocieran los materiales y procedimientos usados en cada época por los artistas. Forbes fue uno de los primeros en contratar a químicos para trabajar en museos. También empezó a reunir muestras de pinturas y colores durante sus muchos viajes. Así es como el museo se hizo con sus dos únicos botes de marrón de momia. Otras muestras llegaron de productores de pinturas de todo el mundo, y también de arqueólogos que desenterraban pigmentos antiguos en yacimientos históricos de Turquía o Siria. La mayoría de las muestras de color de su archivo tiene más de un siglo.

Uno de los mayores éxitos del equipo de Khandekar se produjo en 2007, cuando compararon muestras de pintura de cuadros atribuidos a Jackson Pollock con los pigmentos de la biblioteca de colores de Harvard y demostraron que, en realidad, eran falsificaciones: las pinturas que los científicos identificaron en los cuadros de Pollock todavía no existían cuando supuestamente los creó.

Un mercado de lujo

Tal y como lo ven estos investigadores del color, la historia del arte no trata tanto de genios solitarios que marcan una época como de pura química, de la disponibilidad o no de los pigmentos necesarios y de los conocimientos para usarlos. Vendecolori era el nombre que se daba en la Venecia de comienzos del siglo XVI a los comerciantes especializados en pigmentos; eran los únicos que vendían los colores más solicitados y caros del mundo. Uno de ellos era el azul ultramarino, más resistente que todos los demás tonos de azul y durante un tiempo más caro que el oro.

El pigmento con el que se fabricaba se obtenía moliendo el lapislázuli, una roca que solo se podía encontrar en las minas de la región afgana de Badajshán. Los fragmentos del mineral eran transportados a lo largo de la Ruta de la Seda hasta llegar a Siria, luego los vendecolori los llevaban a Venecia y desde allí los distribuían por toda Europa. Los pintores venecianos pagaban un precio preferencial. Por eso, en sus frescos, Tiziano podía permitirse usar el ultramarino por metros cuadrados para crear espectaculares escenas celestes. Sin embargo, en el lejano Núremberg, Alberto Durero tenía que ser muy parco en el uso de tan costoso material, y se lamentaba amargamente de que el ultramarino le costara 50 veces más que los pigmentos minerales normales. Algunos mecenas incluso compraban ellos mismos este lujoso color para poder controlar su utilización. Cuando encargaban un cuadro, redactaban contratos en los que se recogía la cantidad de ultramarino de la que el artista iba a disponer para, por ejemplo, representar a la Virgen María con su manto azul profundo.

El hambre de pigmentos nuevos ha marcado el devenir del arte. Los creadores de pinturas nunca han dejado de probar toda clase de ideas, algunas descabelladas, como el amarillo indio. Este vivo amarillo limón se obtenía desde el siglo XV a partir de la orina de vacas indias a las que se alimentaba exclusivamente con hojas de mango.

Tecnología de colores

Los artistas solo pudieron disfrutar de la paleta completa de colores a partir de la Revolución Industrial. Pero la búsqueda de colores exclusivos no se ha detenido. En una vitrina a la entrada del archivo se expone una inquietante lámina metálica que atrae la mirada como si fuera un agujero negro. Aunque la lámina en realidad tiene ondulaciones, vista de frente parece totalmente plana.

El motivo es que su color, fruto de diminutos nanotubos de carbono, absorbe el 99,96 por ciento de la luz que le llega. Es el vantablack, el negro más negro del mundo. El artista indobritánico Anish Kapoor se hizo en 2015 con la exclusiva de su uso mediante un contrato multimillonario, lo que provocó una ola de indignación entre los demás artistas.

A pesar de innumerables pruebas y análisis, algunas pinturas siguen siendo un misterio para Khandekar: desde hace diez años busca un tono de naranja con el que el artista minimalista norteamericano Donald Judd pintó una de sus esculturas en 1966. «Judd solo empleaba espráis de conocidos fabricantes de coches, como BMW o Ford. Pero todavía no he sido capaz de encontrar ese naranja en ningún catálogo de colores».

Notas:
El Straus Center también se dedica a la restauración de obras de arte. La pintura en el microscopio es del siglo XVI. Las obras se analizan con tomógrafos computarizados, escáneres 3D y microscopios láser, como los que se usan en medicina. 

En el Straus Center admiten que se sabe poco sobre pinturas fuera de Occidente e investigan, por ejemplo, el esmaltado entre azul y violeta de las porcelanas Jun, de la China del siglo XII, que sigue siendo un misterio.

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