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sábado, mayo 4

Perros en la 1ª guerra mundial: soldados de cuatro patas

(Un texto de José Segovia en el XLSemanal del 21 de junio de 2018)

Cientos de miles de perros han sido usados en las guerras, como mensajeros, rescatadores e incluso como bombas. En el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, repasamos la biografía de algunos de estos héroes. 

El bautismo de fuego del sargento Stubby fue el 5 de febrero de 1918 en el campo de batalla de Chemin des Dames, en Francia. Este perro callejero, un cruce de pitbull con terrier, era tan listo e intuitivo que apenas tuvo problemas para acostumbrarse a la vida castrense y al estruendo de la artillería pesada. Durante un ataque nocturno con gas comenzó a ladrar y correr por las trincheras para alertar del peligro a sus compañeros de armas. Gracias a su olfato, muchos soldados de la División 102 de la infantería de Estados Unidos pudieron protegerse a tiempo con sus máscaras de gas y salvar sus vidas.

Stubby fue el perro más condecorado de la Primera Guerra Mundial y el único ascendido a sargento por méritos en el campo de batalla. Todo un logro para un chucho que meses antes había sido adoptado por el soldado Robert J. Conroy cuando todavía era un cachorro.

Durante los meses de entrenamiento en el campamento, Conroy aprovechó para adiestrar a su perro en algunos ritos marciales, como aprender los toques de corneta y saludar como un soldado, gesto mecánico que el can ejecutaba levantando su pata derecha a la altura de su ceja.

Cuando la división salió de Estados Unidos para dirigirse a Francia a bordo del SS Minnesota, Conroy escondió al perro en la bodega. El polizón fue descubierto en altamar, pero el oficial al mando hizo la vista gorda al ver como el chucho lo saludaba militarmente. Semanas después, Stubby mostró todas sus habilidades en el frente. Entre otras, su capacidad para encontrar compatriotas heridos entre montones de cadáveres.

Pero su mayor logro fue localizar a un espía enemigo cerca de las posiciones estadounidenses. Su actitud belicosa, enseñando sus dientes y amenazando con saltar sobre su yugular, inmovilizó al alemán, que fue capturado minutos después. Por esa hazaña, Stubby fue promovido a sargento. Sobrevivió a las heridas que le produjo la metralla en el pecho y en una pierna, y fue condecorado. Su cuerpo disecado se exhibe en el Instituto Smithsonian.

Un mensajero sin miedo

Otro héroe de guerra fue Satán, un cruce de galgo y collie, reclutado por el Ejército francés. En la batalla de Verdún (1916) atravesó a toda velocidad el campo de nadie para llevar un mensaje a un contingente de soldados franceses que estaban atrapados en una posición estratégica bajo el continuo bombardeo de la artillería alemana. Los francotiradores enemigos lograron pegarle un tiro en una pierna, pero Satán se sobrepuso y alcanzó las trincheras amigas.

Los soldados le quitaron la máscara de gas y las alforjas que portaba, en cuyo interior encontraron dos palomas y un mensaje del Alto Mando que los conminaba a defender la posición hasta que se iniciara el contraataque. Gracias a las palomas mensajeras, los soldados pudieron enviar al Alto Mando la posición exacta de la artillería alemana, que fue destruida poco después.

Los soldados se salvaron de una muerte segura y Satán fue curado de sus heridas. Su heroica acción le valió un lugar de honor en la historia militar francesa. Pero este valeroso can y el sargento Stubby no fueron una excepción en la Gran Guerra. Miles de cánidos intervinieron en los campos de batalla como animales de carga, centinelas, mensajeros, localizadores de heridos, detectores de explosivos y exploradores.

Soldados con historia

El perro es un animal cariñoso, pero también puede ser una criatura feroz e implacable. Todo depende de su raza y de su adiestramiento. Se domestica con facilidad y se le puede habituar a los rigores de la disciplina militar, tal y como hicieron los conquistadores españoles en el siglo XVI con sus perros alanos, cuya fiereza y temibles fauces aterrorizaron a los pueblos nativos. El famoso regimiento de sabuesos de Vasco Núñez contribuyó a la victoria de los españoles en Cajamarca, una encerrona en la que el inca Atahualpa fue derrotado y apresado por los hombres de Francisco Pizarro.

Si los cronistas de la Grecia clásica afirmaban que las ciudades eran custodiadas por canes, el escritor romano Plinio el Viejo contó que algunos pueblos mediterráneos tenían cohortes de perros adiestrados en la guerra que «combatían en las primeras filas sin retroceder jamás».

Un recluta voluntario

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, estos valerosos cuadrúpedos volvieron a los campos de batalla para realizar las mismas tareas que llevaron a cabo sus predecesores en la Gran Guerra del 14. Los estadounidenses reclutaron a unos 10.000 perros, una cifra muy modesta en comparación con los 200.000 movilizados por los alemanes.

Algunos comenzaron su adiestramiento por propia iniciativa, como el británico Rip, por cuyas venas corría sangre de terrier. Este can contribuyó con su olfato al rescate de más de un centenar de víctimas atrapadas en las ruinas de los edificios que derruyó la Luftwaffe cuando bombardeó Londres entre 1940 y 1941. Al finalizar la guerra, le concedieron la Medalla Dickin, que se otorga a animales de distintas especies por sus méritos relacionados con su valentía y la ayuda a humanos en los conflictos armados.

En la tumba de Rip hay una lápida en la que puede leerse: «El perro que yace aquí jugó su parte en la batalla de Gran Bretaña».

El alma de la tropa

Los noruegos tuvieron a su propio héroe, un san bernardo llamado Bamse que sirvió en la Segunda Guerra Mundial en el barco Thorodd de la Marina Real de Noruega. El enorme perro salía de guardia y empujaba a los marinos para sacarlos de los bares y llevarlos de regreso al buque. Si comenzaba una pelea, Bamse se interponía entre los contendientes y lograba apaciguarlos poniéndoles encima sus enormes patas.

Con el paso del tiempo se convirtió en una especie de símbolo de la libertad de Noruega. Tras su muerte, ochocientos niños escoltaron en silencio su cuerpo hasta el lugar donde fue enterrado con honores militares.

Los perros bomba

Los que no recibieron condecoración fueron los perros bomba que utilizaron las tropas soviéticas contra los carros de combate alemanes. El Ejército Rojo adiestró a esos canes inspirándose en los estudios de Iván Pávlov y Edward Thorndike, creadores respectivamente de las teorías del condicionamiento clásico y del condicionamiento instrumental. Básicamente, los instructores hacían pasar hambre a los perros y, tras unos días de ayuno, les ponían alimentos apetitosos bajo un carro de combate en marcha.

Una vez adiestrados para que asociaran el bramido del motor con su comida, los canes eran enfundados con un chaleco lleno de trinitrotolueno (TNT) y lanzados contra los blindados enemigos. Cuando el pobre animal se arrastraba bajo el tanque, un detonador chocaba contra la parte inferior y activaba la carga explosiva. Tras producirse los primeros ataques, los tanquistas de la Wehrmacht dispararon a cualquier animal que se cruzara en su camino, daba igual si era un perro bomba o no. Si los soviéticos afirmaron que sus canes destruyeron 12 carros de combate enemigos en la batalla de Kursk, los alemanes aseguraron que sus embestidas apenas causaron daño.

España también ha confiado a los perros tareas militares, como las de vigilancia, búsqueda de víctimas y detección de explosivos. Son adiestrados en la Escuela Cinológica de la Defensa, dependiente de las Fuerzas Armadas, que cuenta con pastores alemanes, belgas y algunos springer spaniel inglés y labradores.

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