El rey de los carlistas
(Un
texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 6 de octubre de 2017)
Talavera de la Reina, 3-4 de octubre de 1833. Un simple
funcionario de Correos proclama rey de las Españas a “Carlos V”, el ultrarreaccionario
hermano del recién fallecido Fernando VII.
La debilidad, la estupidez, la ingratitud y la mala fe
de ese príncipe indigno, de ese parricida, de ese mal esposo, de ese pérfido
amigo, de ese mal hermano y de ese monstruo compuesto de lo más refinado de la
perversidad…” Así se despacha contra Fernando VII el Manifiesto de la
federación de realistas puros, un panfleto de la extrema derecha
absolutista que en 1826 propone la sustitución del rey por su hermano Don
Carlos.
Fernando VII ha pasado a la historia de España como el
campeón del absolutismo, como el verdugo de los liberales que pretendían que
España siguiera regida por el avanzado ideario de la Constitución de Cádiz. Sin
embargo, la facción más fanática del absolutismo, los llamados “apostólicos”,
no podía soportar que en la última década de su reinado, la que va de 1823 a
1833, iniciase una evolución política hacia un liberalismo moderado, sembrando
el terreno para su implantación durante la minoría de edad de su heredera,
Isabel II.
Ese empeño de una parte de los españoles por impedir
el progreso, la modernización y la liberación del clericalismo, daría lugar a
las llamadas Guerras Carlistas, cuatro guerras civiles (incluyo el alzamiento
de 1936, en cuyo inicio tuvieron un papel fundamental los carlistas) que
durante un siglo ensangrentarían a España. El problema dinástico, el que se
aplicase o no la Ley Sálica, una ley extranjera que impedía reinar a las
mujeres en un país fundado por Isabel la Católica, eso solamente fue el ropaje
con el que se disfrazó el conflicto, que era simplemente reacción contra
progreso. Pero conozcamos personalmente a sus protagonistas iniciales.
Pobreza ideológica
Goya quiso hacer con La familia de Carlos IV
una variación sobre Las Meninas. Son dos cuadros paralelos y a la vez
están en las antípodas. En Las Meninas trasciende la empatía de
Velázquez con la familia de Felipe IV (el primitivo título del cuadro), pero
Goya la suplanta por un bisturí que descarna a sus modelos y nos hace entender
el drama histórico que vivirá España en el siglo XIX. Aquí está Carlos IV, el
rey débil, sin carácter ni energía para regir tan gran monarquía; María Luisa,
la reina manipuladora y ambiciosa, y sus hijos, el avieso heredero Fernando, el
cerril infante Carlos María Isidro.
Este último, un adolescente de 12 años, parece jugar
al escondite detrás de su hermano Fernando, índice de su simpleza y también de
cierta complicidad entre ellos, que se manifestará en los primeros años de
reinado de Fernando VII, pero que se tornará en la traición de Carlos bastante
antes de lo que se piensa. Tras compartir prisión en manos de Napoleón durante
toda la Guerra de Independencia, Don Carlos, como se le conoce, va a ser
asociado en el trono por Fernando VII, que le nombra jefe del Ejército y delega
muchas veces en él para que presida el consejo de ministros, como si fuera el
alter ego del rey.
La falta de sucesor de Fernando VII, cuyas repetidas
bodas no logran que sus esposas le den hijos antes de morirse, justifica esta
asociación, pues Don Carlos es el heredero de hecho y de derecho hasta los 42
años, hasta el nacimiento de Isabel II. Es también explicable que se haga
ilusiones de subir al trono, aunque no será la frustración de ver cómo se lo
birla un bebé que además es niña lo que le lleve a la traición, pues siete años
antes de que nazca Isabel II, Don Carlos ya está conspirando.
Lo que le mueve es su ideología ultrarreaccionaria,
una ideología “de una pobreza que no permite exégesis posible. No aparece una
sola idea fuera de una total entrega a la voluntad de Dios”, según Miguel
Artola, que corrobora su dictamen con un escrito de Don Carlos: “Lo primero la
gloria de Dios, el fomento y esplendor de su santa religión, que haya santo
temor de Dios, y con esto hay buenas costumbres, virtudes, paz, tranquilidad,
alegría y todo”. ¿Para qué más programa de Gobierno, si el temor de Dios (la
Inquisición) nos trae “todo”?
Don Carlos es el auténtico jefe del partido
apostólico, aunque hipócritamente mantenga en las formas la lealtad al rey, su
hermano. Pero maquina para colocar a sus partidarios apostólicos en el Gobierno
y las instituciones, e incluso va más allá de la intriga política. En fecha tan
temprana como 1824 el general Capapé se alza en armas “en defensa del
absolutismo”. El pronunciamiento fracasa, pero cuando detienen a Capapé tiene
en su poder dos cartas de Don Carlos animándole a la rebelión. Desolado por la
traición de su hermano, Fernando VII ordena que esas cartas no salgan a la luz,
para evitar la vergüenza familiar, a consecuencia de lo cual hay que absolver a
Capapé.
Don Carlos se quita la máscara a principios de 1833,
cuando hace saber que rechaza la Pragmática Sanción con la que Fernando VII
abolía la Ley Sálica para que reinase Isabel II. El rey destierra a Don Carlos
a los Estados Pontificios, una muestra de humor de Fernando VII, que era algo
zumbón: ¡si eres apostólico, vete a vivir con el Papa! El desterrado pasa a
Portugal para embarcar rumbo a Roma, pero una vez fuera de las fronteras de
España se declara en rebeldía. Aunque su hermano envía a recogerlo a Lisboa una
fragata y 400.000 reales para hacerle más llevadero el destierro, Don Carlos ni
se va al exilio, ni jura el acatamiento de la niña Isabel como heredera, tal
como se le exige. Y el 1 de octubre de 1833, dos días después de la muerte de
Fernando VII, publica el Manifiesto de Abrantes reclamando su derecho al
trono.
Tres días después, la misma fecha en que se entierra a
Fernando VII en El Escorial, en Talavera de la Reina un tal Manuel María
González, administrador de correos suspendido de su cargo y jefe local de los
voluntarios realistas (la milicia absolutista), proclama rey de las Españas a
Don Carlos V. Fracasa la rebelión y González será fusilado en un par de
semanas, pero así, con la acción de un funcionario de tres al cuarto en un
pueblo toledano, se da comienzo a las Guerras Carlistas.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s.XIX
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