Seguridad alimentaria, ¿estamos a salvo de engaños?
(Un texto de B. G. Manso en la revista Mujer de Hoy del 21
de octubre de 2017)
Atún
adulterado, huevos contaminados... La
mayoría de los fraudes no solo pueden poner en riesgo la salud, sino que nos
arrebatan el control
sobre nuestra dieta.
La del atún adulterado con aditivos
para devolverle el aspecto de
recién capturado y el de los
huevos contaminados con
fipronil, un insecticida “moderadamente
peligroso” según la OMS, han
sido las últimas crisis alimentarias
en Europa, pero no las únicas.
¿Cómo suceden estas infracciones?
Ariane Vettorazzi, profesora de
la Unidad de Toxicología de la
Facultad de Farmacia y Nutrición de
la Universidad de Navarra explica que
por dos razones: la primera son los
errores humanos; la segunda, el
fraude. Algunos de ellos pueden suponer
serios problemas para la salud,
como el de la adulteración de leche
con melamina que se produjo en
China en 2008 y que causó problemas
renales. Las consecuencias del
consumo del atún adulterado no
han sido graves, pero ya ha provocado
intoxicación por histamina en
154 personas. “Otros fraudes no conllevan
riesgos para la salud, por ejemplo,
sustituir una carne por otra.
Sin embargo, son intolerables. El
consumidor debe saber lo que compra”,
afirma Vetorazzi.
Cuestión de huevos
Según los datos del
Ministerio de Agricultura, en
nuestro país, cada persona
consume 137 huevos al año. La
mayor parte son de gallinas criadas en jaula. Los estudios dicen que solo el 30% de los consumidores lee y conoce el significado del código de trazabilidad grabado en la cáscara. Pero constatar el origen del huevo es más fácil que eso: “En general, no sabemos que el modo de producción, es decir, lo que indica el código, debe venir obligatoriamente marcado en el envase con todas sus letras: huevos de gallinas en jaulas, en suelo, camperas o ecológicas”, informa María del Mar Fernández Poza, presidenta del Instituto Español de Estudios del Huevo. Sin embargo, “no hay diferencias respecto a la
seguridad alimentaria, por lo
que escoger un tipo u otro
depende de otras consideraciones,
como el bienestar animal”,
añade Beatriz Robles, experta en Tecnología de los Alimentos.
La trampa.
Fiarse de las etiquetas con
fotos en las que aparecen
gallinas comiendo en prados
verdes. No hay ninguna gallina
en granjas comerciales que se alimente de lo que encuentra en el campo. Todas consumen cereales y granos como el trigo, el maíz y la soja. Lo que picotean en el campo es un extra. Tampoco hay que fiarse de la intensidad del color de la yema como indicativo de calidad. Eso depende de los pigmentos de los alimentos que come. “La yema más naranja no indica que la alimentación sea más natural”, concluye Fernández Poza. Además, existen colorantes autorizados que pueden añadirse a la comida de las gallinas para obtener la tonalidad deseada.
La mejor decisión. “Si
un huevo es fresco, es de calidad. Pero en el mercado hay distintos tipos porque hay consumidores que los prefieren con la yema más amarilla, o de un tamaño o un origen concreto, aunque eso son indicativos de calidad subjetiva, no objetiva”, explica Mª del Mar Fernández. Los huevos conservan su frescura durante 28 días, por lo que se recomienda verificar la fecha de caducidad. Marchamos como “extra frescos” o “calidad extra” solo están autorizados para los puestos hace menos de nueve días.
Una historia (amarga) sobre la miel
La miel es antibacteriana y
antiséptica, rica en antioxidantes,
nos ayuda a dormir... Unos 30
gramos de miel pura contiene 20
vitaminas diferentes, 18 tipos de aminoácidos y 16 minerales. Por todo eso, sentimos que estamos haciendo un gran gesto por nuestra salud cuando endulzamos con ella. El problema es que, para que todos los beneficios de esa lista permanezcan intactos, la miel tiene que ser pura (sin ingredientes añadidos). Y esa es cada vez más rara en los estantes del
súper. Las últimas cifras
oficiales sobre el fraude de la
miel en la Unión Europea se
recogen en un informe técnico
de la Comisión Europea de 2016,
que detectó que un 14% de las muestras de miel analizadas estaban adulteradas con azúcar.
La trampa.
La miel se puede consumir tal y
como se extrae de las colmenas.
Sin embargo, con frecuencia está adulterada con azúcares añadidos, harinas, almidones o, simplemente, con agua. Así es como se consigue abaratarla. Algunas son, directamente, “mieles falsas”, sin rastro de intervención de abejas para su elaboración. El principal problema es que la ley no obliga a indicar el origen cuando se trata de mezclas de más de un país. En muchos casos, se importa miel de China, que tiene un bajo coste, no se sabe si procede de zonas con elevada contaminación y es el origen de la mayor parte de las adulteraciones. El consumidor no puede conocer el origen porque, mezclándola con una pequeña parte de miel europea, en la etiqueta aparece como “Mezcla de mieles originarias y no originarias de la UE”.
La mejor decisión.
Descarta todas las que no indiquen
su procedencia. Mejor si es de
un productor local o tiene
denominación de origen.
Comprueba que en la lista de
ingredientes solo se indica
uno: miel. Otras pistas: la
miel sin procesar tiende a ser
opaca y muy densa. Las más
puras tienen impurezas naturales
(polen, cera...) y se solidifican en cristales.
El misterio de la carne
picada
La aparición en 2013
de lasañas y hamburguesas de
ternera o buey en las que había
carne de caballo (algunas con rastros de fenilbutazona, un antiinflamatorio) multiplicó los estudios sobre qué hay en realidad en las bandejas de carne picada. El último, realizado por la OCU en junio, ha comprobado que, aunque hay mejoría, existen muchas diferencias entre productos, de entrada porque la mayoría no son carne picada 100%. Muchos se venden como “preparado de carne” o
burger meat.
La trampa.
No todo lo que se vende como
carne picada lo es. Aunque la etiqueta es explícita: debe indicarse el porcentaje real de carne (a veces solo llega al 70%) y, en caso de preparados de carne, otros componentes (aditivos, espesantes, sulfitos,
cereales, vegetales...).
La mejor decisión.
“Sin duda, lo mejor para evitar
fraudes es comprar la pieza entera y pedir al carnicero que la pique”, recomienda Beatriz Robles. Si optas por derivados (salchichas, hamburguesas...), hay que leer la etiqueta. Escoger los 100% carne y que, además, tenga un contenido máximo de grasa del 20% y la relación colágeno/proteína del 15%.
EL fraude del atún camuflado
Un pescado en mal estado salta a la vista debido a un color marrón y algo
amarillento. Aquí el engaño
consiste en inyectarle aditivos, como
concentrado de remolacha, para simular el
color rojo intenso de un pescado fresco. ¿Las
consecuencias? Además de que el precio se
multiplica, cuando el atún tiene muchos días o
no se ha conservado adecuadamente, las bacterias
proliferan y se produce una elevada concentración
de histamina que provoca la intoxicación
del consumidor. “Al no oler esta sustancia
y al no presentar un color amarillento,
no se puede detectar que está en mal
estado”, denuncian desde la OCU.
Jamón york que a veces no es ni jamón
La OCU lo incluyó en su
listado de alimentos que no son
lo que parecen. “El problema es
que, bajo nombres que parecen
muy similares (jamón cocido, fiambre de jamón, fiambre de magro de cerdo...), se encuentran productos procesados, de calidades muy distintas, que los consumidores no distinguen. Hablamos de que en unos
casos tienen un 85-95% de carne
de cerdo (el jamón cocido) y, en
otros, como el fiambre de
magro, puede no llegar al 40%”,
explica Beatriz Robles, experta en Ciencia y Tecnología de los Alimentos y consultora de Seguridad Alimentaria. ¿Y el resto qué es? Pues un cóctel variado de féculas, almidones, azúcares, sal, gelificantes... y otros aditivos que pagamos a precio de jamón y que, aunque están autorizados, su consumo en exceso no es beneficioso.
La trampa.
A simple vista, todos parecen
iguales. El envasado es tan
similar que nos puede parecer
lo mismo un jamón de calidad
extra que un fiambre de magro que se prepara de la misma forma, pero a partir de una mezcla de carnes menos nobles, más baratas y con más aditivos. Conviene desconfiar de reclamos como “extra jugoso” (solo significa que tiene más agua) o “ahumado” o “a las finas hierbas” (que implican un plus de aditivos).
La mejor decisión. “Lo
primero es asegurarse de que realmente estamos comprando jamón, que procede de la pieza entera deshuesada, tratada con salmuera y calor, y no otro producto como fiambre (que puede contener féculas) o magro (que se obtiene del picado de las piezas hasta conseguir una pasta fina)”, recomienda Beatriz Robles. Se puede saber leyendo el etiquetado o preguntando al dependiente. Desconfía de aquellos con una presencia uniforme: deben verse las fibras del músculo y presentar vetas de grasa y de diferentes tonos de color.
Etiquetas: Pensando en la salud
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