Miguel de Cervantes, el cautivo
(Un texto de Luis Reyes leído en la revista Tiempo del 19 de
abril de 2016)
Argel, 26 de septiembre de 1575. Comienza el cautiverio
de Miguel de Cervantes.
William Shakespeare tuvo problemas por no pagar
impuestos, en los registros de la Hacienda inglesa aparece como defraudador en
1597, aunque debió resolverlo adecuadamente, pues no consta que fuera a la
cárcel. Ese mismo año, en cambio, Miguel de Cervantes fue a dar con sus huesos
en prisión por los impuestos, pero no por los que él debiera, sino por los que
cobraba como recaudador. Había tenido la mala idea de depositarlos en un banco
que quebró, y mientras se aclaraba el asunto pasó tres meses en la Cárcel Real
de Sevilla.
La desgracia de él es fortuna para nosotros, porque en
el forzado ocio entre esas rejas “donde toda incomodidad tiene su asiento”, fue
engendrado Don Quijote, según declara el propio autor en su prólogo. No era la
primera vez, ni la última, que Cervantes perdiese su libertad. En 1592 volvería
al trullo en Castro del Río, Córdoba, siempre a costa del ingrato oficio de
recaudador, pero estas amarguras palidecen al confrontarse con los años de
cautiverio que padeció en Argel.
Ahí jugó al revés el destino, convirtió fortuna en
desgracia. Tras un lustro de guerrear por el Mediterráneo regresaba el soldado
aventajado Miguel de Cervantes a España en 1575 para gestionar un mando
militar, e iba feliz porque traía cartas de recomendación de don Juan de
Austria. ¡Nefastas cartas! Su barco fue apresado por piratas berberiscos, que
al leer los encomios del hermano del rey pensaron que Cervantes era importante
rehén y pusieron un precio muy alto por su rescate, lo que supondría cinco años
y medio de secuestro en los baños de Argel, como se llamaban los depósitos de
esclavos. Así comenzó la segunda parte de su vida de aventurero y hombre de
acción, una experiencia que Shakespeare tendría que suplir con la imaginación o
los préstamos literarios.
Argel era un nido de piratas, pero también un emporio
comercial de más de 100.000 habitantes, porque las mercancías robadas en los
pillajes se vendían a precios sin competencia. Era un puerto franco y atraía
barcos y comerciantes hasta de Suecia, pues los corsarios que aterrorizaban el
Mediterráneo se tornaban en hospitalarios hombres de negocios para todo
cristiano que llegara a Argel. Para acallar los escrúpulos de adquirir
mercancía robada, existía un entramado de intermediarios judíos, que compraban
a los piratas turcos y vendían a los mercaderes cristianos. También había en
Argel sucursales de bancos de toda Europa, incluida España, y legaciones
eclesiásticas que negociaban el rescate de cautivos.
Esta era la otra riqueza de Argel, la explotación de
los cristianos capturados en correrías por las costas o en la mar, cuyo número
oscilaba entre los 20.000 y los 30.000, según la época. Los cautivos del montón
eran la mano de obra esclava que trabajaba los campos o remaba en las galeras
corsarias. Estos eran los más desdichados, su vida era un tormento de azotes,
aunque tenían la esperanza de ser liberados si un barco cristiano capturaba al
berberisco.
Muy distinta era la suerte de aquellos diestros en
cualquier oficio, que pasaban a ser cautivos del Almacén, propiedad del
Estado. Los del Almacén hacían funcionar todas las industrias, incluida
la construcción naval, y jamás se podían vender o rescatar, porque Argel se
paralizaría sin ellos, pero a cambio eran bien tratados y recibían sueldos.
Muchos, ante la perspectiva de no volver jamás a Europa, se convertían al
islam, con lo que alcanzaban la libertad y algunos llegaban a ricos. También
seguían ese camino muchos varones recios, que se alistaban de piratas. La
inmensa mayoría de los corsarios berberiscos eran en realidad europeos
renegados, incluido el propio virrey de Argel, Azán Bajá, que era veneciano.
El teatro. En cuanto a nuestro escritor, pertenecía a
un tercer grupo de cautivos, lo que podemos llamar la aristocracia esclava.
Eran los cautivos de rescate, aquellos cuyas familias tenían dinero o
influencias para pagar su precio. Había en este grupo muchos clérigos, hombres
de letras y de armas y, por supuesto, nobles. Su situación era paradójica, sus
amos no les hacían trabajar pero tampoco les daban de comer; en realidad vivían
en libertad confinados en Argel, pero tenían que buscarse la vida. Unos lo
hacían diciendo misas, otros como preceptores infantiles, o como maestros de
baile y esgrima, y en Argel se veía, exagerada al límite, la imagen tan
española del hidalgo pobre que pasea orgulloso pese a ir vestido de harapos.
Parece que Cervantes encontró un modus vivendi sin
nada que ver con su profesión, que era militar: escribir comedias. Desde joven
había sido muy aficionado al teatro y no le sería difícil componer dramas que
se representaban en diversos lugares de Argel. Hombre de teatro es otro vínculo
que le hermana con Shakespeare, aunque el inglés tendría de público a la reina
de Inglaterra, y Cervantes a renegados y cautivos.
Dada su índole de hombre de guerra Cervantes no se
conformó con vegetar en Argel, a la espera de que su familia o los frailes que
se dedicaban a ello reuniesen el dinero de su redención. Cuatro veces intentó
fugarse, pero no de cualquier manera, sino con la estrategia del oficial
prisionero de guerra que organiza evasiones colectivas. La última pretendía
hacerse con una fragata en la que escaparían 60 hombres. La mala suerte, o más
bien las delaciones, hizo que fracasaran todos sus intentos, pero pese a que
siempre se reconociera jefe de las tentativas, y que llegó a ser condenado a
2.000 palos, nunca se le castigó más allá de una temporada de calabozo.
Este es uno de los enigmas de la vida de Cervantes,
¿por qué su amo Azán Baja, que era un soberano cruel, le perdonó una y otra
vez? Se han elaborado muchas hipótesis, entre ellas que Azán Bajá estaba
enamorado de él y se lo consentía todo. En Argel la homosexualidad era el pan
nuestro de cada día para los cautivos jóvenes, que los turcos convertían en sus
garzones, pero Cervantes era un hombre ya maduro y Azán Bajá podía
disfrutar de frutos más frescos.
Resaltamos esta teoría entre las demás porque supone
otro de esos vínculos subliminales entre Cervantes y Shakespeare, de quien
también se ha sugerido la homosexualidad. Entre las páginas más bellas que
escribió el inglés están sus sonetos, cuyo protagonista es un misterioso “Fair
Youth” (el hermoso joven). Oscar Wilde creía que se trataba de un actor
feminoide de los que interpretaban papeles femeninos, aunque hay también
candidatos nobles de sexualidad ambigua. Lo cierto es que los sonetos de amor
se dirigen a un personaje del mismo sexo que Shakespeare y han alumbrado la
teoría de un Shakespeare gay, aunque no hay evidencia alguna de esa presunta
tendencia ni en el inglés ni en el español. Al final, solo habladurías.
Etiquetas: Grandes personajes, libros y escritores
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