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sábado, agosto 17

Cómo evitar que el libro acabe en la hoguera


(Un texto de Carlos Salas en el suplemento económico de El Mundo del 29 de noviembre de 2009. ¿Aún vigente?)

Usted entra en una librería y se planta frente a una máquina que parece de refrescos. Aprieta un botón que dice «novelas». Aparecen varios géneros: histórica, romántica, de aventuras, policiaca, intriga. Usted escoge una novela de intriga ambientada entre los siglos XI y XVII. ¿Dónde quiere que se desarrolle la trama?, pregunta la máquina. Europa, responde usted. ¿En qué estilo quiere que esté escrita? «Estilo Arturo Pérez Reverte». ¿Desea palabrotas? A usted le da igual, claro, es español. ¿Número de páginas? Usted escribe: 650 páginas. ¿Idioma? Español de España (punto importante porque si se equivoca y pone español de Centroamérica, no podrá leer «el arquero cogió la flecha» (es como decir, el arquero hizo el amor con la flecha; eso duele). ¿Tapa dura o blanda? Dura, dice usted. ¿Cartoné o tela? Cartoné, porque da más caché. ¿Ilustración a color y diseñada por Mariscal, o blanco y negro sin filigranas? Color y diseño, claro. Si es para regalar en Navidad, la máquina le recomienda por favor que pulse al terminar la tecla «para regalo». Por último, ¿quiere dedicatoria en las páginas de cortesía? Sí, claro, responde usted. ¿Tiene alguna idea de cómo le gustaría que se llamase el autor? Usted se lo piensa y dice: Chuck Halls, porque si dice Ponciano Méndez va a quedar como muy provinciano, como de casquería. Mejor un nombre en inglés. Mola.

La máquina le pregunta destinatario, y usted escribe el nombre de la persona a quien va a regalar el libro. Listo. Meta su tarjeta de crédito y recoja el libro en 10 minutos en la cafetería. Está invitado a un cortadito y tres churros. ¿Siguiente?

Todo lo que he expuesto se puede hacer hoy gracias a la tecnología. ¿Incluso la creatividad? Pues sí. Una editorial rusa llamada Astral Spb usó el programa PC Writer 2008 para crear una novela. Detrás de ella no había nadie de carne y hueso pasándose noches en vela para describir una trama, sino un ordenador. La novela se llamó Amor verdadero. Programaron al aparato para que escribiera la novela con el estilo del autor japonés Haruki Murakami, pero basaron la trama en Anna Karenina, de Tolstoi. La ambientaron en una isla.

Y las máquinas que imprimen libros al instante también existen. Hace varios años, en la Feria del libro de Madrid se presentó una de las primeras máquinas print-on-demand. Miré el catálogo, puse mi dedo sobre Espido Freire, di mi nombre, y en cinco minutos vi cómo una máquina tragaba papel, se agitaba, temblaba y escupía una novela de la autora; en la contratapa añadieron mi nombre y la palabra «propiedad de» y el número de esa edición, como si fuera una botella numerada de un reserva de Rioja.

Hay empresas que ya viven de estas cortas impresiones. Bubok por ejemplo. Usted entra en su página web (www.bubok.com), encarga un libro y ellos lo imprimen en unos minutos y se lo envían por correo urgente. «Imprimimos libros desde cinco euros», dice Ángel María Herrera, fundador de esta imaginativa fórmula. Esta idea es genial para autores que no encuentran editor. Isabel BIas ha vendido por Bubok 373 copias de su novela Maldito baile de muertos, a 25 euros cada uno. Como el 80% de los beneficios se lo lleva la autora, suponen casi 7.500 euros.

Tales innovaciones están dejando atrás los viejos métodos. Hay máquinas digitales que producen libros de uno en uno, 10 en 10 o cientos. «Nosotros hacemos 300 copias para que los recién casados regalen libros dedicados en sus bodas, en lugar de puros o ceniceros», dice Jesús Vara, de e-impresión. Dentro de unos años, no se extrañen si al entrar en una librería, sólo ven catálogos y fotos de autores. El resto ya se lo podrán imaginar. ¿Por qué puede suceder esto?

«En España se editan cada año 360 millones de libros, pero se venden 250 millones», afirmaba Santos Palazzi, responsable de Mass Market de Planeta, en unas jornadas de la fundación Telefónica. ¿Y adónde van esos millones que nadie lee? Unos, a hacer pasta de papel. Otros, al crematorio. Esa es la clave. Cada año se destruyen en España unos 100 millones de libros. No por culpa de la Inquisición, ni de un rito satánico, sino porque nadie los compra y los almacenes tienen un límite. Si las editoriales no quemaran los libros que les devuelven, tendrían que alquilar estadios de fútbol, porque ya no hay espacio para guardar más volúmenes.

España es uno de los países del mundo con mayor fervor editorial. Cada año, se sacan unos 73.000 títulos nuevos. La tirada media por título es de unos 5.000 ejemplares. De algunos se imprimen más, pero de otros, unos cientos. Y si mirásemos el catálogo de todas las editoriales, contaríamos unos 370.000 títulos.

Por eso, las editoriales están buscando fórmulas para que ese esfuerzo no acabe en la hoguera. Una de ellas es el libro digital. Usted entra en su ordenador o en su lector electrónico, pincha en La Esfera, Random House o Tusquets, y se baja a Oriana Fallaci, Follet o Dan Brown. Todo digital. Como no hay gasto en papel el precio final es más barato.

Pero el libro de papel tiene cierta belleza que no puede ser imitada por el digital: el tacto, las tres dimensiones y hasta el olor (yo me resistía a admitirlo, pero tengo que reconocerlo). Pero su fabricación, distribución y venta suponen una inversión muy elevada, con un riesgo muy elevado. Encontrar un autor y lograr que escriba un gran libro es tan difícil como ganar a las quinielas. Y en el camino, cada intermediario se lleva un buen bocado. El canal (es decir, el vendedor y el distribuidor), se lleva el 55% del precio final. El restante 45% debe servir para pagar a la rotativa y los derechos de autor. Y por supuesto, el margen de la editorial.

Gran parte de ese riesgo se evitaría fabricando libros a la medida. De modo que si algún día se encuentra apretando botones para elegir el título, el estilo, la trama y las tapas del libro que desea, no se restriegue los ojos. Sería la única forma de salvar a esta especie protegida.

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