Cómo evitar que el libro acabe en la hoguera
(Un texto de Carlos Salas en el suplemento económico de El
Mundo del 29 de noviembre de 2009. ¿Aún vigente?)
Usted entra en una librería y se planta frente a una máquina
que parece de refrescos. Aprieta un botón que dice «novelas». Aparecen varios
géneros: histórica, romántica, de aventuras, policiaca, intriga. Usted escoge una
novela de intriga ambientada entre los siglos XI y XVII. ¿Dónde quiere que se
desarrolle la trama?, pregunta la máquina. Europa, responde usted. ¿En qué
estilo quiere que esté escrita? «Estilo Arturo Pérez Reverte». ¿Desea
palabrotas? A usted le da igual, claro, es español. ¿Número de páginas? Usted
escribe: 650 páginas. ¿Idioma? Español de España (punto importante porque si se
equivoca y pone español de Centroamérica, no podrá leer «el arquero cogió la
flecha» (es como decir, el arquero hizo el amor con la flecha; eso duele). ¿Tapa
dura o blanda? Dura, dice usted. ¿Cartoné o tela? Cartoné, porque da más caché.
¿Ilustración a color y diseñada por Mariscal, o blanco y negro sin filigranas? Color
y diseño, claro. Si es para regalar en Navidad, la máquina le recomienda por
favor que pulse al terminar la tecla «para regalo». Por último, ¿quiere
dedicatoria en las páginas de cortesía? Sí, claro, responde usted. ¿Tiene
alguna idea de cómo le gustaría que se llamase el autor? Usted se lo piensa y
dice: Chuck Halls, porque si dice Ponciano Méndez va a quedar como muy provinciano,
como de casquería. Mejor un nombre en inglés. Mola.
La máquina le pregunta destinatario, y usted escribe el
nombre de la persona a quien va a regalar el libro. Listo. Meta su tarjeta de crédito
y recoja el libro en 10 minutos en la cafetería. Está invitado a un cortadito y
tres churros. ¿Siguiente?
Todo lo que he expuesto se puede hacer hoy gracias a la tecnología.
¿Incluso la creatividad? Pues sí. Una editorial rusa llamada Astral Spb usó el
programa PC Writer 2008 para crear una novela. Detrás de ella no había nadie de
carne y hueso pasándose noches en vela para describir una trama, sino un
ordenador. La novela se llamó Amor
verdadero. Programaron al aparato para que escribiera la novela con el estilo
del autor japonés Haruki Murakami, pero basaron la trama en Anna Karenina, de Tolstoi.
La ambientaron en una isla.
Y las máquinas que imprimen libros al instante también
existen. Hace varios años, en la Feria del libro de Madrid se presentó una de
las primeras máquinas print-on-demand.
Miré el catálogo, puse mi dedo sobre Espido Freire, di mi nombre, y en cinco
minutos vi cómo una máquina tragaba papel, se agitaba, temblaba y escupía una
novela de la autora; en la contratapa añadieron mi nombre y la palabra
«propiedad de» y el número de esa edición, como si fuera una botella numerada de
un reserva de Rioja.
Hay empresas que ya viven de estas cortas impresiones. Bubok
por ejemplo. Usted entra en su página web (www.bubok.com), encarga un libro y
ellos lo imprimen en unos minutos y se lo envían por correo urgente.
«Imprimimos libros desde cinco euros», dice Ángel María Herrera, fundador de
esta imaginativa fórmula. Esta idea es genial para autores que no encuentran
editor. Isabel BIas ha vendido por Bubok 373 copias de su novela Maldito baile de muertos, a 25 euros
cada uno. Como el 80% de los beneficios se lo lleva la autora, suponen casi
7.500 euros.
Tales innovaciones están dejando atrás los viejos métodos.
Hay máquinas digitales que producen libros de uno en uno, 10 en 10 o cientos. «Nosotros
hacemos 300 copias para que los recién casados regalen libros dedicados en sus
bodas, en lugar de puros o ceniceros», dice Jesús Vara, de e-impresión. Dentro de unos años, no se extrañen si al entrar en una
librería, sólo ven catálogos y fotos de autores. El resto ya se lo podrán
imaginar. ¿Por qué puede suceder esto?
«En España se editan cada año 360 millones de libros, pero
se venden 250 millones», afirmaba Santos Palazzi, responsable de Mass Market de
Planeta, en unas jornadas de la fundación Telefónica. ¿Y adónde van esos millones
que nadie lee? Unos, a hacer pasta de papel. Otros, al crematorio. Esa es la
clave. Cada año se destruyen en España unos 100 millones de libros. No por
culpa de la Inquisición, ni de un rito satánico, sino porque nadie los compra y
los almacenes tienen un límite. Si las editoriales no quemaran los libros que
les devuelven, tendrían que alquilar estadios de fútbol, porque ya no hay
espacio para guardar más volúmenes.
España es uno de los países del mundo con mayor fervor
editorial. Cada año, se sacan unos 73.000 títulos nuevos. La tirada media por
título es de unos 5.000 ejemplares. De algunos se imprimen más, pero de otros,
unos cientos. Y si mirásemos el catálogo de todas las editoriales, contaríamos
unos 370.000 títulos.
Por eso, las editoriales están buscando fórmulas para que
ese esfuerzo no acabe en la hoguera. Una de ellas es el libro digital. Usted entra
en su ordenador o en su lector electrónico, pincha en La Esfera, Random House o
Tusquets, y se baja a Oriana Fallaci, Follet o Dan Brown. Todo digital. Como no
hay gasto en papel el precio final es más barato.
Pero el libro de papel tiene cierta belleza que no puede ser
imitada por el digital: el tacto, las tres dimensiones y hasta el olor (yo me
resistía a admitirlo, pero tengo que reconocerlo). Pero su fabricación,
distribución y venta suponen una inversión muy elevada, con un riesgo muy
elevado. Encontrar un autor y lograr que escriba un gran libro es tan difícil
como ganar a las quinielas. Y en el camino, cada intermediario se lleva un buen
bocado. El canal (es decir, el vendedor y el distribuidor), se lleva el 55% del
precio final. El restante 45% debe servir para pagar a la rotativa y los derechos
de autor. Y por supuesto, el margen de la editorial.
Gran parte de ese riesgo se evitaría fabricando libros a la
medida. De modo que si algún día se encuentra apretando botones para elegir el
título, el estilo, la trama y las tapas del libro que desea, no se restriegue
los ojos. Sería la única forma de salvar a esta especie protegida.
Etiquetas: libros y escritores, Pensamientos varios
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