El 'Minivelázquez', don Fernando, el infante cardenal
(Un texto de Benjamín Rosado en El Mundo del 16 de diciembre
de 2018)
El cuadro es muy
pequeño, una miniatura, y la figura del retratado es tan grande que muchos lo
consideran el último gran militar del Siglo de Oro. Es el infante y cardenal Fernando
de Austria, héroe en la Guerra de los Treinta Años. El autor de las pinceladas,
el artista que quiso resaltar los ojos claros del muchacho, podría ser Velázquez,
que elaboró varios de estos «retratillos pequeños» durante su estancia en la
Corte de Madrid.
Le encargaron al menos
cinco de estas miniaturas que podían guardarse y ocultarse con facilidad. Y que
alcanzaron una gran popularidad, el equivalente de la época a la foto en la
cartera o el selfi en la pantalla del móvil. Nada que ver con los lienzos de
grandes dimensiones a los que acostumbraba el genio sevillano, aunque no por
ello menos cotizados. El miércoles, Alcalá Subastas someterá al veredicto del
martillo una de estas misteriosas miniaturas.
Sus reducidas
dimensiones (6 x 4,7 cm: lo reproducimos arriba a escala real) dificultan el
reconocimiento del personaje y su atribución a un pintor (de ahí el precio de
salida: 65.000 euros), pero hay buenas razones para pensar que es don Fernando
quien posa para el autor de 'Las meninas'. El retratado -rubio, cabello largo,
de ojos verde-grisáceos, con barba y bigote- guarda un indudable parecido con
otro cardenal-infante, también de Velázquez, que posa majestuoso durante una
cacería en una de las galerías del Museo del Prado.
«Viste austero, de
negro con una golilla severa, claramente a la española a diferencia de los
retratos que le hicieron los pintores flamencos como Van Dyck, que le retrató
con la lechuguilla aplanada», cuenta Daniel Díaz, catalogador de pintura
antigua de la casa de subastas. «Además, la enorme calidad de este óleo sobre
cobre nos hace pensar en una persona de importancia que debió de recurrir a
algún gran maestro del momento. Sin embargo, debemos de ser muy cautos con la
catalogación, pues no tenemos la certeza».
Hace unos años apareció
en una subasta madrileña un retrato ecuestre del cardenal infante que se
atribuyó al taller de Rubens. En el reverso del bastidor, procedente de Gran
Bretaña, podía leerse: «Philip IV of Spain». El origen de la confusión se
presta a varias lecturas, incluida la de una conspiración urdida desde Flandes
para que el héroe de Nördlingen heredara el trono de su hermano, Felipe IV.
También Van Dyck
inmortalizó a don Fernando en actitud triunfal sobre un campo de batalla
abonado con 8.000 cadáveres protestantes. Aquel 6 de septiembre de 1634, el
infante español doblegó al temido ejército sueco en el sur de Alemania. A
partir de entonces, y hasta su muerte, muchos depositaron en él la esperanza
militar de una España imperial a punto de iniciar su decadencia.
La edad del retratado
(unos 25 años) nos lleva precisamente a los inicios de la década de 1630. En
aquella época, don Fernando había abandonado su carrera eclesiástica (fue
purpurado con 10 años) para ocupar dignidades más elevadas. En 1632 Felipe IV
lo nombró virrey de Cataluña.
Al valeroso infante, a
quien dos años más tarde recibirían en Baviera al grito de «¡Viva España!» con
18.000 soldados a sus espaldas, se le encomendó la difícil misión de que las
Cortes catalanas accedieran a realizar una aportación económica a la Corona. No
hubo acuerdo y su hermano lo envió a Flandes para sustituir a su tía, la
archiduquesa Isabel Clara Eugenia, como gobernador de los Países Bajos. Las
tensiones en el norte de Europa hacían imposible cualquier aproximación en barco,
por lo que don Fernando decidió recorrer el entonces llamado Camino Español,
que atravesaba la vieja Europa desde Milán a Bruselas y daba muestra del
dominio que todavía ejercía España.
En la ciudad italiana
reunió un ejército y, siguiendo los planes del Conde Duque de Olivares, acudió
en católica procesión a través de los Alpes para prestar ayuda a los Habsburgo
en su encarnizada lucha contra los príncipes protestantes.
En Donauwörth, la
perla del Danubio bávaro, se reunió con su primo, Fernando de Hungría,
comandante de las tropas imperiales y futuro emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico. El cardenal infante debió de sentir miedo cuando el archiduque le
explicó, con las piezas desplegadas sobre un mapa, la carnicería en la vecina
ciudad de Nördlingen. Hasta ese momento, la experiencia militar del más
inteligente de los hijos de Felipe III era teórica y se limitaba al buen manejo
de las armas, su afición a la caza y un gran desempeño en la equitación. Jamás
había librado una batalla real. Antes de dirigir sus tropas hacia la muerte,
los dos primos se fundieron en un abrazo.
El 5 de septiembre de 1634 sería recordado como
el principio del fin de una guerra que dejó sin hombres varias ciudades
de Europa. Aquel día los regimientos suecos atacaron primero, pero el fallido
asalto a las fortificaciones de la izquierda imperial permitió a los Tercios
españoles asentarse en la colina de Allbuch, donde rechazaron hasta 15 cargas
desde distintos flancos. El definitivo contraataque del bando católico se hizo
efectivo gracias a las tropas de caballería italiana de Gambacorta, que
adelantaron sus líneas y dieron captura al general sueco.
Convertido ya en
héroe, fue recibido triunfante en Bruselas -el 4 de noviembre del mismo año-
como gobernador de los Países Bajos y máximo responsable del ejército español
en esa zona. A pesar de su juventud, demostró solvencia en las labores
diplomáticas y fungió como estratega militar hasta frustrar la ofensiva del
cardenal Richelieu contra el Imperio español en el famoso Asedio de Corbie.
Poco después, y de
manera repentina, don Fernando cayó enfermo y murió a los 32 años víctima de
fiebres terciarias. Algunos historiadores sugieren que fue Felipe IV quien, apercibido
de su popularidad, mandó que le envenenaran. Es posible que, de haber llegado
al trono, la hegemonía militar del Imperio español no se hubiera desvanecido
tan deprisa.
La relación de don
Fernando con los grandes pintores de la época pudo haber desatado también la
furia del soberano. En el libro 'Juan van der Hamen y León y la Corte de
Madrid', el filántropo e historiador William B. Jordan escribe: «El joven rey,
no obstante su genuino entusiasmo por la pintura, no se convirtió en un
decidido mecenas tan rápido como se había supuesto, siendo superado en esta
dimensión de su personalidad por su más vivaz e independiente hermano».
Tanto es así que, en
una carta fechada el 30 de junio de 1638, don Fernando le reclama a su hermano
un cuadro que le está pintando Velázquez. «Con todo acuerdo à V. M. me paga
mandando á Velasquez se de priesa al retrato, que le estimare como devo y es
razon», le escribe desde Amberes. Todo esto podría hacer pensar en la
posibilidad de que don Fernando quisiera recuperar una de las miniaturas que
Velázquez tenía reservadas a grandes personalidades y miembros de la familia
real. La finalidad de estas pequeñas pinturas sobre naipes o chapas de cobre
era doble -regalo de estado y retrato íntimo- y con frecuencia estaban cargadas
de un gran valor sentimental.
Velázquez pintó este
tipo de retratos desde su llegada a Madrid, pues estaba dentro de sus cometidos
como pintor de la corte. Tras su muerte, se hizo constar en el inventario de
sus bienes la existencia de una alhacena que contenía ocho planchillas de cobre
aún sin utilizar, así como cinco retratillos ya pintados que se han perdido o
están en paradero desconocido. Sólo se ha podido recuperar la miniatura
dedicada al Conde Duque de Olivares, aunque los expertos no se ponen de acuerdo
a la hora de atribuir obras de tan reducido tamaño.
A menudo, el
pronunciamiento de las autoridades en la materia viene precedido de largas
investigaciones y debates académicos trufados de querellas y rivalidades
personales. Pero una cosa está clara: de tratarse de una miniatura de
Velázquez, el precio de remate podría irse por encima de las seis cifras.
A falta de un análisis
comparativo más riguroso, el historiador José López-Rey sólo reconoció la
autenticidad de la miniatura del Conde Duque de Olivares, que estuvo expuesta
un tiempo en el Palacio Real, lo que no ha evitado que otros retratos de
reducidísimo tamaño, dispersos por museos y colecciones privadas, sigan
pugnando por ser incluidos en el catálogo oficial del pintor.
Tal es el caso de una
miniatura «anónima» de Mariana de Austria (que el Museo del Prado ubica en el
taller del pintor y que sólo reconocen como auténtica algunos críticos) y un
finísimo retrato de una noble de la época que salió a subasta recientemente por
300.000 euros en Abalarte Subastas. Idénticos rasgos velazqueños comparten la
'Dama del abanico' que puede verse en Museo Lázaro Galdiano y el Príncipe
Baltasar Carlos del archivo del Museo Kunsthistorisches de Viena.
La que [salió] a
subasta […] se mueve en las mismas coordenadas, aunque su precio se antoja una
ganga navideña. Eso si la comparamos con una pintura de El Greco de 9 x 5 cm
que salió a la venta, en 2015, por medio millón de euros o con la miniatura de Juan
Bautista Maino, adquirida por el estado en 2017 por 375.000 euros y adscrita al
Museo del Prado.
Velázquez pintó
también una pareja, «due ritrattini», para Vincenzo II Gonzaga, conde de
Mantua. Asimismo pasaron por su diminuto atril Felipe IV (a quien, en otra
ocasión, inmortalizó al reverso de una joya con forma de águila) y su valido,
el marqués de Montesclaros. En la documentación conservada se mencionan varios
retratos de la reina para joyas que debían enviarse a Marie de Rohan, duquesa
de Chevreuse, por medio del marqués Virgilio Malvezzi, aunque no existe certeza
de que llegara a pintarlos.
Según Carmen Espinosa,
autora de 'Las miniaturas en el Museo Nacional del Prado', «estas referencias
informan del papel desempeñado por este tipo de retratos en las relaciones
diplomáticas de la corte española».
Sólo así se explica el
enorme interés que ha despertado el ejemplar que saldrá a la venta el miércoles
en Alcalá Subastas destinado probablemente a un afortunado coleccionista o a un
museo. «A falta de pruebas que lo demuestren, no podemos decir que la pintura
pertenezca a Velázquez u otro pintor, por lo que la hemos situado en el entorno
de la escuela española de 1630», concede con prudencia académica Daniel Díaz, a
quien tal vez debamos leer entre líneas: «Pero sabemos que la capacidad de
penetrar en la psicología del modelo, añadiéndole a la prestancia del personaje
un aire de serenidad por medio de una sonrisa amable y contenida, es propia de
un pintor de indiscutible maestría en el retrato».
Y sus otros
mini-cuadros…
Conde Duque de Olivares.
Este cuadrito de 1638, 10x8 cm, es la única miniatura aceptada como suya. Está
en el Prado, sin exhibir.
Mariana de Austria. Este
óleo de 1655, 7,3x5, 3 cm, es obra del 'taller de Velázquez'. Hecho para ser
apreciado en la intimidad.
Pequeño retrato de dama.
Ha salido a subasta por 300.000, en 2017. Mide 6,6x5, 4 cm. Se puede fechar
hacia el año 1632.
Miniatura de dama
También sería una pintura de la reina Mariana de Austria. Museo Lázaro
Galdiano, 1650, 7,6x6, 3 cm.
Príncipe Baltasar Carlos.
Esta miniatura, atribuida al llamado 'círculo de Velázquez', se encuentra en el
Museo de Viena.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, Pintura y otras bellas artes
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home