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viernes, septiembre 20

Ordesa, el primer mapa del Monte Perdido


(Un texto de Alberto Martínez Embid en el Heraldo de Aragón del 27 de agosto de 2018)

El centenario del Parque Nacional de Ordesa es un pretexto ideal para refrescar otros eventos de la crónica del Divino Cañón. Así, hace 144 años se editaba un primer mapa del entorno del Monte Perdido con destino a los escasos montañeros que entonces visitaban la zona. El artífice de este memorable trabajo fue un cartógrafo todavía amateur llamado Franz Schrader.

Hasta el segundo tercio del siglo XIX no hubo otra cima en los Pirineos que disfrutara de mayor popularidad que el Monte Perdido (3.355 metros). Sin embargo, a pesar de la creciente afluencia de turistas que acudían hasta su cumbre desde el Norte, no se disponía de mapa alguno que los orientase con precisión. Casi todos los pliegos con los que arrancó la denominada 'Edad de Oro del Pirineísmo' eran croquis sencillos que nada detallaban. En 1874 este panorama cambió de una forma radical.

La ilusión de tres jóvenes amigos. El 5 de agosto de 1866 un chico de veintidós años quedaba fascinado frente al despliegue de la cadena pirenaica desde Pau. Jean-Daniel-François Schrader, conocido en su familia como 'Franz', había nacido en Burdeos, donde trabajaba en un negocio de exportación. En su pequeño despacho sin vistas se sentía aprisionado, por lo que los horizontes montañosos lo marcaron para siempre. Aquel día se enamoró irremisiblemente de los Pirineos.

El inquieto muchacho se decidió a conocer el macizo del Monte Perdido en el verano de 1872, acompañado por unos amigos de edad similar: los hermanos Léonce y Albert Lourde-Rocheblave. Como reconoció Franz Schrader, el terceto llegó a Gavarnie ansioso por hacer «algo de provecho»…, que estuviera relacionado con una cartografía del Macizo Calcáreo que aún no existía.

En un primer momento se consideró la posibilidad de construir un gran diorama en relieve de la zona al estilo del que se mostraba en Luchon del grupo del Aneto, pero era un proyecto demasiado complejo que pronto cambiaron por el de trazar un mapa a una escala de 1:20.000, inusitada para la época. Los jóvenes comenzaron a recoger datos con el fin de cartografiar el Monte Perdido, motivados ante el hecho de que los pliegos franceses en servicio, a 1:80.000 de escala los más avanzados, exhibían lagunas y errores descomunales. En la porción aragonesa del macizo apenas se contaba con los sobrios trabajos de Labanha del siglo XVII.

La idea de obsequiar al Monte Perdido con un pliego para uso montañero había surgido de forma espontánea, cuando nuestro trío recorría las crestas del Pic Long. Desde aquellas alturas, Schrader comprendió la ordenación de los vértices misteriosos del Marboré, justo al otro lado de la frontera, percibiendo que en modo alguno coincidía con lo que reseñaban los mapas precedentes.

LA FABRICACIÓN DEL INSTRUMENTAL CARTOGRÁFICO.

Schrader y los Lourde-Rocheblave arrancaron de inmediato sus reconocimientos del Monte Perdido. Pero el balance de la campaña del verano de 1872 resultó frustrante, debido a varias jornadas de nieblas. Además, los instrumentos que .estos aprendices de cartógrafos acarreaban con ellos -sextantes y teodolitos-, revelaron ser poco indicados para su empresa. Se habían embarcado en una labor titánica para la que precisarían utensilios que todavía no estaban creados.

El propio Schrader se ocupó de diseñar y perfeccionar cierto «mecanismo de transcripción gráfica» con el que tomar datos sobre el terreno con rapidez, «calcando el horizonte» desde cada punto de observación. Con un simple levantamiento circular de las montañas que le rodeaban se surtiría de los datos esenciales para situarlas correctamente sobre un plano. A complementar con la: amplia recolecta de altitudes que se aprestaba a atesorar, junto con los dibujos y fotografías con los que fijaría sus formas. El ingenio del bordelés fue la llave del Monte Perdido.

El artilugio resultante fue bautizado con el nombre de orógrafo. Se construyó un primer prototipo en madera con los dispositivos justos para que pudiera probarse en el Marboré. Su operatividad resultó un éxito, sirviendo como señal de arranque a nuevas campañas de recolecta de datos. Cargar con ese peso extra no supuso ningún martirio para Schrader, quien tenía una arrolladora vocación por la cartografía: «Prendado por la majestuosidad del Monte Perdido, que amontona sus murallas calcáreas y sus terrazas de glaciares como una monstruosa sucesión de monumentos, no pude resistir el deseo de trazar el mapa de este maravilloso grupo de montañas». Eran las palabras de un amante de las altas cumbres que se aprestaba a arrancarles sus secretos.

LAS GRANDES EXPLORACIONES CARTOGRÁFICAS.

En 1873 Franz Schrader y Léonce Lourde-Rocheblave trabajaban a pleno rendimiento en su mapa con un orógrafo de madera aún en pruebas. Puesto que disponían de poco tiempo libre, preparaban minuciosamente en Burdeos sus itinerarios antes de emprenderlos por el Macizo Calcáreo. No tardaron en percatarse de que la escala ideal para un montañero a 1:20.000 resultaba compleja para sus reducidos medios de amateurs: tendrían que resignarse con retratar el Monte Perdido a 1:40.000.

Aun con todo, fue una tarea durísima: sus operaciones topográficas les obligaron a portear pesados equipajes, prescindiendo de otros fardos menos esenciales como la tienda de campaña o las mantas. Nuestros topógrafos aficionados se conformaban con subir un poco de leña para calentar levemente algo de sopa. Tal parquedad de medios les puso en diversos aprietos, como cuando, atrapados por una tormenta en la Brecha de Rolando, se vieron forzados a quemar sus trípodes de madera para fundir nieve y obtener agua.

Una de las mayores expediciones de reconocimiento tuvo lugar en agosto de 1873: Franz Schrader, Léonce Lourde-Rocheblave, Fernand Bourdil, el guía Paget Chapelle y varios porteadores partieron de Héas abrumados bajo el peso de un instrumental que incluía orógrafo, cámara oscura, brújulas y barómetros, aparato fotográfico, veinte placas de vidrio-colodio… Desde lo alto del Puerto Viejo de Pineta comenzaron los trabajos del galo con su aparato, captando un Monte Perdido envuelto en el esplendor de su glaciar septentrional. Plasmar con un dibujo circular los relieves de 360 grados de montañas costaba cerca de tres cuartos de hora, pues era preciso repasar con detenimiento los puntos principales. Después se añadían las anotaciones y detalles a mano alzada, lo cual exigía hora y media más. Estos tiempos se reducirían algo a partir del año siguiente con la aparición del orógrafo en metal.

La· caravana de Schrader se dirigió hacia Estaubé y siguió la ruta del corredor de Tucarroya. Tras un épico vivaqueo en las orillas del ibón Helado del Marboré, reemprendieron la marcha sobre las tres de la madrugada. Faltaba el plato fuerte de la campaña: ganar la cota 3.355 m.

Con tanto lastre corno cargaban sobre sus espaldas, el grupo no logró ganar el Cuello del Cilindro sino siete horas más tarde… La furiosa tormenta que se cernía sobre sus cabezas terminó por vetarles el acceso hasta la cúspide, rechazándolos con virulencia hacia la Brecha de Rolando. Nuestro cartógrafo no pudo visitar a la mayor de las Tres Sorores hasta 1876.

ÚLTIMAS PINCELADAS DEL MAPA.

En 1874 Schrader había finalizado su prodigioso 'Mapa del Monte Perdido y de la Región Calcárea' a escala 1:40.000, obra que cubría un rectángulo de dieciocho por quince kilómetros. Era pronto para la representación sobre el papel con curvas de nivel, por lo que el relieve se consiguió mediante artísticos trazos en 'arista de pescado'.

La crítica fue del todo benigna, calificando esta carta de «minuciosa, clara y bella». La Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Burdeos la imprimió al año siguiente junto con un prospecto adicional. En cuanto pasó a manos de los montañeros, el pliego prosiguió su recolecta de alabanzas, favoreciendo que Franz Schrader ingresara entre la elite de los geógrafos profesionales. Su puesta de largo definitiva tuvo lugar desde el ‘Anuario' de 1876 del Club Alpino Francés, donde publicó un artículo muy aplaudido bajo el título de 'El matizo del Monte Perdido' (1877).

El 'Mapa del Monte Perdido' supondría el principio de una serie de pliegos con la firma de Schrader que evolucionaron hacia las curvas de nivel. Su versión ampliada a escala 1:100.000 para: los 'Pirineos Centrales' se editó hasta el año 1947. Además, sus datos pasaron a nuestro Instituto Geográfico, por lo que se puede considerar a estas cartas como la base de la inaugural hoja hispana de 'Broto' a 1:50.000 de escala, ya en 1933.

Parece difícil que nadie haya sabido mostrar de forma tan rotunda su amor por una montaña. Su pasión por el Monte Perdido.

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