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sábado, octubre 12

‘Et en adelant tuvieron la ley romana’


(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 18 de febrero de 2018)

Se han cumplido novecientos cincuenta años de una peregrinación política cargada de consecuencias: el viaje a Roma del rey Sancho Ramírez.

Hace novecientos cincuenta años viajó hasta Roma por vez primera un rey de Aragón. Fue un viaje político con consecuencias. No lo mencionan las crónicas (San Juan de la Peña, príncipe de Viana, Zurita, Blancas), pero lo dice el mismo Sancho Ramírez, en una carta: "Cuando tenía veinte y cinco años, y ya entonces deseando a Dios, voluntariamente fui a la morada del beato Pedro y me di a mí y a mi reino a Dios y a su potestad". Esto es, al papa.

Pasado un tiempo, Sancho resolvió tributarle "cada año de mi vida quinientos mancusos de moneda jaquesa", cantidad notable, dada la pequeñez del reino, que aún no llegaba a Huesca. El mancuso (de ‘manus’ y ‘cusus’, acuñado a mano) o auro de Jaca, era de oro y pesaba 1,95 gramos. Casi un kilo, pues, del raro metal. Adviértase que en Europa no lo hay y que obtenerlo requería ganarlo contra estados del islam, a los que sí llegaba, procedente de África. Los belicosos reyes cristianos de Hispania exigían oro (‘parias’) de los musulmanes. Se conocen solo dos mancusos aragoneses de Sancho, hallados uno en Siria y otro en Turquía, lo que sugiere que Roma los gastó en pagos a los primeros cruzados. El viaje de Sancho ocurrió en la cuaresma de 1068, "en el mes de febrero, a día 17 antes de las calendas de marzo", esto es, el 14: acaban de cumplirse los nueve siglos y medio.
Un reino de san Pedro

Sancho trató mucho con el papado, mediante cruce de enviados y legados de alto rango, se le sometió como vasallo y adquirió la calidad de ‘miles Sancti Petri’, soldado de san Pedro, vasallo y protegido de este. Los papas andaban en ruda pelea, ideológica y legal, con el emperador alemán; y, además, la Iglesia vivía una de sus frecuentes querellas internas, con papas enemigos y simultáneos. Un rey combatiente de la fe contra moros, como el aragonés, era un aliado muy interesante y una cuña en Hispania. De inmediato, Aragón y su dinastía se llenaron de Pedros y muchos grandes templos y capillas reales (Siresa, Jaca, Bailo, Loarre, Huesca…) se dedicaran al apóstol.

Fue en San Juan de la Peña

Hasta entonces, en toda Hispania los cristianos rezaban según lo habían hecho los hispanogodos, en lo que hoy llamamos rito mozárabe o toledano (Toledo fue la capital hispanogoda). El papado quería unificar el rito y la liturgia, la música y el rezo al estilo romano y ‘gregoriano’. En suma, imponer su ‘ordo’, su disciplina estética y canónica. En España, esa homogeneización empezó a partir de este viaje de Sancho y se extendió después a toda la Península. En esa obediencia ha seguido ya el catolicismo hispano.

El inicio del gran cambio tuvo lugar en un momento conocido: al mediodía (‘hora sexta’) del 22 de marzo de 1071. Fue en San Juan de la Peña, abadía de jurisdicción real y papal (no episcopal), fundada por el abuelo navarro de Sancho, tumba de su padre y en la que el rey vivía las cuaresmas. A las nueve de la mañana (’hora tertia’), los monjes rezaron sus últimas preces en rito hispanogodo: "XI kalendas aprilis en la segunda semana de Quaresma, et hora prima et tertia fue toledana, hora VI fue romana, en el anno de Nuestro Sennor MLXXI. Et de aquí adelant tuvieron la ley romana". Muy pronto hizo otro tanto San Victorián, en el viejo reino de Sobrarbe.

Esas comunidades hubieron de necesitar tiempo para encabezar el cambio que llevaría a todos los cristianos de Hispania a rezar de otra manera y, por ende, a modificar su sensibilidad al respecto de numerosas cuestiones vinculadas con la forma de ser y concebir el mundo, la acción divina y las funciones eclesiásticas y del poder. Hubo que variar las fórmulas y los clisés, los libros litúrgicos, los cantorales y, lógicamente, la catequesis, que pudo resultar perturbadora. Muchos querían seguir rezando y oyendo la misa como habían aprendido de sus mayores. Las grandes alteraciones rituales impuestas por el Concilio Vaticano II en los años sesenta, que cambiaron la misa y el padrenuestro y arrumbaron el latín, pueden dar una idea de lo que pudo ocurrir entonces, en Aragón, primero, y en el resto de los reinos hispanos, a continuación. En el lejano siglo XII y en el cercano siglo XX hubo fieles y jerarcas que se opusieron tenazmente a la innovación.

Muchos historiadores estiman que ese cambio arrastró otros más y todos de gran calado, lo mismo en la ideología política que en la cultural. La institución papal quedó fuertemente anclada en la España románica a partir de su arraigo en un reino expansivo como Aragón, unido entonces a Navarra. Incluso Felicia, segunda esposa del rey y madre de Alfonso el Batallador y Ramiro el Monje, fue hermana de Eblo de Roucy, muy adicto al papa.

A este conjunto de hechos derivados del viaje del rey Sancho a Roma acaso hoy lo llamaríamos ‘europeización’. Materia en la que Aragón no iba entonces, ni ahora tampoco, por detrás de nadie.

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