‘Et en adelant tuvieron la ley romana’
(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 18
de febrero de 2018)
Se han cumplido
novecientos cincuenta años de una peregrinación política cargada de
consecuencias: el viaje a Roma del rey Sancho Ramírez.
Hace novecientos cincuenta años viajó hasta Roma por
vez primera un rey de Aragón. Fue un viaje político con consecuencias. No lo
mencionan las crónicas (San Juan de la Peña, príncipe de Viana, Zurita,
Blancas), pero lo dice el mismo Sancho Ramírez, en una carta: "Cuando
tenía veinte y cinco años, y ya entonces deseando a Dios, voluntariamente fui a
la morada del beato Pedro y me di a mí y a mi reino a Dios y a su potestad".
Esto es, al papa.
Pasado un tiempo, Sancho resolvió tributarle
"cada año de mi vida quinientos mancusos de moneda jaquesa", cantidad
notable, dada la pequeñez del reino, que aún no llegaba a Huesca. El mancuso
(de ‘manus’ y ‘cusus’, acuñado a mano) o auro de Jaca, era de oro y pesaba 1,95
gramos. Casi un kilo, pues, del raro metal. Adviértase que en Europa no lo hay
y que obtenerlo requería ganarlo contra estados del islam, a los que sí
llegaba, procedente de África. Los belicosos reyes cristianos de Hispania
exigían oro (‘parias’) de los musulmanes. Se conocen solo dos mancusos
aragoneses de Sancho, hallados uno en Siria y otro en Turquía, lo que sugiere
que Roma los gastó en pagos a los primeros cruzados. El viaje de Sancho ocurrió
en la cuaresma de 1068, "en el mes de febrero, a día 17 antes de las
calendas de marzo", esto es, el 14: acaban de cumplirse los nueve siglos y
medio.
Un reino de san Pedro
Sancho trató mucho con el papado, mediante cruce de
enviados y legados de alto rango, se le sometió como vasallo y adquirió la
calidad de ‘miles Sancti Petri’, soldado de san Pedro, vasallo y protegido de
este. Los papas andaban en ruda pelea, ideológica y legal, con el emperador
alemán; y, además, la Iglesia vivía una de sus frecuentes querellas internas,
con papas enemigos y simultáneos. Un rey combatiente de la fe contra moros,
como el aragonés, era un aliado muy interesante y una cuña en Hispania. De
inmediato, Aragón y su dinastía se llenaron de Pedros y muchos grandes templos
y capillas reales (Siresa, Jaca, Bailo, Loarre, Huesca…) se dedicaran al
apóstol.
Fue en San Juan de la Peña
Hasta entonces, en toda Hispania los cristianos
rezaban según lo habían hecho los hispanogodos, en lo que hoy llamamos rito
mozárabe o toledano (Toledo fue la capital hispanogoda). El papado quería
unificar el rito y la liturgia, la música y el rezo al estilo romano y
‘gregoriano’. En suma, imponer su ‘ordo’, su disciplina estética y canónica. En
España, esa homogeneización empezó a partir de este viaje de Sancho y se
extendió después a toda la Península. En esa obediencia ha seguido ya el
catolicismo hispano.
El inicio del gran cambio tuvo lugar en un momento
conocido: al mediodía (‘hora sexta’) del 22 de marzo de 1071. Fue en San Juan
de la Peña, abadía de jurisdicción real y papal (no episcopal), fundada por el
abuelo navarro de Sancho, tumba de su padre y en la que el rey vivía las
cuaresmas. A las nueve de la mañana (’hora tertia’), los monjes rezaron sus
últimas preces en rito hispanogodo: "XI kalendas aprilis en la segunda
semana de Quaresma, et hora prima et tertia fue toledana, hora VI fue romana,
en el anno de Nuestro Sennor MLXXI. Et de aquí adelant tuvieron la ley
romana". Muy pronto hizo otro tanto San Victorián, en el viejo reino de
Sobrarbe.
Esas comunidades hubieron de necesitar tiempo para
encabezar el cambio que llevaría a todos los cristianos de Hispania a rezar de
otra manera y, por ende, a modificar su sensibilidad al respecto de numerosas
cuestiones vinculadas con la forma de ser y concebir el mundo, la acción divina
y las funciones eclesiásticas y del poder. Hubo que variar las fórmulas y los
clisés, los libros litúrgicos, los cantorales y, lógicamente, la catequesis,
que pudo resultar perturbadora. Muchos querían seguir rezando y oyendo la misa
como habían aprendido de sus mayores. Las grandes alteraciones rituales
impuestas por el Concilio Vaticano II en los años sesenta, que cambiaron la
misa y el padrenuestro y arrumbaron el latín, pueden dar una idea de lo que
pudo ocurrir entonces, en Aragón, primero, y en el resto de los reinos
hispanos, a continuación. En el lejano siglo XII y en el cercano siglo XX hubo
fieles y jerarcas que se opusieron tenazmente a la innovación.
Muchos historiadores estiman que ese cambio arrastró
otros más y todos de gran calado, lo mismo en la ideología política que en la
cultural. La institución papal quedó fuertemente anclada en la España románica
a partir de su arraigo en un reino expansivo como Aragón, unido entonces a
Navarra. Incluso Felicia, segunda esposa del rey y madre de Alfonso el Batallador
y Ramiro el Monje, fue hermana de Eblo de Roucy, muy adicto al papa.
A este conjunto de hechos derivados del viaje del rey
Sancho a Roma acaso hoy lo llamaríamos ‘europeización’. Materia en la que
Aragón no iba entonces, ni ahora tampoco, por detrás de nadie.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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