La biblioteca universal del hijo bastardo de Colón
(Un texto de David Lema en El Mundo del 20 de septiembre de
2019)
Hernando Colón intentó superar los méritos de su padre -del
que fue su mayor biógrafo- con la creación de una ambiciosa biblioteca
universal.
Los
ojos ya casi ni descifraban lo escrito, señal inequívoca de que estaba listo
para morir. Al fin, la peregrinación había acabado. Tantos años en busca de un
libro... Pero no de uno cualquiera, sino del catálogo de catálogos. La
biblioteca, "ilimitada y periódica", estaba construida. De hecho
"si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección", concluía
Borges el cuento, "comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes
se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el
Orden)".
Para Edward
Wilson-Lee, La biblioteca de Babel se trata de una broma cruel:
¿¡cómo ordenar una biblioteca infinita!? Ah, el Orden... Otra cosa, claro está,
es recolectar en los estertores del medievo una copia de cada libro escrito
sobre la faz de la tierra. O al menos, intentarlo, para erigir después una
especie de biblioteca universal. Una ambiciosa herramienta concebida para
comprender los cambios trascendentales de una época. Eso, defiende el historiador,
ya no solo no es imposible, sino que fue lo que procuró, con un éxito
interpretable, Hernando Colón (Córdoba, 1488). Una tarea factible, dice,
pero, ay, desalentadora.
En Memorial de los
libros naufragados (Ariel), Wilson-Lee narra la ¿ingrata? odisea de cómo
Colón quiso aprovechar el maremoto de la imprenta para reunir el mundo de los
libros y, adelantándose más de 500 años al Google Books, forjar una suerte de
motor de búsqueda rudimentario donde navegar y consultar cualquier obra
escrita o dibujada. En vida atesoró más de 15.000 documentos, entre copias e
incunables: 4.000 de esos volúmenes están a disposición del interesado hoy en
la Biblioteca Colombina, sita en la catedral de Sevilla. Pero, y he aquí la
mayor trascendencia de su cometido, Hernando clasificó más de 3.000 libros financiando
un ejército de lectores que le resumía y ordenaba absolutamente cada
obra, ora un best seller, ora el folletín que imprimía el loco del
bajo. Un inventario tan finito como inabarcable para solo dos manos, estructurado
por temas y organizado alfabéticamente, en el que incluso se anotaba el precio
o dónde se habían adquirido. Un hito de la época con el que, sin percatarse,
casi rompe con el paradigma de la información tras admitir que una biblioteca
sin orden no es más que una biblioteca muerta.
"Tuvo una visión
de cómo cambiaría el conocimiento, en lugar de cambiarlo él mismo", aporta
Wilson-Lee. Colón era un extemporáneo, un visionario atento que huía de la
sensación de amenaza que suponía para ciertos de sus coetáneos el aumento
exponencial de la información impresa. Al revés: quien llevase a cabo la gesta
que pergeñaba creía Hernando que sería considerado un héroe. ¡Un héroe! Casi
como su padre, pensaba... Porque a estas alturas ya sabrá el lector que
Colón no es un apellido inadvertido.
Hernando era
constructor de bibliotecas, diplomático, cartógrafo... trabajaba en una
enciclopedia geográfica, preparaba un diccionario de latín y quizás estaba
inmerso en la labranza del primer jardín botánico del mundo. Quién sabe. Y, en
medio de tanta ocupación, todavía sacaba tiempo para ser uno de los mayores
biógrafos de un padre del que no debía ser hijo. Vástago ilegítimo
del conquistador, las andanzas de Hernando son las de Cristóbal. Una
complicada y fascinante relación de la que quedó constancia en sus escritos
tras acompañarlo en multitud de sus viajes. Hernando lo espiaba desde la
envidia y la admiración. Y mientras uno soñaba con cambiar la comprensión de su
era circunnavegando el mundo, cosa que nunca logró, otro pensó que la persona
que aglutinara toda la información del universo obtendría un poder descomunal.
El poder lo determina todo y Hernando buscaba responder a cualquier pregunta
sin respuesta, pero no para satisfacer una pulsión intelectual, sino porque la
información, ya entonces, era poder. Esto evidencia que la suya no era, solo,
la meta de un erudito. Su interés no nacía del contenido, sino de la pretensión
de controlar el flujo de la información. Pero, paradojas de la vida,
murió anónimo con su proyecto arrancado y su legado lapidado mientras su padre
sobrevivió con el suyo frustrado.
Sus escritos sobre
Cristóbal Colón son un intento de salvar al progenitor que idolatraba del
olvido, creando una figura heroica que el mundo también debía venerar.
"Está lejos de ser objetivo" pero ello no implica, explica Wilson
Lee, "que la información de la biografía no sea verdadera". De hecho,
su testimonio es una fuente de incalculable valor para comprender las
verdaderas motivaciones de Colón, aunque Hernando decidiera guardar silencio
sobre "muchas cosas que minarían la heroica historia de su padre".
Eso sí, aclara el
historiador, aunque "las atrocidades cometidas en nombre del imperio no
deben ser ignoradas ni olvidadas", no pueden atribuirse directamente a
Colón, más inmerso en la circunnavegación que en la conquista.
"Ciertamente cometió actos terribles, pero el genocidio de los pueblos
nativos" no deriva de sus actos. "Colón [Cristóbal] no merece ni
la admiración incondicional ni el odio profesado".
Etiquetas: libros y escritores, Pequeñas historias de la Historia, s. XV
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