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jueves, marzo 24

250 años de la enciclopedia británica

(Un texto de Aurelia Niella en la revista Actualidad Económica -yo creo que del 2018, pero no tengo apuntada la fecha-)

El poder y el rigor de la erudición. Surgida como replica a la versión de Diderot y d'Alembert, que se consideraba "herética", esta titánica compilación del saber llego a ser un signo de estatus cultural. Reputada por su calidad, en ella han colaborado Einstein, Freud, Kennedy y Hitchcock. Hoy simboliza una época no tan lejana.

Ironías de la vida, la Enciclopedia Británica no fue una publicación originalmente inglesa y ahora la edita una empresa estadounidense asentada en Chicago. Este conocido compendio del saber nació en 1768 en Edimburgo, la capital de Escocia, fruto de la influencia de la Ilustración procedente del otro lado del canal de la Mancha.

Unos años antes, los eruditos franceses Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert habían puesto en marcha una vieja idea griega: compilar todo el conocimiento humano y ordenarlo por orden alfabético. Después de superar innumerables obstáculos a lo largo de 21 años, en 1772 terminaron una vasta y ambiciosa obra de 35 volúmenes que llevaba por título Encyclopédie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, es decir, ‘Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios’. Ambos, a su vez, habían copiado y traducido la fórmula del inglés Ephraim Chambers (1728), pero finalmente le dieron su propio toque.

Decorada con el cardo escocés como seña de identidad, la primera edición de la Británica constaba de tres tomos que aparecieron durante 100 semanas, hasta 1771. Obra del impresor y librero Colin Macfarquhar y del grabador Andrew Bell, fue concebida como una reacción conservadora a la enciclopedia francesa, que consideraban herética. Macfarquhar y Bell contrataron como editor a un joven llamado William Smellie, quien tomó prestados artículos de escritores contemporáneos como Voltaire o Benjamin Franklin.

PLANTEL. Hace 250 años, el mundo era muy distinto al que ahora conocemos: no disponía de electricidad, carreteras, ferrocarriles ni teléfonos. No existían los Estados Unidos de América, ni había ocurrido todavía la Revolución francesa ni habían sido descubiertos los planetas Urano, Neptuno y Plutón. Ni siquiera se conocía la existencia de Australia. La Enciclopedia Británica se preguntaba si California era una isla, si existían los unicornios o cómo habría sido el diseño de la bíblica Arca de Noé.

A lo largo de sus páginas escribieron destacados personajes de calado mundial como Sigmund Freud, John F. Kennedy, Marie Curie, Albert Einstein, Bertrand Russell o Alfred Hitchcock, por poner media docena de buenos ejemplos.

Como publicó en su día The New York Times, "en la década de los 50, tener la Enciclopedia Británica en la estantería era similar a tener una ranchera en el garaje o una televisión Zenith en blanco y negro en el estudio, una posesión codiciada por su utilidad y una meta para la ambiciosa clase media. Comprar un juego de libros suponía a menudo un esfuerzo financiero, y muchas familias tenían que pagar cuotas mensuales".

Durante estos dos siglos y medio de vida, sus distintos promotores publicaron 15 ediciones y consiguieron que el producto llegara sano y salvo hasta nuestros días, entrando así en la procelosa era de Internet y las redes sociales. Todo un éxito. La de 2010 (32 tomos y 50 kilos de peso) fue la última edición impresa. Constaba de tres partes. La primera, la Micropedia, recogía varios libros con artículos cortos, generalmente de menos de 750 palabras. La segunda, la Macropedia, consistía en artículos largos, desde dos páginas hasta 310. La tercera sección o Propedia era un índice de temas, ordenados y jerarquizados. La obra costaba nada menos que 1.000 euros y era frecuentemente adquirida por embajadas, bibliotecas y centros de investigación.

SÍMBOLO. En 2012, los editores anunciaron que dejaba de imprimirse en papel y que se centrarían en la edición web, que había debutado en 1994. Ahora se concentran en la venta de versiones digital y online y otros productos divulgativos (sobre todo al sector educativo), después de haber dejado por el camino a duros competidores comerciales, como la enciclopedia Encarta del imperio Microsoft. ¿Se acuerdan de ella?

Actualmente su principal rival es la Wikipedia, una iniciativa multilingüe que se construye gracias a las aportaciones de los propios internautas. La Encyclopaedia Britannica, manual de referencia de la erudición que se vendía puerta a puerta y preferentemente a plazos, ha terminado decorando los salones de muchos hogares angloparlantes, al igual que hizo su equivalente española, la vetusta y reputada Espasa, pero ahora simboliza una época que parece remota pero no lo es tanto en realidad.

La historia de tan monumental proyecto editorial no está exenta de complicaciones dignas de mención. Así, dado que debía mantener un tamaño más o menos constante, la enciclopedia se veía obligada a reducir o eliminar temas para incluir otros, lo que provocaba a menudo que se tomaran decisiones controvertidas. También fue criticada por sus inexactitudes, por estar sesgada o por ser racista. O por estar dirigida a un público muy concreto, pues ha priorizado los artículos sobre cristianismo frente a los de otras religiones. O por quedar desactualizada entre ediciones, ya que transcurrían bastantes años entre la publicación de una y otra. Por ejemplo, la undécima edición de 1910-1911 (que se encuentra disponible en la web, al no estar ya restringida por los derechos de reproducción) describe al Ku Klux Klan como protector de la raza blanca, cuyo propósito es restablecer el orden en el sur de Estados Unidos tras la Guerra Civil estadounidense, y cita la necesidad de "controlar al negro" y "la frecuente ocurrencia de violaciones por parte de hombres negros a mujeres blancas".

Pese a todas estas quejas, la Enciclopedia Británica sigue gozando de una indiscutible reputación como fuente de conocimiento fiable, preciso y bien redactado (en lengua inglesa}.

INSEPARABLE DE BORGES

El famoso escritor argentino José Luis Borges decía que había aprendido todo lo que sabía en la edición de 1911 y que no se separaba de ella. Otra anécdota es que el artículo titulado "Spain", de la edición de 1822, estaba escrito por el periodista José María Blanco White, editor de El Español, quien estaba por entonces exiliado en Londres para huir de la represión fernandina.

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