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lunes, marzo 14

Cuaresma

(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 18 de marzo de 2018)

Recta final de la Cuaresma, periodo importante para muchos cristianos que se inició el Miércoles de Ceniza y que finalizará el día de Jueves. Santo. Nuestros abuelos cumplían a rajatabla con tres obligaciones (abstinencia, ayuno y penitencia) que englobaban afirmando que era 'tiempo de vigilia'. Un refrán se repetía con insistencia: «En marzo largos días, cortas cenas y a rezar las novenas». Se discutió si el café rompía el ayuno y se llegó a la conclusión de que sí.

Los zaragozanos del XVII acudían los sábados de Cuaresma a la iglesia del Portillo, donde se escuchaban "declamaciones panegíricas" referidas a la imagen de la titular. En la Ateca de hace cien años y también los sábados, se entonaba el cántico a la Virgen del Rosario, del que comentó la prensa: «Si se cantara tal y conforme debe ser, resultaría verdaderamente solemne».

Durante la Cuarentena, los de Asín rezaban a las ánimas del Purgatorio y, en las celebraciones de estos días, el sacristán de Fombuena pasaba la bandeja «pidiendo limosna para las almicas», circunstancia que aprovechaban los mozos para tirarle las monedas desde lo alto del coro, apuntado a la vela que llevaba en la mano, con intención de apagarla.

En muchos lugares, en esta época de vía crucis y misereres los críos jugaban a remover la tierra, cosa que al parecer encolerizaba mucho al diablo. Ignoro si practicaban este divertimento los escolares de Iglesuela del Cid, que los viernes cuaresmales visitaban el Calvario.

Me van a permitir desempolvar algunas referencias históricas. En el siglo XI, el rey Sancho Ramírez se recogía todas las cuaresmas en el monasterio de San Juan de la Peña y hasta decretó, en el año 1085, que todos sus sucesores deberían hacerlo a no ser que estuviesen muy ocupados. En todo caso, mandarían cera suficiente para que no faltase luz en estas jornadas ante los restos de san Indalecio, insigne caspolino del siglo I que había sido obispo de Almería y cuyas reliquias -hoy en la catedral de Jaca- llegaron al Pirineo en tiempos del mencionado monarca. Por su parte, cuando en 1142 Berenguer IV concedió fuero a Daroca, estipuló multas considerables a quien blasfemara en Cuaresma.

En la Baja Edad Media, los monjes de calatravos ordenaron a los de Calanda que denunciasen a todos aquellos que «coman carne sin necesidad en Cuaresma y vigilias». Y en Villafeliche, en 1606, a la autoridad le había llegado el soplo de que muchos recién convertidos «tienen cabras en sus casas y se presumen que todos comen leche» sin haber adquirido la bula de la Santa Cruzada, obligatoria para soslayar las obligaciones penitenciales.

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