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miércoles, abril 12

Francisco Serrano, el general Bonito

(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 11 de noviembre de 2016)

Castellserás, Teruel, 11 de noviembre de 1837. Francisco Serrano gana la Laureada combatiendo a los carlistas.

La política española del XIX estuvo protagonizada, casi monopolizada, por militares, y en contra de lo que sucedió en el siglo XX con Primo de Rivera y Franco, la mayoría de ellos defendieron la libertad y el progreso. El general Riego fue el padre de la Revolución española, derribó el absolutismo y dio nombre al himno de la República. Torrijos fue el mártir romántico, fusilado por los absolutistas. De Espartero, que fue regente y rechazó la corona de rey, se cantaba en la famosa zarzuela La Gran Vía: “El valiente general, el patriota de vergüenza, el constante liberal”. O’Donnell inició con la Vicalvarada la revolución de 1854 y fundó la Unión Liberal. Prim, el héroe de la Guerra de Marruecos, conspiró y conspiró hasta destronar a Isabel II en 1868.

En esa revolución, llamada la Gloriosa, había otro protagonista estelar junto a Prim, el general Francisco Serrano. Tenía la hoja de servicios más brillante de España, era un auténtico rayo de la guerra, y su carrera política –incluidos sus cambios de chaqueta– fue también la más singular, pues no solamente ocupó varias veces la presidencia del Gobierno, sino incluso la jefatura del Estado. Tan notorio fue que llegó a tener el tratamiento de Alteza y le dedicaron la mejor calle de Madrid, la calle de Serrano. Sin embargo, cuando se le cita, aun en círculos académicos, surge un apodo entre chusco y despectivo: el General Bonito

Los augures de la Antigüedad habrían determinado el destino de Francisco Serrano por el lugar y fecha de su nacimiento. Vino al mundo en la gaditana Isla del León y en 1810, en el momento en que Cádiz era la capital de la España patriota y liberal, la sede de las Cortes de Cádiz. De hecho, su padre, un militar liberal de noble familia andaluza, era diputado en esas Cortes que proclamaron la Pepa, la primera Constitución de la Historia de España, y sería perseguido por ello cuando volvió el absolutismo. Podría decirse que la genética se sumaba a la magia para fijar el destino de militar liberal de Francisco. Y también la educación, pues con seis años su padre lo envió a estudiar humanidades al Colegio de Vergara de la Sociedad Bascongada de Amigos del País, una de las luminarias de la Ilustración española. Sin embargo, lo cierto es que Serrano supeditaría muchas veces el compromiso ideológico al oportunismo político para medrar personalmente.

A los 12 años empezó su vida militar como cadete en un regimiento de caballería, aunque el conocido liberalismo de su padre lastró el inicio de su carrera en la época de Fernando VII. Pero en 1833 Fernando VII, que quería dejar de heredera a su hija Isabel, rompió con los absolutistas más radicales y expulsó de España al jefe de estos, que no era otro que su propio hermano, el infante don Carlos María Isidro. Casualmente, el teniente Serrano formaría parte del destacamento de caballería que, entre escoltado y detenido, llevó a don Carlos hasta la frontera de Portugal.

Aún sin saberlo Francisco Serrano había intervenido en un acontecimiento clave de la Historia de España, pues al año siguiente, a la muerte de Fernando VII, don Carlos se proclamó rey y llamó a la rebelión contra Isabel II, dando inicio a las Guerras Carlistas que durante un siglo ensangrentarían a España. Pero la desgracia general puede ser fortuna particular, pues la Primera Guerra Carlista permitió a Serrano ascender, en solo siete años, de teniente a mariscal de campo (general de división).

Francisco Serrano era el perfecto oficial de caballería, un Murat español, un centauro que encabezaba sable en mano las cargas de sus regimientos, sembrando personalmente el terror en el enemigo. Así obtuvo todos sus ascensos por méritos en el campo de batalla, y logró la Laureada de San Fernando, la más alta condecoración al valor de España, la que daba ingreso a la orden más elitista de la milicia.

Como ya lo había conseguido todo en la carrera de las armas, Serrano inició la de la política. Su primer paso fue la elección de diputado por Málaga en 1839, pero no sería político de Parlamento, sino de conspiración. Apoyó el golpe de Espartero, jefe del Partido Progresista, cuando en 1840 le arrebató la regencia a la reina madre María Cristina, que era una reaccionaria, pero tres años después ayudó a echar a Espartero aupando al muy conservador general Narváez –también había militares de este signo– que lo nombró ministro de la Guerra. Pero lo que convirtió a Serrano en protagonista de la política nacional no fue respaldar a unos y a otros, sino conquistar el corazón de la reina Isabel II.

No hablamos en sentido figurado, Isabel solo tenía 16 años cuando cayó en los brazos de aquel gallardo militar de 36, con tan buena planta que ella le llamaba “el general bonito”. La mayor parte de lo que se cuenta sobre aquellos amores es pura especulación, se ha llegado a decir que empezó con una violación que descubrió a Isabel II el placer prohibido del sexo. Lo cierto es que Serrano satisfizo a una joven mujer que, por razones de Estado, habían casado con un homosexual, que el General Bonito se convirtió en un auténtico “favorito”, y que eso le daba enorme influencia en un régimen en el que el monarca conservaba grandes poderes.

La privanza también le proporcionó muchos enemigos a derecha e izquierda, era “el causador de todas las desgracias” para los conservadores, mientras que los liberales le apodaron “el Judas de Arjonilla”. Entre todos consiguieron echarlo de la corte y, cortado el vínculo con la reina que le daba poder, se retiró de la política. Pero aunque escenificó su retirada yéndose lo más lejos posible, a Rusia, volvió al olor de nuevas conspiraciones.

Serrano se unió a O’Donnell en la Vicalvarada, y juntos entraron victoriosos en Madrid. Tuvo premio, O’Donnell lo nombró gobernador de Cuba, de donde volvería rico, según sus detractores gracias al tráfico de esclavos. En España le esperaban nuevos honores reales: un ducado, la Grandeza de España y el Toisón de Oro, pero siendo presidente del Senado su oposición al conservador Narváez le llevó al destierro.

¡Otra vez a conspirar! Esta vez su unió a Prim para la revolución definitiva, la Gloriosa, que en 1868 destronó a Isabel II… ¡qué olvidados estaban los amores de antaño! Pero de nuevo sacó tajada, pues presidió el llamado “Gobierno provisional del general Serrano”, y fue nombrado regente con tratamiento de Alteza mientras se buscaba a un rey.

Todavía volvería brevemente a la jefatura del Estado cuando fracasó la I República. Pero la Restauración de Alfonso XII, dirigida por el genio político de Cánovas, logró sacar a los militares de la escena política, y el General Bonito se quedó fuera de juego. Su última ocurrencia para volver a ser primera espada, poco antes de morir, fue fundar un partido de izquierdas.

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